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En Haití se sigue temblando

Una cooperante de Manos Unidas rememora el terremoto que asoló la isla en 2010 y cómo cada 12 de enero, el duelo es nacional y se vuelve, una vez más, a aceptar la muerte para celebrar la vida

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Llegué a Haití como voluntaria en marzo de 2007 y a finales de 2009 regresé a España. En pleno proceso de retorno a la familia, a los amigos y a las antiguas rutinas, el 13 de enero de 2010 me despertó de madrugada una llamada con la noticia: un devastador terremoto había asolado Puerto Príncipe y alrededores. La información llegaba a borbotones y, desde la distancia y conociendo bien la ciudad, petrificaba. Comenzaron a llegar las primeras imágenes de un seísmo de 7.3 grados cuyo epicentro se encontraba a solo 30 kilómetros de esta superpoblada capital. La ciudad a oscuras, bajo una inmensa nube de polvo y humo de los edificios colapsados, miles y miles de damnificados, heridos sin poder ser atendidos, otros atrapados bajo los escombros. Esto ocurría a la vez que se producían cientos de réplicas, de las que una buena parte hubieran sido, por sí solas, noticia en cualquier telediario. No daba crédito.

En marzo de 2010 volví a Haití, dos meses después del goudou-goudou, como lo llaman aquí debido al ruido que surgía del interior de una tierra que parecía viva y enfadada. El panorama ya no era tan duro, me decían. Durante los siguientes años, Puerto Príncipe se recomponía lentamente, de forma casi artesanal, ya que la mayor parte de las demoliciones se realizaban a golpe de maza y carretilla. Las calles de los barrios más afectados volvían a delinearse, mientras las montañas de cuerpos sin vida dejaban paso a las de escombros amontonados en muchas esquinas.

Diez años después del terremoto aún queda el susto en el cuerpo de muchas personas, y no solo haitianas. Cada 12 de enero se estremece el alma. No hay una sola persona en este país que no se viera afectada por la catástrofe. Fallecidos, desaparecidos, mutilados… Las cicatrices aún son visibles, las fracturas aún duelen. Cada 12 de enero, el duelo es nacional y se vuelve, una vez más, a aceptar la muerte para celebrar la vida.

Un pueblo en permanente riesgo y reconstrucción

Hoy la catedral de Puerto Príncipe se encuentra casi en el mismo estado en que quedó tras el terremoto, una imagen que ilustra la propia situación del país. A pesar de las muchas campañas de sensibilización que nos cuentan cómo reaccionar ante un seísmo, el fortalecimiento de instituciones como Protección Civil y la aplicación de normas antisísmicas para la construcción de grandes edificios, aún son miles y miles las personas que construyen sus hogares con materiales sin control de calidad. Cemento mezclado con arena no apta para construcción, vigas de madera de segunda mano, proyectos arquitectónicos inexistentes y un gobierno incapaz de hacer respetar las normas. Todo ello nos sitúa en el mismo riesgo de que un terremoto como el de 2010 vuelva a tener como resultado otra catástrofe humanitaria. El Caribe tiembla estos días con el epicentro cerca de Puerto Rico y en Haití se escucha rezar más alto.

Hoy, la catedral de Puerto Príncipe se encuentra casi en el mismo estado en que quedó tras el terremoto, una imagen que ilustra la situación del país

Cerca de 38.000 personas siguen hoy alojadas en tiendas o chabolas, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones. Canaan, Corail, Onavil… son nombres de barrios en la periferia de Puerto Príncipe que surgieron tras el seísmo. En ellos viven cientos de miles de personas que llegaron desplazadas y que hoy, diez años después, no cuentan con acceso a los servicios más básicos: ni agua, ni luz, ni carreteras asfaltadas, ni centros de salud, ni colegios suficientes.

Haití es un país con un gobierno ausente —sin primer ministro después de diez meses—, presidido por una persona implicada en malversación de fondos a través de dos empresas bajo su dirección que recibieron fondos del programa de Petrocaribe, según una auditoría de la Corte Superior de Cuentas de Haití. Un país que experimenta el aumento exponencial de los actos vandálicos y la inseguridad ciudadana, en el que miles de jóvenes desesperanzados entran a formar parte de bandas armadas financiadas por una minoría de «poderosos», con una economía con peor tasa de crecimiento que la del año del terremoto y una moneda local cada vez más débil frente al dólar americano. La oposición política, implicada igualmente en procesos fraudulentos, tampoco convence a la población, sumida en un descontento social cada vez más violento, lo que provoca que, diez años después, en Haití se siga temblando.

Según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, durante 2020 se espera que al menos 4,6 millones de haitianos y haitianas se encuentren en situación de inseguridad alimentaria, lo que representa cerca del 40 % de la población del país.

Reinventarse para seguir luchando

Mantengo que Haití es un bello país, lleno de buena gente. Aún son cientos de miles los que, a pesar del duro camino que transita el país, continúan priorizando el colegio de sus hijos e hijas. Aún son cientos de miles los que siguen reinventándose cada día para seguir luchando. Son cientos de miles los que siguen rezando con inquebrantable fe y esperanza en un futuro más justo. Y esta fe se refuerza con el apoyo financiero de organizaciones internacionales que desde hace décadas trabajan en el país promoviendo proyectos ejecutados por socios locales con una constante presencia y compromiso con los habitantes de este país.

Es cierto que queda mucho por hacer y mejorar. Es necesario optimizar los recursos, modificar los procedimientos erróneos y exigir a los gobernantes que sean de verdad garantes de derechos y sean responsables respecto a los servicios básicos para la población. Se debe seguir reflexionando y construyendo, en definitiva, para mejorar. Y, desde acá, tras casi trece años en este hermoso país, puedo escribir sin temblar que seguiremos acompañando y apoyando a las gentes de Haití en su lucha diaria por mejorar sus vidas y que, muy pronto, puedan dejar de temblar.

Olga Regueira es cooperante en Haití vinculada a proyectos de cooperación de Manos Unidas y otras organizaciones. 

La sección En Primera Línea es un espacio en Planeta Futuro en el que miembros de ONG o instituciones que trabajan en terreno narran sus experiencias personales y profesionales con relación al impacto de su actividad. Siempre están escritos en primera persona y la responsabilidad del contenido es de los autores. 

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