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Inversores chinos a la conquista del campo francés

Elaine Kwok, propietaria de tres 'châteaux' franceses, camina entre los viñedos de su Château Haut-Brisson.
Elaine Kwok, propietaria de tres 'châteaux' franceses, camina entre los viñedos de su Château Haut-Brisson.Patrick Aventurier (Getty Images)

Los agricultores franceses recelan de la compra de tierras cultivables por parte de inversores chinos atraídos por la fama de sus productos

EN PLENO corazón de Francia, donde los extensos campos de trigo se confunden con la inmensidad del cielo galo, una transformación silenciosa está en marcha. Desde hace ya unos años y de forma paulatina, cientos de hectáreas de tierras cultivables están pasando a manos chinas. Los agricultores franceses gritaron basta cuando el empresario multimillonario Hu Keqin se hizo con 900 hectáreas en el Allier en 2017. Esto se sumaba a las 1.700 hectáreas que el magnate ya había comprado en 2014 en la zona de Indre. Su objetivo era exportar trigo francés directamente a China para abrir una cadena de 1.500 panaderías especializadas en la baguette francesa. El made in France ofrece un prestigio atractivo a la creciente población china cuyo nivel de vida mejora, cambiando sus hábitos alimentarios.

Estas adquisiciones forman parte de la marea de compras de tierras agrícolas por parte de China en el mundo. Desde 2010 lleva invertidos 97.000 millones de dólares en agricultura. En parte es por necesidad; posee el 20% de la población mundial, pero cuenta con menos del 10% de tierras cultivables del planeta. A diferencia de otros países, el caso galo tiene la particularidad de que los franceses sienten su patrimonio y savoir-faire amenazados. Nos referimos al trigo que se transforma en sus baguettes y a los viñedos de donde salen sus aclamados vinos. Más de un agricultor lo equipara a que los franceses comprasen una parte de la Gran Muralla de China.

Algo parecido ocurre con los viñedos centenarios de Burdeos. Los chinos adoran el vino bordelés y su voracidad los ha llevado a adquirir más de 150 châteaux en los últimos 10 años. Por el contrario, los belgas tardaron más de 70 años en hacerse con 100 châteaux. Se estima que en 2021 China será el segundo mercado más importante de vino y los chinos se lanzan a comprar bodegas para aprovechar este crecimiento implacable del sector.

A los franceses no les hace gracia que se les cambie el nombre a las bodegas históricas, como ha decidido el empresario Chi Tong con sus châteaux: Larteau es ahora Conejo Imperial, Tour Saint-Pierre se rebautizó Château Conejo Dorado, Clos Bel-Air se denomina Gran Antílope y Sénilhac lleva ahora el llamativo nombre de Antílope Tibetano. También temen que algunos propietarios cambien el sabor de sus vinos para adaptarse a los gustos de los consumidores chinos.

Pero a pesar de lo que pueda pensar la opinión pública francesa, los chinos solo poseen el 2% de los viñedos de Burdeos, y en cuanto a tierras agrícolas adquiridas, solo representa el 1% de lo que China invierte en el mundo. La amenaza real no viene de fuera, sino que está en casa, dentro de las fronteras del hexágono. Lo que realmente está cambiando el panorama agrícola francés es su industrialización y el acaparamiento de tierras por parte de empresas, que aumentó un 20% entre 2006 y 2016. Los campos franceses pasaron de ser terrenos labrados por familias a ser explotaciones industriales cada vez más concentradas. El joven agricultor queda fuera de juego al no poder competir con los precios desorbitados que ofrecen los inversores de peso por una hectárea. Esto merma la economía local, su medio ambiente y el tejido social de los pueblos que poco a poco se están vaciando. Los grandes industriales se aprovechan además de una falla en la regulación y los organismos defensores del medio rural piden a voces que el Gobierno regule mejor las tierras agrícolas. ¿Qué pasó con Hu Keqin, que soñaba con ser el Marco Polo chino de la baguette? Consiguió abrir tres panaderías en Pekín, pero en mayo su filial china se declaró en quiebra.

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