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Sobremesas inesperadas: una cena que parecía un tostón y resultó fascinante

Andoni Luis Aduriz

Conviene mantener siempre la mente abierta. Sentarse a comer al lado de un desconocido puede hacer posible conversaciones efímeras y largamente memorables

Fotografía de Henri Cartier-Bresson.
Fotografía de Henri Cartier-Bresson.MAGNUM PHOTOS / CONTACTO

Durante las horas previas a la recogida de un galardón en Tudela, en la Ribera Navarra, leía en el hotel un texto de José Saramago en el que reflexionaba sobre la relación paternofilial. El Nobel aludía a lo erróneo de creer que los hijos pertenecen a los padres. Con este pensamiento dándome vueltas en la cabeza, invoqué muchas de esas ocasiones en las que he escuchado mencionar el carácter efímero de la vida. De lo importante que es sostener la mente en el presente y recordar lo fugaz de nuestro paso por el mundo. Y si es cierto que los hijos son prestados, me dije, no lo es menos que también lo son los padres, los hermanos, los familiares, los amigos o los compañeros de trabajo. Pero donde la fugacidad se revela más abiertamente, pensé, es en las ocasiones en las que se llega a conocer y a conversar con personas a las que habitualmente se contempla en la distancia. Básicamente porque ese encuentro transitorio, esa sobremesa tan productiva, muy probablemente no se vuelva a repetir.

Guanajuato es la capital del Estado mexicano del mismo nombre. En ese bello lugar de inclinadas y empedradas callejuelas repletas de arquitectura colonial me vi atrapado en una cena oficial que debía de estar en el programa del evento al que acudía como ponente. Así que me acicalé con mis mejores casuales ropas, las disimulé con una americana y me senté a la mesa que me habían asignado junto a autoridades, gobernantes, personal de la Administración y organizadores del encuentro. A mi izquierda tomó asiento una mujer mayor. Sospeché que se trataba de la esposa de algún político relevante y, con todos mis prejuicios conspirando contra mí, anticipé una cena eterna, repleta de conversaciones banales, de esas que logran que el tiempo transcurra a cámara lenta.

“Me llamo Guadalupe Rivera”, dijo con una energía y vitalidad en la voz que no casaba con la apariencia de aquella figura longeva. Pico, como la llamaba su padre, me habló de su madre, Lupe Marín, una mujer adelantada a su época. “Le pidió a mi papá que la pintara sin ropa estando embarazada, y así está en el mural de la creación de la capilla que se encuentra en la Universidad Autónoma Chapingo, a la vista de todo el mundo. Ese desnudo fue un escándalo en aquel primer cuarto del siglo XX. Al poco se separaron. Y nos fuimos con mi mamá y mi hermana a vivir a Guadalajara, a casa de mis abuelos”, me contó Guadalupe Rivera.

“En una ocasión me disgusté con mi mamá y me fui a vivir con mi papá a una casona de Coyoacán que se conocía como la Casa Azul. Era una casa alegre, llena de flores, con una biblioteca maravillosa, y con una cocina de leña, donde se comían cada día platillos de cocina mexicana y se celebraban cumpleaños, bautizos y fiestas populares. En una ocasión Frida [Kahlo] me regaló un libro que recibió de su mamá, Nuevo cocinero mexicano, en forma de diccionario. A mí siempre me ha gustado cocinar, tengo publicados tres libros con recetas. ¿Sabes que mi apellido, Rivera, procede de la Ribera de Navarra?”, me iba relatando, locuaz y empática. “Mi padre era de esa zona”, le dije, “de una localidad llamada Fitero”, a lo que ella replicó: “Mi bisabuelo, Anastasio de la Rivera, se vino a México porque lo querían matar los hijos de su esposa para quedarse con todo el capital. Su hijo, mi abuelo, Diego, suprimió del apellido familiar “de la” por considerar que era aristocrático, y él era progresista”.

Y así continuó la noche, entre recetas, vivencias apasionantes, anécdotas, confidencias y mi invitación a acompañarla por esa ribera de sus antepasados, que al igual que la Casa Azul de su juventud descrita por el poeta amigo de Diego Rivera y Frida Kahlo, Carlos Pellicer, es un lugar “donde la buena mesa y el buen sueño le dan a uno la energía suficiente para vivir sin mayores sobresaltos y pacíficamente morir…”.

Tiradito de mero entre México y Navarra

Tiradito de mero entre México y Navarra
Óscar Oliva

Ingredientes

Para 4 personas

La leche de tigre

  • 40 gramos de cebolla morada
  • 15 gramos de ajo
  • 20 gramos de apio
  • 20 gramos de pimiento rojo
  • 40 gramos de tomate
  • 4 unidades de maracuyá
  • 3 gramos de jengibre
  • 30 gramos de tallo de cilantro
  • 4 limas
  • 1 limón
  • 15 gramos de ají amarillo
  • 5 gramos de chipotle
  • 20 gramos de pimiento de piquillo

El tiradito

  • 500 gramos de mero limpio
  • Sal
  • Leche de tigre
  • Hojas de cilantro
  • Ají
  • Cebolla morada

Instrucciones

1.

Limpiar y pelar la cebolla, el ajo, el apio, el tomate y el jengibre. Cortar en dados irregulares y reservar. Por otro lado, limpiar y cortar los tallos de cilantro, el chipotle, los pimientos y el ají, y reservar. 

2.

Abrir los maracuyás y extraer la pulpa con la ayuda de una cuchara y reservar. Abrir las limas y el limón y extraer su zumo sin apretar demasiado para no sacar compuestos que puedan amargar. Cuando lo tengamos todo, triturar y reservar en frío.

3.

Retirar la piel al pescado y cortar en láminas no muy finas. Salar y reservar. Cortar la cebolla en juliana muy fina y el ají en rodajas. Reservar.

4.

Disponer el pescado en el plato y aliñar con la leche de tigre y las guarniciones al gusto.

Aporte nutricional

El mero es un pescado semigraso que contiene 6 gramos de grasa por cada 100 gramos de porción comestible. Su contenido en proteínas no es muy elevado, si bien estas son consideradas de alto valor biológico y contienen todos los aminoácidos esenciales. Este pescado posee diferentes vitaminas y minerales. Entre las primeras destacan las del grupo B, como B2, B3, B6, B9 y B12. El mero aporta 1,18 kilocalorías por gramo, por lo que es indicado para dietas bajas en grasa.


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Sobre la firma

Andoni Luis Aduriz
Andoni Luis Aduriz (San Sebastián, 1971) es un cocinero reconocido internacionalmente que lidera desde 1998 el restaurante Mugaritz, en Errenteria, con dos estrellas Michelin. Comunicador y divulgador, colabora desde 2013 con ‘El País Semanal’, donde comparte su particular visión de la gastronomía y su mirada interdisciplinar y crítica.

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