Votar más, protestar más
La democracia se está debilitando y la política polarizándose en todo el planeta
Este año que acaba, 2019, nunca tanta gente habrá depositado tantos votos en las urnas en tantos países. Unos 2.000 millones de votantes en 51 países, incluida la populosa India, según un cálculo de Brookings Institution, un think tank especializado en políticas públicas socioeconómicas. Pero a la vez, la democracia se está debilitando y los cuerpos electorales y la política polarizándose en todo el planeta. No es algo propio del mundo emergente, sino también del desarrollado, con Estados Unidos y Europa a la cabeza.
Se están dando una serie de paradojas. Nunca se ha votado tanto, pero muchos en el mundo están insatisfechos con la democracia, como refleja una reciente encuesta del Centro demoscópico Pew Research, un centro con sede en Washington, según la cual, en los 24 países estudiados, un 51% se pronuncia por esa insatisfacción y un 49% en sentido positivo.
El descontento se liga a la situación económica familiar, al estado de los derechos individuales y a una percepción de que las élites han perdido contacto con la realidad social y política. Lo que lleva a la segunda paradoja: nunca tantos han votado tanto, pero nunca se han dado tantas protestas simultáneamente en el mundo, muchas de ellas en democracias, en lo que hemos llamado protestas glocales. El caso más paradigmático, de democracia vigilada y controlada (por Pekín), es Hong Kong. Los ciudadanos votan y salen a la calle, empoderados por las tecnologías de la información, las mismas que algunos gobiernos y empresas utilizan para controlar. Las redes sociales se han convertido en armas electorales masivas en sociedades como India y Brasil. Twitter ya ha anunciado que prohíbe la propaganda política en su red, aunque está por ver si es viable. Facebook se lo está planteando. A la vez estas tecnologías facilitan la injerencia extranjera en esos procesos en todas las democracias, aunque con un impacto discutible.
Este sentido de empoderamiento liga también con el creciente apoyo a la democracia directa en sus varias formas. Un 70%, como mediana, en Europa cree que los referéndums serían una buena forma de gobernar (datos de 2018). Ocho de cada diez griegos y tres cuartas partes de los españoles, alemanes y franceses. Los que más desconfían son los holandeses y los británicos (que en 2016 votaron sobre el Brexit).
La tercera paradoja es que nunca el voto ha sido tan masivo, pero la democracia está en retroceso y en tela de juicio, como reflejan los índices de la organización independiente Freedom House, The Economist, o de V-Dem (grupo formado por 30 académicos de todo el mundo organizado conjuntamente por el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Gotemburgo), por no hablar de algunos excelentes recientes libros.
Puede ser verdad que en los últimos cinco años, el 55% de los líderes nacionales en África haya cambiado. Sin embargo, una crítica bastante generalizada es que esos mismos líderes, una vez llegan al poder, hacen caso omiso de la democracia —entendida en un modo más complejo que el simple voto— y actúan a su buen entender.
En América Latina, parecía que se había llegado este año a un fin en el ciclo de las elecciones presidenciales, pero las protestas están reabriendo las situaciones en varios países, y muy principalmente Bolivia, por medio de protestas. Y tras estas protestas suelen haber clases medias frustradas, pues crecieron entre 2003 y 2009, se ilusionaron, se les prometió mucho más y ahora ven frenado o revertido su ascenso. En aquella región y en otras.
Las clases medias ya representan más de la mitad de la población mundial y siguen creciendo, especialmente, en términos estadísticos, con el empuje de India y China. Según los cálculos de Homi Kharas, subdirector en Brookings Institution, y del insvestigador Kristofer Hamel, de aquí a 2030, las clases medias aumentarán en 1.700 millones de personas, y las más desfavorecidas se reducirán en 900 millones. Eso es a finales de la década que está a punto de empezar.
En la que termina estamos viviendo los efectos retardados de la crisis que empezó en 2007-8 y que, pese a una recuperación que se ve ahora frenada, ha deteriorado las vidas y, sobre todo, las expectativas de mucha gente en todo el mundo. Estamos, en términos globales, ante un fracaso de la política para atender a las necesidades y expectativas de los ciudadanos. De ahí la conjunción de votos, cuando son posibles, y de protestas
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