Si compras en Amazon te interesará este libro
‘Cállate Alexa’ es un ensayo crítico de un profesor universitario alemán que incita al lector a consumir sin echar mano del gran distribuidor global
Es cierto que Amazon se ha instalado en nuestras vidas con una facilidad pasmosa. Es, por así decirlo, el mayordomo ideal: ese que con un simple chasquido de dedos (o un clic sobre el teclado) nos consigue en tiempo record y a precios casi sin competencia todo cachivache que se nos pase por la cabeza aunque tenga que hacerlo venir de las quimbambas. Es tan práctico que tendemos a silenciar todo el río revuelto que rodea al gigante del comercio online: que si prácticas monopolísticas, que si evasión fiscal, que si poca consideración por sus empleados. Nuestros deseos son órdenes para el mayordomo Amazon y eso es lo que pesa en realidad para nosotros al final del día.
Así que recibí con curiosidad Cállate Alexa, un panfleto contra Amazon escrito por Johannes Bröckers, un profesor universitario alemán experto en marketing. El libro, que acaba de publicar en español la editorial valenciana Fuera de Ruta no pasa de las setenta páginas. Pequeño libro pero de gran ambición: busca desvelar al gran público las vergüenzas de Amazon, vergüenzas que entre todos contribuimos a acrecentar. Y de la información a la acción: el libro pretende también que el lector modifique sus hábitos de consumo. De momento ha levantado ya bastante polvareda en Alemania, donde se han vendido 25.000 ejemplares.
¿Vamos a tomarnos en serio como consumidores o continuaremos cómodamente tirados en el sofá?
El libro no documenta con casos concretos y prácticos de lo que supone la existencia de Amazon aunque al final se incluye una lista de bibliografía y enlaces donde profundizar sobre el tema. Es más bien una larga exhortación dirigida al lector/consumidor trufada de todos esos daños colaterales que resultan de la compra en línea de Amazon. El autor afirma que “no podemos quedarnos mirando cómo Amazon pasa de ser el vendelotodo al dominalotodo y del sabelotodo al destruyelotodo”.
Y lleva razón Bröckers cuando denuncia que este tipo de consumo contribuye a construir alrededor nuestro un mundo desolado y desolador, ya que provoca el cierre del comercio local; tolera condiciones de trabajo penosas; obvia los pecados fiscales; favore el monopolio; incrementa el número de trayectos por las entregas y devoluciones y por lo tanto contribuye a aumentar la contaminación.
Nuestra comodidad (de comprar repantingados en el sofá a golpe de clic) tiene un coste altísimo para el exterior y también para nuestro mundo interior. En un pasado no tan lejano la compra compulsiva podía evitarse simplemente sin salir de casa u obviando ciertas zonas comerciales. ¿Qué pasa ahora cuando no es el super ni la tienda de moda, sino el hipermercado global, el universo de objetos potencialmente tentadores, quien se instala en el salón-comedor de casa y con intención de quedarse?
El libro desgrana algunas cifras que merecen un aparte. Entre todos hemos convertido al propietario de Amazon, Jeff Bezos, en una de las personas más ricas del mundo. Sólo 58 países tienen un PIB superior a la fortuna privada de Bezos. El servicio de Amazon Prime, él solito, cuenta con 100 millones de clientes, dos veces más habitantes que España, por ejemplo.
Desengancharse de la noche a la mañana es casi imposible cuando nos hemos maleducado y consentido a nosotros mismos de manera repetida. ¿Dejar de comprar completamente en Amazon? No soy muy partidaria de los cambios radicales ¿Por qué no ponerse metas menos ambiciosas pero más fáciles de asumir desde un punto de vista psicológico? El consumo tiene que ver en realidad mucho con la psique. Hay que hacer igual que con el coche: no se trata de eliminarlo de entrada sino que hay que buscar alternativas. A veces nos pasará que, descartadas todas las opciones, el coche será la única posibilidad y habrá que aceptarlo.
Lo mismo con la compra de Amazon. ¿Por qué no buscar alternativas reales, físicas y virtuales? Quizá nos lleve más tiempo la compra (a lo mejor habrá que desplazarse físicamente), quizá nos resulte algo más cara (a lo mejor habrá que pagar gastos de envío), pero estaremos enviando muchos mensajes positivos a la sociedad: que apostamos por el comercio minorista (físico y en línea), que queremos una ciudad menos contaminante y menos contaminada; que no nos parece bien que se pierdan por el camino los derechos laborales que tanto ha costado conquistar; que es de justicia que se reparta el pastel entre muchos y no que lo acapare todo uno solo. La verdadera pregunta es: ¿vamos a tomarnos en serio como consumidores (y como ciudadanos) ahora que llega la hora de la verdad o continuaremos cómodamente tirados en el sofá, indiferentes al mundo exterior, siempre que nuestro paquete llegue a tiempo como se nos prometió?
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