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IDEAS | CUESTIÓN DE FONDO
Columna
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Democracia, religiones y feminismo

En todas partes está cursando la rebeldía de las mujeres contra las verdades patriarcales que las religiones defienden

Vigilia contra el machismo en la iglesia en Alemania, el pasado mes de mayo.
Vigilia contra el machismo en la iglesia en Alemania, el pasado mes de mayo. Carsten Linnhoff (picture alliance / Getty Images)
Amelia Valcárcel

A las democracias, que tienen cierta variedad en sus formas, se sabe que no les convienen los adjetivos. Las puede haber de una cámara o de dos, de voto obligatorio, de escasa participación, de elecciones a una o dos vueltas, de listas abiertas o cerradas, con voto juvenil o solo adulto, con urna o con caja, con cabina y sin ella. El procedimiento concreto y pequeño puede variar siempre que la intención primera se mantenga. Que elegiremos libremente, escrutaremos y respetaremos los resultados. Por eso la democracia abomina de los adjetivos. Es un sistema corriente que admite pocas precisiones. No es “orgánica”, “islámica” ni “popular”; porque cuanto más adjetivo, más peligro y menos contenido. Es un procedimiento fundado en un conjunto de valores compartidos: libertad, igualdad, solidaridad, tolerancia y repudio de la violencia. La democracia es además feminista.

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Las religiones son algo más variadas. Aunque no demasiado. Las que han convivido con formas políticas desarrolladas, Estados plenos, se reducen a los tres monoteísmos abrahámicos, el tronco hinduista, el budismo y las religiones agrarias personalmente vinculadas (quien manda es sacro y ejerce los ritos), cuyos importantes calendarios recuerdan y aseguran. Las religiones que han vivido y convivido con Estados han mimetizado parte de su estructura de administración. El funcionariado y el clero han estado cercanos, pero no les ha convenido ni les conviene confundirse. Credos y Estados más bien se han vigilado mutuamente. Las situaciones estatales por lo común han favorecido a las religiones hasta un cierto punto. Pero ninguna ha peleado con una autocracia sin convertirse ella misma en otra. Ni la ha desposeído. O al menos no había ocurrido hasta la llamada Revolución Islámica de Irán. Como escribió Montesquieu, es signo de lo tiránico de un régimen que sólo la religión tenga capacidad para oponérsele. El despotismo crea un desierto moral donde únicamente el fanático osa levantar la voz. Pero que el clero se convirtiera en la autoridad civil, eso ha resultado inédito.

Aún sabemos poco de revoluciones, pero anotamos que la soviética destruyó iglesias que ahora están no solamente restauradas, sino multiplicadas. Irán es un caso peculiar porque en la religión musulmana el clero carece de papel, excepto precisamente allí. Es más, ese clero ha tomado por modelo a otros, los occidentales, en lo que toca a la búsqueda de influencia. Obviamente su predominio no ha contribuido en absoluto a amansar el fanatismo religioso.

Por ahora, sólo el judaísmo y el cristianismo han tenido que medirse con las verdades liberales. Y ambas salieron mejoradas a causa de tal trato. La democracia ha llegado a una paz con las religiones: son privadas, no pueden pretender ser intocables y serán protegidas. Se les exigirá a cambio tolerancia mutua, que no rompan la paz civil y que respeten los valores comunes. Ese es el pacto. Las religiones que son capaces de soportar la nueva paz se vuelven interesantes, mejoran ellas y a su gente. La democracia les viene muy bien, las perfecciona. Pero necesitan tiempo de cohabitación. Sus modelos son tan disímiles que el amor a primera vista no es de esperar.

La pregunta es si todas las religiones pasarán a la relativa mansedumbre del cristianismo. Se necesitará tiempo y algo más. Porque este, el de religión y democracia, es un silogismo con término medio. Resumo: dependerá de las mujeres. Las mujeres y sus libertades son la variable no contemplada. Dos cosas sabía y bien Huntington: historia y demografía. En ninguna de las páginas de su Choque de civilizaciones admitió que la variable “feminismo” pudiera turbar sus análisis. Los bloques religiosos en su opinión son cerrados y estables. Nada les cambiará. Occidente es demográficamente limitado y lo que venimos llamando pomposamente historia se reduce a demografía. Los dados están ya echados. Seremos desbancados. Sin embargo, las libertades de las mujeres son un asunto que bulle planetariamente. Está cambiando a todas las sociedades. Puesto que esas libertades chocan con el orden previo, las mujeres son, aun las devotas, una fuerza antirreligiosa descomunal. En todas partes está cursando su rebeldía contra las verdades patriarcales que las religiones mantienen, representan y defienden. Los bloques de sentido religioso tienen un poderoso enemigo interno. Por eso son tan reactivos al feminismo. También estos dados acaban de echarse; habrá que esperar.

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