El español que reinventa a Papá Noel para Netflix estas Navidades
El autor original de Gru, la franquicia de animación más taquillera de la historia, reinterpreta para Netflix la leyenda de Santa Claus.
AUNQUE ESTO va de Santa Claus, todo empezó en Marbella durante una tormenta de verano. Un niño llamado Sergio está sentado en un cine al aire libre que proyecta El libro de la selva. Cae un chaparrón y todo dios corre a ponerse a cubierto. Pero queda un asiento ocupado. Es el niño, que sigue ahí. Sus padres no han logrado convencerlo de que se mueva. Ellos han ido a guarecerse. Sergio no. Le da igual la lluvia, no la siente. Ahí se queda, con las pupilas en vilo, calado de agua hasta la punta de los pies, contemplando las aventuras de Mowgli por una selva de la India y, sin saberlo, embrujado ante su propio destino: la animación.
—Quedará libre ahora mismo —dice su ayudante—. Puede haber un retraso de uno o dos minutos.
En efecto, Sergio Pablos está listo para la entrevista con puntualidad. Es un individuo fuerte, pulcro, resolutivo y de tono monocorde.
Posa para el fotógrafo dibujando. Toma el lápiz digital con la zurda de un modo peculiar, poco ortodoxo, pero sus movimientos sobre la pantalla son tan fluidos como cabía esperar de este pionero español de las películas de dibujos animados. Es un primer espada del género forjado en Disney, fundador de The SPA Studios, donde concibió la idea original del megaéxito Gru, mi villano favorito, que Universal le compró y después convirtió en la franquicia de animación más taquillera del cine.
Ahora se prepara para el estreno en noviembre en Netflix de la primera producción propia de SPA (en colaboración con Atresmedia), el largometraje animado Klaus, dirigido por él. Pablos reimagina cómo empezó el mito de Papá Noel. Un cartero llega a su nuevo destino, un pueblo remoto y en el que todos los vecinos se aborrecen, y se queda aterrorizado. Quiere irse de allí y se pone a hacer méritos, tratando de reactivar el dinamismo postal del lugar. Lo que ocurre a partir de ahí es el secreto de la historia, y desemboca, cómo no, en el surgimiento de la leyenda del barbón níveo —¡ho ho ho!— que hace feliz a los niños con sus regalos.
En su sede de Madrid, ha comandado durante año y medio a un joven e internacional equipo de más de 100 personas para hacer realidad la apuesta de Netflix. “Nos han dado una oportunidad enorme”, dice, y aunque parece un hombre de templadísimos nervios, reconoce sus ansias por que llegue la hora del estreno. Este proyecto es para Pablos, de 49 años, la concreción de su anhelo de toda la vida de ser autor y productor de una película de dibujos. Desde niño se lo repitió a sus padres, y ellos se reían. Pero cuando a los 18 años les pidió apoyo para irse a Los Ángeles a estudiar animación, dejaron de reírse y exclamaron: “¡Coño! ¡Qué era verdad! ¿Y ahora qué hacemos?”.
¿Qué hacemos? Pues, por ejemplo, pagarle unos estudios de alto nivel allí, en Los Ángeles, en CalArts, una formidable escuela de artes visuales. Eso hicieron sus padres, que tenían una cadena de videoclubes con la que su hijo se nutrió de cine desde pequeño. Respaldaron su aventura californiana, además en una época, finales de los ochenta, en la que el sector de la animación estaba tan mal, recuerda, que “hasta parecía que Disney cerraría”.
Terminó su formación en Estados Unidos. Volvió a España. A mediados de los noventa se fue a París a trabajar para Disney y participó en El jorobado de Notre Dame y Hércules. En 1999 la compañía se lo llevo a Los Ángeles y le encargó para Tarzán el personaje de Tantor, un elefante miedoso. Luego dibujó para ellos en El planeta del tesoro y en 2002 se decidió, temblando pero con arrojo, a dejar Disney y volver para aplicar lo aprendido y “contribuir al desarrollo en Europa de la industria de la animación”. Le dio miedo irse de Disney, pero le parecía que la compañía de mister Walter Elias Disney “había perdido el norte” en aquel tiempo y no estaba dando pie con bola.
Conque, sí, Pablos regresó. Y no fue el único golpe de timón que dio. Por entonces la animación digital empezaba a comerse a la tradicional, y él, viendo que su pasión por el dibujo a mano ya no tendría tantas salidas y con ganas de ampliar miras, se propuso dar el salto al guion y a la producción. “Quería probarme y ver si sería capaz de convertirme en un cineasta”, dice. Entró como director creativo en una empresa de Madrid, pero el proyecto se hundió y para saldar cuentas con él le dijeron que bueno, amigo, si quieres, quédate con las mesas y con los ordenadores. Ahí es cuando nuestro hombre hubiera podido romper a llorar pensando en Disney y en la dulce Los Ángeles y en cómo la pifió, pero él, un tipo rocoso, en vez de hacer eso, fundó a partir de esos despojillos The SPA Studios —Sergio Pablos Animation—. Durante años luchó por sacar la empresa adelante. Fue una tarea ardua. “Siempre digo que si tuviéramos un libro narrando la historia de SPA, esta sería una lista de fracasos”, comenta sin reparos, porque una de las cosas que aprendió en sus admirados Estados Unidos es el tópico (mas no por tópico sin razón) de que, para llegar a triunfar, primero puede ser conveniente pegársela.
Entre sus fracasos incluye su idea cumbre hasta la fecha, Gru, porque la parió, sí, pero no encontró otra opción que venderla a Universal, que la ha explotado como una franquicia que ya supera los 3.000 millones de euros de ingresos y que ha sido producida en Francia. No suspira de pena al abordar el tema. Dice que no se trata de dinero. Solo insiste en que Universal podría haber hecho Gru en España si en su país se ofreciesen mejores incentivos fiscales. En el caso de Klaus, el problema de los impuestos no hizo que Netflix diese un paso atrás, según detalla. La prioridad de la plataforma era que su primer largo de animación familiar fuese óptimo y se consideró que la mejor manera de lograrlo era dejar a Sergio Pablos producirlo a gusto en Madrid con su equipo.
El día de la entrevista se palpaba la concentración entre la plantilla, en medio de ese ambiente de perfeccionismo obsesivo y despreocupación formal —un rastafari por allí, por allá una chica con una diadema con orejas de ratón— que caracteriza al nuevo mundo digital. Todos puliendo los últimos detalles de una versión de Santa Claus que según Pablos “huye de lo ñoño” y aspira a ser un éxito navideño. “Hemos intentado hacer una gran película. El público dirá si lo hemos logrado. Si dicen que no, la culpa será mía. Si dicen que sí, el mérito será de todos”, comenta a las puertas de su Rubicón cinematográfico, y se embucha un chicle de menta para continuar otra de sus jornadas de 16 horas de trabajo.
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