El hombre que no quería ser presidente
Hay algo que no se puede gobernar a golpe de tuit y es una comunidad de vecinos. La lucha es presencial. La batalla por la reputación es diaria. Puerta a puerta.
Un político español ha acusado a un rival, candidato a presidente de una comunidad autónoma, de no estar capacitado para esa misión y lo ilustró con la siguiente frase: “¡Usted no vale ni para presidir una comunidad de vecinos!”. Me llevé las manos a la cabeza. No por el acusado, sino por el acusador. He ahí un hombre, pensé, que no sabe lo que es jugarse el tipo en primera línea de la sociedad de riesgo. Hay algo que no se puede gobernar a golpe de tuit y es una comunidad de vecinos. La lucha es presencial. La batalla por la reputación es diaria. Puerta a puerta.
No digo que gobernar un país sea fácil. Pero gobernar una comunidad de vecinos equivale en muchos casos a gestionar una república confederada, donde cada piso es una nación. Con su historia, con su identidad. Y con su misterio o zona de sombra. También en muchos edificios o bloques de viviendas existe la España vaciada. Alguien que se marchó y dejó sus pasos arrastrándose en la noche, como un registro de catastro sonámbulo. O una lámpara siempre encendida, como la de aquel irlandés que emigró a Australia solo para fastidiar a la compañía eléctrica.
Llegar a un acuerdo para gobernar España parece haberse convertido en una tarea poco menos que prometeica. Un enredo de dioses, héroes, gurús y cenizos. No porque nadie quiera formar parte de ese Gobierno. Al contrario. Pero todos los días se constituyen gobiernos de comunidades de vecinos en juntas o asambleas en las que el conflicto principal radica en que nadie quiere ser presidente ni tener cargo alguno. Las negociaciones suelen ser agotadoras. Desesperantes. Se manifiestan todo tipo de síndromes, empezando por el del callejón sin salida. Hay quien descubre que el monstruo que todos llevamos dentro, también se puede llevar por fuera. Observas que aquel vecino tan apacible, el que te daba con precisión cada mañana el parte meteorológico en el ascensor, de repente se pone en pie, sacude irritado la cabeza, nos perfora con una mirada de láser y comienza una malsonante diatriba contra el mundo seguida de una ráfaga de blasfemias en las que baja del cielo a todos los santos y vírgenes. La situación es muy incómoda, podría entablarse una competición de insultos, pero nadie se inmuta. “¡Pobre!”, tiene el síndrome de Tourette”, comenta a mi lado una vecina, comprensiva, sin alterarse, orgullosa de la diversidad comunitaria. Hay quien refunfuña por lo bajo, pero la asamblea permite que el sulfurado se alivie, con esa sabiduría popular de no interrumpir a un hombre que echa humo por la nariz.
Llega un momento en que no te aburres. Esto es alta política. La gente negocia arduamente, con todos los recursos de la oratoria, desde la ironía hasta el silencio elocuente, con un objetivo claro: no gobernar. Se lucha con tenacidad e inteligencia para no tener ningún cargo. Todo el mundo aquí se afana para conseguir convencer a un hombre o a una mujer que presida la comunidad, con tal de que no sea uno mismo. Es un espejo invertido de la política española. La gente que interviene se esfuerza en rebajar sus méritos, compite en quitarse medallas, como un soldado que se niega al ascenso, mientras encuentras cualidades y virtudes de estadistas en personas que apenas conoces.
—¿El del séptimo? ¡Ese es un Churchill! ¡Mira cómo habla, qué analogías!
—¿Y la del cuarto?
—¡Mejor todavía, una Pasionaria!
El caso es que en esta lucha ferozmente democrática por no ser presidente, en las comunidades siempre acaba habiendo una presidencia.
Y a partir de ese momento, una vez tomada posesión, el escrutinio será igualmente feroz. El hombre que, en broma, se parecía a Churchill no tendrá más remedio que ser un Churchill. Y la mujer que apodaron la Pasionaria tendrá que ser una rebelde eficaz, una cuidadora indesmayable. Estar disponible en todo momento. In situ. Y con un trato igualitario, sin privilegios, sin sectarismos. La humedad del 5º izquierda es muy parecida a la del 5º derecha. Un trabajo no recompensado, donde la corrupción es imposible, porque en la república confederada de la comunidad de vecinos todavía se cuentan los céntimos.
Así que veo en manos de quienes está el mundo, los caretos de Trump, Putin o Bolsonaro, por no extenderme, y creo que es una gran suerte tener un presidente de la comunidad que no quería ser presidente. Lo escucho hablar de las bajantes de aguas o del precio eléctrico y me parece un Gandhi.
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