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Lo que piensan madres y abuelas que defienden la ablación

Gambia, país con altas tasas de mutilación genital, la prohibió en 2015 y castiga con prisión a quien la practique. Pero muchas mujeres afirman saltarse la norma. ¿Qué hacer? Hablamos con algunas de ellas

UNICEF / Olivier Asselin
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Isatu (nombre ficticio) vive en Kerewan, un pueblo de la división norte de Gambia, a pocos kilómetros del río que comparte nombre con el país. Por su aspecto parece pasar los 60 años, aunque dice no saberlo bien. “Yo no me acuerdo de cuándo nací. Las mujeres mayores como yo no sabemos qué edad tenemos”, reconoce sonriendo. Habla en lengua mandinga, la más popular de esta nación, la más pequeña del continente africano y situada a su oeste, junto al Atlántico. A las puertas de su casa corretean unos 10 chavales. Dentro, la vivienda destila humildad: su cama se encuentra en el salón, donde también hay un par de sillones y una televisión diminuta que emite un sonido algo distorsionado. Isatu afirma que nunca fue al colegio, que toda su vida ha transcurrido en ese pueblo y que allí ha podido criar a su familia; cuatro hijas, tres nietos y cuatro nietas.

Cuenta Isatu que, para hablar de la mutilación genital femenina, prefiere no dar su nombre real. Tampoco permite fotografía alguna. Ella está a favor de esta práctica, la ha ejercido, pero su país la persigue desde noviembre del 2015. Entonces, el gobierno del dictador Yahya Jammeh (ya depuesto y huido a Guinea Bissau) aprobó una ley contra la ablación donde se castigaba a quien la practicara con penas de hasta tres años de prisión, multas de 50.000 dalasis (unos 1.100 euros, cuando el salario mínimo es de 45 euros) y cadena perpetua caso de que la menor falleciera durante el proceso. El actual ejecutivo, ya surgido tras las elecciones democráticas de diciembre del 2016, ratificó la prohibición, que incluye desde una escisión total o parcial hasta las prácticas “simbólicas” consistentes en la mella y el pinchazo del clítoris para liberar gotas de sangre. Y las madres y abuelas gambianas como Isatu no terminan de aceptarla. “Nuestra misión es perpetuarlo. Es nuestra tradición y nuestra cultura”, insiste.

Antes de esta ley, recuerda Isatu, la ablación era una fiesta. “No teníamos problemas. Al revés. Suponía un motivo para la felicidad. Tocábamos tambores, hacíamos música, nos reuníamos toda la familia... Ahora hay que hacerlo a escondidas porque han venido a decirnos que está mal”. Dice que fue ella misma quien se lo practicó a sus hijas y también a algunas vecinas, igual que su madre hizo con ella cuando era pequeña. “Las mujeres que pasan por ello tienen más facilidad para tener bebés que la gente que no se lo hace. Además, el clítoris crece y crece y, si no lo cortas, puedes llegar a desarrollar enfermedades en el futuro”.

— ¿Has hablado de ello con algún médico?

Antes, la ablación era una fiesta. No teníamos problemas. Al revés. Suponía un motivo para la felicidad. Tocábamos tambores, hacíamos música, nos reuníamos toda la familia

— Sí. Un doctor cercano, de un pueblo vecino, me contó que era necesario. Dijo que había personas en contra, pero que él estaba a favor. Yo creo que a la gente que no le gusta lo dice por dinero o por otros motivos que no tienen que ver con la salud.

Dembo (nombre ficticio), un hombre de unos 35 años que hace de traductor al inglés y que nació y vive en el mismo pueblo que Isatu, interrumpe la conversación. “Yo tengo dos niñas y, aunque todavía son muy pequeñas (tienen 6 meses y 4 años) van a pasar por este proceso cuando crezcan un poco. Es algo necesario. A mí me da igual lo que diga el gobierno. Ya estamos en democracia y deberíamos poder elegir”, sentencia. Después, Isatu sigue hablando. “Es que es un tema de salud. Si dejamos de hacerlo, ¿quién va a cuidar de que nuestras hijas tengan bebés? Nadie puede imponer una prohibición que sabemos que es malo para nosotras. No han podido pararlo y no lo harán tampoco en el futuro”.

Una práctica generalizada

La mutilación genital femenina en Gambia, cuya población total no llega a los dos millones, es una práctica muy generalizada. Según un informe de la Fundación Thomson Reuters de septiembre de 2018, el 74,9% de las mujeres gambianas de entre 15 y 49 años la han sufrido, con una clara diferencia en cuanto a prevalencia entre áreas urbanas y zonas rurales como la que habita Isatu. En las primeras, ejemplificada en Banjul, la capital, la cifra desciende hasta el 47.4%. En las segundas, en cambio, el porcentaje sube hasta el 96.7%. El informa concluye que el 95.7% de las ablaciones las realizaron “circuncidores tradicionales” y que el 54.8% de las mujeres que la han padecido lo hicieron antes de cumplir los cinco años.

Binta Touray, que ahora tiene 24 años, fue una de esas niñas. Ella sufrió la ablación casi recién nacida. Hoy, en su casa de Serekunda, una ciudad costera y de las más cosmopolitas de Gambia, lo entiende así: “Ahora sabemos que todo esto no es bueno para la mujer. Yo lo sé porque me lo dijeron mis maestras en el colegio. Pero nuestras madres y abuelas siguen pensando lo contrario y resulta complicado hacerles cambiar de opinión. Cuando me hablaron de ello en la escuela yo no tenía ni idea de lo que era; ignoraba si yo había pasado por ello. Aquel día, cuando llegué a casa, se lo pregunté a mi madre y ella respondió que sí, que me lo había hecho mi abuela. Me enfadé mucho. La profesora nos dijo que, científicamente, no hay nada que apoye esta teoría”.

Las mujeres que pasan por ello tienen más facilidad para tener bebés que la gente que no se lo hace. Además, el clítoris crece y crece y, si no lo cortas, puedes llegar a desarrollar enfermedades en el futuro

La mutilación genital femenina tiene en la falta de educación en Gambia una poderosa aliada. Un documento de Refworld, la base de datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), que indaga sobre esta práctica en este país de África occidental, muestra que las hijas de las madres con estudios de secundaria o superiores son las que menos la sufren. El informe las cifra actualmente en el 35,9% por el 43% de las hijas de madres sin estudios y el 45,8% de las hijas de mujeres con estudios de educación primaria. Y la educación, o más bien la falta de acceso a ella, supone un gran problema en este país. Según los indicadores del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, el promedio de escolaridad para los gambianos es de 3,5 años, la undécima cifra más baja de las 189 naciones estudiadas por dicho organismo.

“Mi abuela nunca fue al colegio. Ahora dice: si a mí me llevaron a hacérmela, a mi hija la llevaron, a mi hermana igual y todas hemos crecido sanas ¿por qué nos intentan convencer de que es algo malo?”, afirma Binta. Y habla sobre los inconvenientes que trae consigo esta práctica. “Yo todavía no estoy casada, pero uno de los principales problemas que comento con mis amigas llega en la noche de bodas. Es algo que sucede mucho: no se puede mantener sexo. Resulta impracticable porque la ablación deja una cicatriz que hace imposible que suceda nada. Así que las mujeres que la sufrimos debemos pasar por dos procesos. Primero cuando somos pequeñas, que la mayoría ni nos acordamos. Después cuando nos casamos, que tenemos que ir al hospital o volver a quien nos practicó la mutilación para que, con una cuchilla, nos abra la cicatriz que quedó en nuestras partes íntimas”. Además, afirma Binta, el periodo también puede acarrear ciertas preocupaciones.

Lo cierto es que, pese a la prohibición explícita de la ley, a Gambia todavía le queda un largo camino por recorrer para acabar por completo con esta práctica. Un documento de la organización Tender, Acting To End Abuse profundiza algo más en las razones de esta perseverancia: un discurso religioso (el 90% de la población gambiana profesa el Islam) en el que se ha asociado históricamente y de forma errónea la mutilación genital femenina con los dictados de Alá; la imposibilidad de hablar en público sobre cuestiones relacionadas con el sexo, entre ellas la ablación femenina; la alarmante falta de educación y la dependencia económica de la mujer con respecto al hombre. Aunque, indica Binta, las mujeres jóvenes cada vez se posicionan más en su contra. “La ley no va contra nadie, sino a favor de nuestra salud. Yo puedo asegurar que ni mis hijas, ni mis sobrinas ni las hijas de mis amigas van a pasar por ello”.

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