Diseño con un punto ácido
Lo primero que necesita cualquier proyecto es un estilo y una narrativa, ya sea una revista erótica o un Ayuntamiento. A ello dedican su ingenio Folch y Martínez.
LOS PAPELES de su empresa dicen que son socios desde hace una década, pero en realidad lo suyo empezó mucho antes. Albert Folch y Rafa Martínez iban juntos al colegio, al Sant Nicolau de Sabadell. “Allí éramos los outsiders”, dicen. “Estaban los hijos de los empresarios del textil, que eran los pijos, y los antisistema. Entremedio estábamos nosotros”. Cuando cumplieron los 18 años decidieron irse a vivir a Barcelona. “Pero no teníamos ninguna excusa”, cuentan entre los dos. “Desde Sabadell se podía ir a la Facultad en tren perfectamente, así que nuestros padres nos dijeron que vale, pero que nos teníamos que espabilar económicamente. Empezamos a organizar fiestas de música electrónica y lo hacíamos todo: los flyers, los pósteres, la música, la negociación con los bares… Lo de ahora en el fondo es muy parecido. Misma dinámica, pero a distinta escala”, resume Folch.
Suele costar un poco más acabar de entender qué es “lo de ahora”. Su estudio —llamado Folch— se define como especialista en “estrategias narrativas”. Y dentro de eso cabe desde imaginar la campaña electoral de Ada Colau en las últimas municipales (la del reguetón Ada Is In The House), inventarse una revista erótica, cambiar la imagen de una ciudad como Santander, imaginar la dirección de arte para el álbum de Rosalía y Refree, o generar campañas y nuevas orientaciones para marcas tan masivas como Pull & Bear, Massimo Dutti, Mango o Stradivarius.
En su archivo se mezclan proyectos minoritarios con otros de gran alcance y es tentador imaginar que hacen los segundos para poder financiar los primeros, un poco como las estrellas de Hollywood que aseguran que con sus trabajos en las sagas de superhéroes se pagan las indies. “No, qué va. Yo no tengo esa sensación”, desmiente Folch, que estudió Geología antes de convertirse en uno de los diseñadores gráficos más respetados de su generación, la que nació ya con la resaca del disseny olímpico, y fue señalado por Forbes como uno de los 100 españoles más creativos. Su socio matiza: “A veces disfrutamos mucho con un proyecto comercial porque encontramos buenos interlocutores y todo va como la seda. Lo que sí es cierto es que nunca nos movemos solo por razones económicas. No nos vemos como un prestador de servicios. Hacemos cosas por prestigio o simplemente porque nos apetecen. Siempre tiene que haber algún reto”. Martínez cursó Periodismo, pero porque su familia no veía claro que estudiase Filosofía, como él quería, y se dedicó a la gestión empresarial hasta que se reencontró con su amigo del colegio.
Su variopinta clientela
ha incluido a una sofisticada revista erótica y al Ayuntamiento de Barcelona
Lo que ambos tienen entre manos ahora se llama Acid House y de alguna manera es la continuación de aquellas fiestas que organizaban a los 18 años. Se trata de un espacio de 500 metros cuadrados que incluye, además del despacho de la empresa, un aula-plató para dar clases, un área de conferencias, un showroom para marcas, una galería de arte, un espacio de coworking y una pequeña cafetería. La idea es utilizarlo, entre otras cosas, para dar clases en distintos formatos, incluidas charlas similares a las TED que se emitirán en directo y se colgarán en YouTube. “Nos encanta enseñar”, dice Martínez, “pero nos hemos dado cuenta de que los centros docentes son todavía muy formales. Entras en un aula y siempre está el espacio del profesor, los alumnos, el proyector… Hay un vacío educativo con todo lo que tiene que ver con la comunicación. En la formación se tiende a trocear y a nosotros nos interesa lo contrario, conectar”. De entrada, arrancarán con dos másteres, uno en nuevas narrativas organizado a medias con el grupo Vice y otro pensado con la escuela de diseño Elisava sobre blanding, una mezcla de branding y bland (leve) para gestionar “marcas en estado líquido”, signifique eso lo que signifique.
Siguen en el Poblenou, desde donde Folch —Martínez ya no vive en el barrio— se escapa siempre que puede para surfear en la vecina Barceloneta. El espacio, que abre en febrero, tendrá por fuera aspecto de casita blanca, como hecha con piezas de Lego —un cuadrado, un triángulo, un rectángulo— coronado por una cara sonriente, el símbolo del acid house, aquel movimiento de los ochenta que mezcló música electrónica y lisérgicos. “En publicidad, todo el mundo usa la palabra house cuando quiere dar a entender una idea de calidez y nos parecía interesante reírnos de esa tendencia oponiéndole el acid”, comenta Folch. “El ácido altera la manera de comprender las cosas y te conecta con otras”. Como buenos publicitarios, antes de poner un ladrillo de la nueva casa ya tenían material promocional: desde hace meses, no había galería o festival en Barcelona en el que no coincidiesen cinco o seis personas con la misma bolsa de tela amarilla con una cara sonriente.
Si tienen que escoger unos cuantos proyectos que definan su trayectoria, empiezan por la revista Apartamento, en la que ya no están involucrados. Folch participó en el concepto y el diseño de los primeros números de esta antirrevista de interiorismo a la que se le reconoce haber cambiado la idea de lo que es una casa digna de fotografiarse y haber generado una estética vivida. Lo opuesto a la llamada “estética Airbnb”, que se extiende por todo el mundo, con maderas claras y espacios diáfanos. Otro de sus proyectos editoriales, la revista erótica bianual Odiseo, también puede definirse por el concepto “oposición”. En este caso, al tipo de imaginería sexual que puede conseguirse con facilidad en Internet. El penúltimo número, el undécimo, se vendía encartado en un sobre negro brillante, de apariencia casi de látex, como un guiño a las revistas porno que se ocultaban de la vista de los menores en el quiosco, pero su interior no podía ser más distinto, con ensayos fotográficos, artículos y poesía en torno al tema de la metamorfosis.
Hasta ahora en Folch no han tenido problemas en trasladar esa sensibilidad arty a clientes institucionales como el Ministerio de Ciencia, la Generalitat o el Ayuntamiento de Barcelona, que les encargó, entre otras cosas, una campaña para mejorar la imagen de sus funcionarios. Según Martínez, todas las empresas deberían plantearse que el diseño está al principio de un proyecto, no al final: “En todos los consejos de administración debería sentarse al menos un diseñador”.
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