100 años muy bien empleados
Con el centenario de Javier Pérez de Cuellar se conmemora, entre otras cosas, la extraordinaria trayectoria de un latinoamericano que ha hecho grandes contribuciones a la paz y a la vigencia de la democracia.
Que Javier Pérez de Cuellar cumpla esta semana 100 años de edad tiene un gran significado no solo para su familia, amistades y allegados. Se conmemora no solo la extraordinaria trayectoria de un latinoamericano que ha hecho grandes y concretas contribuciones a la paz y a la vigencia de la democracia.
Podría intentar aquí un ambicioso balance “geopolítico” del mundo y Latinoamérica en relación al centenario vital de JPC. No lo haré ahora pues ya que me tocó vivir directa y cercanamente con JPC situaciones complejas y enfrentar retos que parecían, algunos de ellos, insolubles o imposibles, permítaseme compartir algunas experiencias personales. Destaco dos situaciones: la paz centroamericana (fines de los 80/inicios de los 90) y, como peruanos ambos, los empeños por la afirmación democrática en nuestro país, el Perú.
Ahora que se acaban de cumplir 28 años de la firma de los acuerdos de paz en El Salvador es claro que ellos no fueron una mera consecuencia inercial del fin de la guerra fría y que allí se abordaron temas sustantivos. La guía de JPC como secretario general fue, en el proceso de negociaciones, clave para alimentar la sustancia de negociaciones en las que Álvaro de Soto lo representaba a la cabeza de un equipo. Luego de la culminación de las negociaciones el 31 de diciembre del 91.
Me tocó, modestamente, “heredar” el espíritu de JPC en el seguimiento y verificación in situ de los acuerdos cuando él ya había culminado en ese 31 de diciembre su función como secretario general. Luego de haber asesorado al equipo negociador de la ONU, Boutros Ghali, sucesor de JPC, me encargó lo representara en El Salvador para verificar, en el terreno, la plena ejecución de los acuerdos de paz. Fueron tres años intensos de construcción/reconstrucción institucional que solo fueron posibles por la existencia de acuerdos sólidos y comprehensivos en los que la huella del equipo del secretario general fue medular.
En ese lapso lo vi poco a JPC. En una de sus pocas visitas a El Salvador hablamos de su posible candidatura presidencial en Perú en 1995 para hacer frente al autoritarismo que Fujimori había puesto en marcha desde el “autogolpe” de 1992. Tomada por JPC la decisión de postular, me sentí en la obligación moral y cívica, como demócrata peruano, de acompañarlo. Presenté mi renuncia irrevocable a Boutros Ghali y lié bártulos. Habrá que narrar en otro espacio la crónica de cabes, trampas y atropellos de la reelección fraudulenta del autócrata.
Un lustro después, la fuga de Fujimori a Japón el 2000, luego de haber intentado una tercera e inconstitucional reelección, trajo el colapso del régimen autoritario. Y como en varias circunstancias críticas de otros lares, se recurrió a JPC. La asunción de Valentín Paniagua, como presidente, dio lugar al “gobierno de transición”. Paniagua le encargó a JPC, que ya frisaba los 80 años, la presidencia del Consejo de Ministros.
En medio de horas intensas e impredecibles de ese noviembre del 2000, en las que un “contragolpe autoritario” parecía estar en camino, ambos me invitaron en a ser el ministro de Justicia del Gobierno de transición. Gran honor, por cierto, pero especialmente gran reto para mí, luego de haber sido atacado el país una década por un gobierno no solo autoritario, sino corrupto.
Otra vez, tuve la oportunidad de tener cerca la presencia y guía de JPC; esta vez acompañando a Paniagua. Y con ello constatar que, en un demócrata integral, los valores se extienden y adaptan a las circunstancias más variadas. Desde saber sacar lo mejor de una agonizante guerra fría hasta la tarea de “desfacer entuertos” de un gobernante inescrupuloso como Fujimori.
Fue para mí un honor haber podido acompañar a JPC en esos retos. ¡Gracias Javier!
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