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Columna
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Dos fotos intrigantes sobre el duelo entre Bolsonaro y Moro

El 2020 abre la pregunta sobre qué papel puede desempeñar el ministro de Justicia brasileño en la nueva fase del bolsonarismo, que llega más desafiante que nunca

Juan Arias
Sérgio Moro y Jair Bolsonaro, el pasado 7 de julio.
Sérgio Moro y Jair Bolsonaro, el pasado 7 de julio.Alexandre Schneider (Getty)

La popularidad del ministro brasileño de Justicia, Sérgio Moro, sorprende cada vez más. Y si no fuera por su solvencia, sería difícil aceptar el último sondeo de Datafolha. En este, Moro aparece como el político con mayor credibilidad del país, nada menos que sobre Jair Bolsonaro, Lula da Silva, Ciro Gomes, y el resto de los 12 posibles candidatos a las elecciones presidenciales de 2022.

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Lo curioso es que Moro sigue insistiendo en que es un técnico y que no piensa medir su fuerza en las urnas. También sostiene que si Bolsonaro se presenta a la reelección lo votará. Y, sin embargo, si hay una posibilidad de que Moro entre en la puja electoral, esta depende del difícil equilibrio en su relación con el presidente brasileño.

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Este 2020 será definitivo para descifrar la figura de Moro en su juego con Bolsonaro y viceversa. Ambos personajes son como Jano, el dios de dos caras de la mitología romana, y al mismo tiempo como dos asíntotas de hipérbola, las líneas que se aproximan cada vez más a la hipérbole, pero sin llegar a tocarse.

En el ambiente periodístico se suele decir que una foto dice más que mil palabras. Esto, algunas veces, es cierto. Un ejemplo son dos imágenes de Bolsonaro y Moro que se presentan como un juego de intrigas. 

La primera parece un juego de humor, aunque evoca las sombras de una tragedia. Fue tomada durante una ceremonia de izado de la bandera, por lo que reviste, por contraste, cierta solemnidad y seriedad. En ella, Bolsonaro aparece haciendo su ya emblemático gesto de disparar un revólver. Moro, apuntado por el presidente, reclina la cabeza impávido, como esperando el disparo fatal. En la escena la presencia Paolo Guedes, el importante ministro de Economía, con una expresión que parece ir de la risa a la sorpresa. La foto es de Gabriela Biló y fue portada del diario O Estado de São Paulo, el 16 de octubre del año pasado.

La otra foto es, si cabe, más intrigante, aunque pueda parecer más simple. Apareció el 3 de enero de este año, ilustrando un artículo de Folha de São Paulo sobre Moro. En ella, el ministro de Justicia aparece caminando por el palacio de Planalto como un gigante delante de Bolsonaro, que lo sigue. El presidente aparece con la mitad de la estatura de su ministro, y lo mira desde atrás con un gesto serio y preocupado. Moro, al contrario, camina como un gigante en pie, riéndose. La imagen es del fotógrafo Adriano Machado y abre una pregunta: ¿de qué se ríe el ministro?

Bolsonaro que ríe en el gesto de disparar a la cabeza de un Moro cabizbajo, y un Moro que camina firme con sonrisa irónica delante de Bolsonaro. Ese es el juego de espejos que llevamos viendo entre dos personajes que se necesitan para cumplir con sus designios de poder actuales y sobre todo futuros, que aún son difíciles de descifrar.

Todavía nadie es capaz de apostar cómo acabará la relación entre los dos personajes más populares y más discutidos de la política brasileña. Dos personalidades que deberían caminar juntas, en un mismo proyecto, pero que lo hacen como con miedo de pisar los huevos, diciendo sin decir, alabándose cuando están frente a frente y disparándose por la espalda cuando están lejos.

Esas dos imágenes podrían servir como una radiografía de lo que se mueve en el interior de los dos personajes: caliente y sin contenedores, el presidente Bolsonaro; hermético, frío y enigmático, el ministro Moro.

Bolsonaro ya ha dicho que si en 2022 fueran juntos a las elecciones, la pareja sería invencible de contra la izquierda, incluso con Lula libre haciendo campaña por su partido o presentándose él mismo si se lo permite la justicia. Y Moro sabe que, por ahora, para mantener su coeficiente de popularidad, superior ya a la de Bolsonaro, necesita no perder de vista ese 30% de bolsonarismo puro, es decir, de la extrema derecha que aún ve en él un luchador contra la vieja política corrupta.

Por otro lado, Bolsonaro necesita de Moro porque, si lo pierde, no le conviene sería como enemigo. El mítico exjuez de Lava Jato es, para Bolsonaro, la misteriosa cabellera de Sansón con el poder especial de destruir a los filisteos enemigos de Jahvé. El presidente sabe que, sin Moro, perdería su fuerza. Pero si su ministro de Justicia, ante la incompatibilidad de actuar con él, buscara abrigo en algún otro partido para intentar su propia escalada al trono. Y más de uno ya lo está esperando.

El año que acaba de empezar será definitivo para poder intuir lo que llegue a suceder con esa relación entre misteriosa, interesada e intrigante, en la que Bolsonaro sigue desafiante, queriendo crear un partido nuevo, todo suyo, bendecido por el gurú extremista, Olavo de Carvalho, que represente la esencia del bolsonarismo más duro que pretende ramificarse por el continente.

La pregunta es qué papel puede desempeñar el ministro Moro en esa nueva fase de bolsonarismo desafiante. Él, que al mismo tiempo pretende mantener su postura mediadora, pero que aparece cada vez más contagiado de los arrobos autoritarios y contradicciones de su jefe. Esa es la encrucijada difícil de superar para dos personajes a los que el destino ha querido escoger tan distintos y a la vez, quizás, tan parecidos, algo que probablemente sigan reflejando en el espejo de nuevas fotos emblemáticas.

Las fichas están echadas. Todo desenlace aparece aún como una incógnita en este amanecer de 2020, que trae unas elecciones municipales que medirán, una vez más, como un aperitivo de las presidenciales, la potencia popular de la extrema derecha dura de Bolsonaro con la izquierda light de Lula, en un duelo en el que la derecha civilizada y el centro conciliador parecen no encontrar un espacio. Ni que se diga la izquierda radical.

Volveremos a ver a Brasil, seguramente, enfrentado entre dos fuerzas que se contraponen y se odian, esta vez sin disfraces. Dos Brasil en guerra, aún irreconciliables, que volverán a medir fuerza en las urnas, ojalá sin tentaciones dictatoriales abiertas o disfrazadas de falsa democracia.

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