Los artistas que cazaban ratas o el reverso del Japón de colorines
El colectivo Chim Pom nació como respuesta al arte hipercolorista y acrítico de su país y lleva 15 años moviéndose entre el humor y la crítica.
TODO EMPEZÓ con una rata, una superrata. En 2006, los seis miembros que forman el colectivo artístico Chim Pom —lo escogieron porque suena parecido a la palabra japonesa para “polla”— se dedicaron a capturar algunas de las ratas que corretean por el barrio tokiota de Shibuya, a las que se conoce como superratas porque se han hecho inmunes a todo pesticida. Las disecaron y las pintaron para que se pareciesen a Pikachu, el personaje de Pokémon. Los dioramas que hicieron con ellas funcionaban como una burla del movimiento Superflat, liderado por Takashi Murakami, que exportaba en esos días de prerrecesión una imagen eternamente consumista y optimista del país, un Japón de colores saturados y dibujos animados.
Desde entonces el colectivo ha seguido presentando la cara opuesta al kawaii, el concepto nipón que prima lo mono, lo estéticamente adorable. Pero ya no están tan solos. “Después del terremoto y del desastre nuclear de Fukushima en 2011, hubo un giro. A partir de ese momento, surgió una escena artística más comprometida”, cree Ushiro Ryuta, uno de los tres chim poms que visitó Barcelona el pasado noviembre para participar en el festival Influencers.
En 2015 instalaron en cuatro casas evacuadas de Fukushima una exposición titulada Don’t Follow the Wind (no sigas al viento) con obras de artistas como Ai Weiwei, que permanecen allí pero son inaccesibles al público, puesto que la zona sigue siendo peligrosa por la radiación y está prohibido el acceso. “Nadie ha podido verla, no hay una imagen en Instagram, así que requiere una gran cantidad de imaginación. La idea es que las imágenes tienen límites a la hora de captar ciertos fenómenos”, explica Ushiro. De los seis miembros, solo Ellie estudió arte y diseño. El resto son autodidactas y compatibilizan el arte con otros trabajos, como Ushiro, que trabaja en la construcción. ¿Y los demás? “No lo puedo decir. A veces bordean el mercado negro”, ríe Ushiro. Desde Tokio, un amigo suyo va traduciendo la entrevista a través de un móvil.
Tras 15 años en activo, el colectivo está cerrando algunos capítulos. Este año publicaron un libro monográfico sobre su trabajo (We Don’t Know God. Chim Pom 2005-2019, en Idea Books), participaron en la Triennale de Aichi, en Nagoya, y para 2021 tienen prevista una retrospectiva de su obra en el Museo de Arte Mori de Tokio. “Pero no vamos a hacer lo que hace todo el mundo en estas exposiciones”, avisa Ushiro. “Quizá no llevaremos nada de nuestro trabajo anterior”.
Tampoco sería fácil trasladar a esa galería, en el piso 54º de un rascacielos, muchas de sus acciones. El verano pasado montaron una planta cervecera poco salubre en Mánchester para recordar la conexión de la ciudad entre el cólera y la cerveza, que se bebía porque se consideraba que era más higiénica que el agua. Llamaron a su cerveza “una gota de pandemia”. En 2017 instalaron una casita en un árbol en Tijuana, pegada a la frontera con EE UU, y le colocaron una bandera estadounidense. La idea es que funcione como un precario centro para visitantes para gente que no puede cruzar la frontera.
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