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Las chicas también juegan al fútbol

HAY EN HUANCAVELICA, Perú, una casa que pasa desapercibida. Por su fachada, podría ser el almacén de un taller. O un local abandonado. Enseña un exterior de piedra basta pintada con desgana de blanco y carteles publicitarios que, en el pasado, quizás se pelearon por ser los más llamativos de la pared, pero ahora lucen rotos y desgastados. Visto desde fuera, cuesta imaginar que esta casita esconda en su interior dos alturas. Y un hogar. El hogar de Deysi.

Su estrecha puerta metálica de color azul da paso a un salón que tiene amarillas las paredes, los sofás y hasta el mantel de ganchillo que cubre las mesas. Los techos, forrados de plástico trasparente, parecen haber sido colocados para proteger la casa del polvo que desprende una obra. Solo que no existe tal obra. Pasado el salón, en la cocina-comedor, otro enorme plástico amarillo con cinta adhesiva cubre más de la mitad de una de sus paredes. Apenas hay espacio, ni a lo alto ni a lo ancho. A la derecha de la cocina-comedor, una escalera que hay que subir casi de perfil y retorcerse. ¡Cuidado con la mesita de la izquierda, cuidado con la viga de madera en el techo! Y aquí, un único dormitorio con tres camas para cuatro y la ropa amontonada y ordenada donde se pueda. El baño se encuentra en el salón, en el pequeñísimo hueco bajo la escalera. Cada estantería, cada mesa y cada silla en esta casa están colocadas como si fueran piezas de tetris que van cayendo sin orden, y en los espacios entre una y otra se mueven sus inquilinos: cinco personas, tres perros y un gato.

Deysi juega al fútbol los fines de semana.
Deysi juega al fútbol los fines de semana.Gorka Lejarcegi

Aquí vive Deisy, de 17 años, con su madre, sus dos hermanos y su abuela, la única con habitación propia. Un lujo de casa para ella, que la compara con el primer hogar que conoció: “Mi mamá se ha esforzado tanto para construir esto. Antes no teníamos nada. Todo era oscuro. Había una mesa. Pero ni silla teníamos. Y una cama para seis”. Deysi no puede describir más porque se le cierra la garganta y le viene el llanto. Ahora tienen de todo, aunque sea incrustado a empujones en cada rincón. Tienen televisor, wifi, ordenador, móviles y Netflix para ver La casa de papel.

Deysi es pequeñita y tímida, pero nació con un resorte que le hace saltar ante las injusticias. Cuando tenía 13 años, ocho compañeras de su colegio le contaron que un profesor les había pedido cinco soles a cada una porque no habían entregado un trabajo a tiempo. “Ese profesor me daba miedo, pero me pareció totalmente injusto. Salí con mis compañeras y le dije: 'profesor, vamos a conversar…'. No sé en que estaría pensando. Le dije: ‘Tengo entendido que les has pedido plata a mis compañeras y siento que es necesario que usted la devuelva porque ellas no tienen’. Al final les dio el dinero. Ese día teníamos clase con él y al terminar me llamó cuando toditas se habían ido y me dijo: ‘Trae tu cuaderno’. En la última página escribió algo que no vi. Ese día le conté a mi madre lo que había pasado y le pedí que me esperara a la salida de la escuela porque me daba miedo. Al salir, le enseñé el cuaderno y decía: ‘Su hija es una gran estudiante, felicitaciones por la hija que tiene”.

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Deysi aprendió de su madre que no debe quedarse callada ante las injusticias. De las que la rodean hay una que le revuelve las entrañas: la desigualdad entre hombres y mujeres. La ha respirado desde niña en Huancavelica. Cuenta que ha visto cómo pegaban a una mujer en plena calle sin que nadie hiciera nada para impedirlo. Almacena otros recuerdos similares en su memoria. “Una vez salí con mi mamá y pasó una pareja con su bebito, se pararon en una tienda y la señora agarró una chompa (cazadora) y él empezó a decirle de forma despectiva que no se la iba a comprar. Ella quería la chompa pero no tenía dinero, quien tenía el dinero era el esposo. No me hizo sentir cómoda esa situación. La señora dejó la prenda y se fue detrás de él. Siempre he visto este tipo de casos y pensaba que no era posible que se tratara a la mujer así. Si hoy en día se considera que hombres y mujeres tenemos los mismos derechos, no es justo que los varones sigan pensando que son superiores a nosotras”.

El sueño de Deysi es montar una casa refugio para mujeres maltratadas

Cuando llegó el momento de decidir qué carrera quería estudiar, supo que quería contribuir con su formación a estrechar la brecha de género. Descubrió Obstetricia y le gustó la atención que presta esta especialidad a la mujer. Pero también su labor de divulgación. En Huancavelica, según datos de 2017, el 15% de las adolescentes de entre 15 y 19 años estaban embarazadas o ya eran madres. Deysi lo ha visto en cinco compañeras de colegio que, cuenta, dejaron los estudios para cuidar de sus bebés. “Quiero trabajar atendiendo partos y dar charlas de información sobre educación sexual. Es importante ofrecer información a los adolescentes. Se está viendo mucho embarazo adolescente y es porque no reciben la educación correcta, quiero dar ese servicio para que disminuya. Hay muchas chicas jóvenes con planes y metas, y a veces un embarazo precoz acaba destruyendo esos planes”.

Pero el sueño de Deysi es montar una casa refugio para mujeres maltratadas. En 2018 se registraron en Perú 147 asesinatos de mujeres, un 21% más que en 2017. La cifra le espanta y le preocupa que las víctimas de maltrato no sepan dónde acudir. En Huancavelica, Deysi no conoce ninguna casa refugio, tampoco asociaciones ni movimientos feministas que le ayuden a recabar información. Cuando le entra la curiosidad, consulta en Google, pero con más caos que orden. “No sabría decir si soy feminista. Estoy a favor de que las mujeres y los hombres tengan los mismos derechos. He buscado en Internet si está bien, los pros y los contras. Una vez vi un vídeo que decía que si va a favor de la igualdad ¿por qué se llama feminismo?”

Gracias al dinero que Deysi gana vendiendo dulces en la plaza se puede matricular en la universidad.
Gracias al dinero que Deysi gana vendiendo dulces en la plaza se puede matricular en la universidad.Gorka Lejarcegi

Los fines de semana, Deysi se recoge su larga, negra y lisa melena en una coleta. Se embute en un chándal y mete dentro de una mochila parda de cuero sus botas de tacos. Pasa las mañanas de los sábados en el campo de fútbol con las chicas que consigue reclutar. Le encanta este deporte. Lo juega desde niña. Se crió con sus dos hermanos y tres primos. El pasatiempo preferido de los cinco varones era salir a la calle a darle patadas al balón. Ella se volvía loca por participar también. Pero era una chica y ninguno de ellos se imaginaba si quiera que pudiera jugar con ellos. Ella no desistía y salía a verlos divertirse. Hasta que un día les faltó un jugador y la llamaron a ella. Poco a poco Deysi se convirtió en una más. Y ha descubierto el poder de este deporte. “Yo mediante el fútbol trato de empoderar a las chicas para que salgan de ese pensamiento que tienen los varones de que solo las mujeres están en la casa y mediante el fútbol podemos empoderar a las chicas y poder lograr lo que queremos”.

Las mañanas de los sábados se desfoga carrera arriba y abajo en un campo de fútbol al exterior. Sin acusar la fatiga de estar corriendo y saltando a 3.600 metros de altura porque su cuerpo, menudo y compacto, está más que adaptado a este medio. Las tardes son para ayudar a la economía familiar. Después de comer, se mete en la cocina con su madre. Cubren de caramelo las manzanas y de chocolate las uvas. La familia prepara todo tipo de dulces para venderlos en la plaza. Con esto se sacan un sobresueldo que permite a la madre tener a sus tres hijos en la universidad. Aunque algunos sueños aún se le resisten. “Yo tenía tantas ganas de estudiar en Lima… Pero no. Lo que mi mamá gana es para pagar la luz, el cable, el agua, lo que necesitan mis hermanos o lo que necesito yo. He tenido que quedarme a estudiar acá aunque en serio tenía tantas ganas de estudiar fuera”. Y deja de hablar porque de nuevo se le cierra la garganta. 

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