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La zona fantasma
Columna
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El factor aversión

Javier Marías

Con su coalición súbita y cínica Sánchez se ha enajenado a millones de españoles, sin conquistar a ninguno nuevo

CUANDO ESTO se publique, es posible que esté cerca la formación de nuevo Gobierno o que el preacuerdo entre el PSOE y Podemos se haya ido al traste por falta de apoyos. Sea como sea, el paso dado por el primero de estos partidos ya es irreversible y quizá lo condene, a medio plazo, a seguir la triste senda que recorrió Ciudadanos el 10 de noviembre, cuando pasó de 57 a 10 diputados.

Confieso que no entiendo a los políticos actuales. No ya por sus ideas o ideologías o propósitos (que a menudo tampoco), sino por su incapacidad de visión larga y sus estrategias. Todos parecen haber prescindido de un factor hoy determinante, en mi opinión profana. Hace ya tanto tiempo que, salvo a los militantes e incondicionales de cada formación, nos resulta imposible sentir estima o simpatía por quienes se ofrecen para gobernarnos; hace tantos años que la mayoría votamos lo que nos resulta menos insoportable entre una galería de males; que la tentación de abstenernos nos va en aumento a cada convocatoria; que a los electores oscilantes (que son los más, los que en su momento otorgaron mayorías claras al PP o al PSOE) se dedican no a elegir, sino a descartar escrupulosamente a quienes en modo alguno desearían ver en La Moncloa, que ya no cabe duda de que la aversión se ha convertido en el factor predominante. Mucha gente no sabe lo que prefiere, pero sí lo que detesta por encima de todo. Hasta el punto de que las propias bases de los partidos, nada representativas del total de los votantes, han tomado por costumbre congregarse ante sus respectivas sedes para gritar negaciones: “¡Con Fulano no!”, es decir, con cualquiera menos con ese o esos, manifestando no lo que quieren, sino solamente lo que no consienten. Si eso no es un síntoma de la importancia del factor aversión, no sé qué puede serlo.

Pues bien, siendo esto tan evidente, nuestros partidos han resuelto ignorarlo y así, uno tras otro, se van granjeando la antipatía invencible de quienes a la postre determinan los resultados: los votantes no fanáticos ni inmutables, los que se lo piensan mucho cada vez y se guían por sus descartes, los vacilantes, los poco fieles, los cambiantes, los que sólo optan por lo menos nefasto y nunca por lo más beneficioso (ya no ven beneficios en ningún lado). El descalabro de Ciudadanos se debe a varios motivos, pero a buen seguro uno de ellos es este: por mucho que intentara disimularlo, entre abril y noviembre sus votantes más convencidos percibieron la transigencia con Vox y la cogobernación con Vox en muchos sitios. A los inamovibles del PP eso no les provocaba demasiado rechazo, porque el partido de extrema derecha los representaba en parte. Pero la animadversión que suscita Abascal queda patente en las encuestas, y era natural que los electores más centristas y moderados de Ciudadanos vieran a éste irremisiblemente invalidado y contaminado por su connivencia hipócrita con los nostálgicos de una dictadura.

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Me temo que lo mismo le va a suceder antes o después al PSOE con la contaminación que para él supone Podemos. En esas encuestas Pablo Iglesias (al menos hasta que apareció Abascal) es invariablemente el líder peor valorado por el conjunto de los opinantes. Es obvio que, tras esa alianza, nadie de derechas votará de nuevo a los socialistas; ni nadie de centro, sea eso lo que sea, y todo partido necesita papeletas “ajenas” para ganar con claridad suficiente. Pero es que tampoco lo votarán en el futuro numerosos socialistas, véase ya el ejemplo del antiguo Presidente de Extremadura. Tampoco arañará votos entre los podemitas, que seguirán leales a su favorito; ni entre los independentistas, que continuarán con sus sectas; ni entre los peneuvistas y proetarras monolíticos. Sánchez, político soso y adusto, ha desestimado el factor aversión y no compensará las pérdidas que éste trae. Con su coalición súbita y cínica se ha enajenado para largo tiempo a millones de españoles, sin conquistar a ninguno nuevo.

He dicho “cínica” y me quedo corto, pero es que no hay palabra de mayor envergadura. No quisiera repetir lo ya escrito, pero no está de más subrayar lo siguiente: antes de las elecciones de abril Podemos contaba con 71 diputados. Ahora, cuando ha perdido más de la mitad y tan sólo le restan 35 —cuando es un partido en retroceso, a la baja—, se recurre a él y se lo premia frívolamente con una vicepresidencia y tres ministerios, a cambio de formar un Gobierno (si se forma) impopular, precario, lleno de tiranteces y de adversarios acérrimos. Y a cambio de recibir el PSOE el rencor profundo, y quizá definitivo, de la mayoría de los ciudadanos. Lo que Sánchez ha olvidado es que siempre hay “otra vez”, y que todos vuelven a votar en la próxima, incluidos los que buscarán siglas distintas y colocarán al PSOE en lugar destacado de su lista de descartes. Sólo puedo añadir que lo lamento personalmente. Nunca es grato ver cómo alguien con historia se perjudica, o se suicida.

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