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Un algoritmo facial inesperado

La reconstrucción de la cara de una niña denisovana a partir de su ADN supone un salto en la genómica

Javier Sampedro
Liran Carmel, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, revela un modelo en 3D de un denisovano.
Liran Carmel, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, revela un modelo en 3D de un denisovano.MENAHEM KAHANA (AFP)

Justo ahora que estamos aturdidos por los talentos del reconocimiento facial, sus indudables avances técnicos, sus notables deficiencias y los proyectos empresariales y políticos para utilizarlo en la persecución del crimen –incluidos crímenes tan espantosos como saltar una frontera para ganarse la vida—, justo ahora, resulta que hay un tipo enteramente nuevo de algoritmo facial que no está escrito en ristras de ceros y unos en un chip de silicio, sino en la secuencia de cuatro letras (gatacca…) del ADN. Lee en Materia cómo unos investigadores españoles e israelíes han logrado hacer un retrato robot de una niña denisovana partiendo exclusivamente de su genoma. Un trocito minúsculo de la última falange del dedo meñique de la niña de aquella especie extinta ha permitido reconstruir su aspecto físico. Es un logro asombroso.

Muchos genetistas consideraban probable esta hazaña. Al fin y al cabo, conocemos desde hace medio siglo que hay genes de la forma, segmentos de código máquina que dictan dónde deben estar las estructuras del cuerpo, cuánto deben crecer y qué morfología deben adoptar. Hace décadas que los científicos pueden deducir de una mera secuencia de ADN si su propietario es un pez o un mamífero, un insecto o un arácnido, si vuela o no, cuántas patas tiene, qué come y cuáles son los sentidos con los que interactúan con el mundo. El nuevo trabajo es una extensión natural de esa creciente capacidad predictiva, pues la cara está hecha de formas, y las formas están dictadas por los genes, o al menos muy influidas por ellos. Por eso los hijos se suelen parecer a sus padres. Pero no sé cuántos genetistas actuales contaban con conocer este resultado durante su vida. A alguno le pillará con el pie cambiado.

Otro mensaje del artículo es la evidencia creciente de la importancia de la epigenética. La epigenética no trata de alteraciones en la secuencia del ADN (como gatacca-catacca), sino de otras cosas que se le pegan encima (de ahí epigenética, literalmente encima de los genes). Las dos fundamentales son unas proteínas llamadas histonas y algunos de los radicales más simples de la química orgánica, como el grupo metilo (–CH3, un átomo de carbono enlazado a tres de hidrógeno y con un enlace disponible). Cuando un gen se cubre de grupos metilo, lo más común es que se inactive en todo o en parte, o en unas zonas del cuerpo y no en otras, o en ciertas fases del desarrollo más tempranas o tardías. Esas modulaciones epigenéticas han sido la clave para deducir la cara de la niña denisovana. Los grupos metilo seguían allí después de 50.000 años, listos para filtrar una foto de su dueña.

Lo demás es seguramente carne de CSI. Esa serie nos ha acostumbrado a todos a la posibilidad de leer el ADN de un sospechoso a partir de un pelo, una célula de la piel atrapada entre las uñas de la víctima, o una humilde mota de caspa. Peros esas secuencias genéticas no significan nada si no casan con otras almacenadas en las bases de datos. La mera posibilidad de utilizarlas para deducir la cara de su portador daría para otras cinco temporadas o, preferiblemente, para una serie enteramente nueva.

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