John Adams, compositor: “He querido convertir en música el inconsciente colectivo de Estados Unidos”
Es un referente del minimalismo que recogerá en Bilbao el Premio Fronteras del Conocimiento del BBVA. Nos recibe para hablar sobre el arte y su país, EE UU
YO QUERÍA tomar el inconsciente colectivo de Estados Unidos y convertirlo en música”. Si esa frase la firma cualquier otro, pensaríamos en canción protesta, en rock o en country. John Adams está hablando de ópera. “Me interesa mucho expresar mi vida como norteamericano y la ópera es un vehículo extraño. Combina texto, música, gesto, escenografía, todos los elementos de las artes y de la danza, crea una experiencia mágica y mitológica que ninguna otra forma de arte, ni el cine ni el teatro, puede alcanzar”.
John Adams (Worcester, Massachusetts, 1947) ha sido galardonado este año con el Premio Fronteras del Conocimiento del BBVA en la categoría de Música por una carrera en la que ha combinado la excelencia clásica con la capacidad de la vertiente popular para conectar con públicos amplios y reflejar problemas actuales. No ha pasado mucho tiempo de conversación en su casa de Berkeley, California, cuando ruega: “No quiero hablar de Trump. Siempre acaba siendo el titular”. Comprensible. Trump saldrá, claro, pero lo primero es la música.
Como casi siempre, todo empieza con un profesor. “Cuando tenía nueve años fue el 200º aniversario del nacimiento de Mozart. Un profesor nos leyó una biografía de él. Seguro que a la mayoría los aburrió, pero a mí me encantó la idea del niño compositor. Volví a casa, agarré papel y lápiz y empecé a intentar componer. Mis padres acabaron buscando un profesor”.
El padre de Adams era un viajante con afición por la música y tenía un salón de baile. “Allí tocó la banda de Duke Ellington muchas veces. Los escuché a la misma distancia que estoy de usted ahora. Eso tuvo una influencia muy profunda en mí”. Benny Goodman y Miles Davis también entraron en la ecuación. Después, Leonard Bernstein, el compositor más importante de la adolescencia de Adams y su “mayor inspiración”.
Adams pasó su adolescencia en los cincuenta ignorando el surgimiento del rock a su alrededor. Asegura que, fuera del jazz, no escuchó música popular hasta que fue a la universidad. “Nuestra educación musical estaba orientada a los clásicos y nuestros profesores no entendían el pop ni tenían relación con él”. Estaba en Harvard. Entonces aparecieron en su vida los Beatles, Bob Dylan, Aretha Franklin. “Tuve una crisis tan severa que me fui a California. Había leído sobre California, cómo aquí no había ortodoxia, miraba a Asia y hablaba español”. Era el final de los sesenta y desde entonces ha vivido en San Francisco.
A Adams se le reconoce como uno de los grandes del minimalismo. Aunque rechaza de plano que se le aplique esa etiqueta, reconoce que ha sido una de sus influencias. “El minimalismo ha sido muy importante para la música en términos históricos, más que para el resto de las artes”, explica. “La música clásica se había vuelto tan disonante y compleja que nadie la podía comprender, ni siquiera los compositores. El minimalismo lo voló todo por los aires e hizo que empezara de nuevo, con un pulso básico y repeticiones”.
De toda su obra, han sido sus óperas las que le han hecho más famoso. Nixon en China surgió en 1985 de una idea del dramaturgo Peter Sellars. La visita de Estado en 1972 del presidente Richard Nixon al presidente Mao Zedong se convierte en un espectáculo de ópera. Dos hombres con abrigo cantándose a los pies del Air Force One. “Entonces era impensable escribir sobre algo de actualidad”. La obra se hizo tan famosa como controvertida. “Había muchos elementos interesantes. Mao y Nixon habían creado ambos su propia imagen pública. Mao era un intelectual de clase media que se hacía pasar por campesino. Y Nixon era el mayor ejemplo del hombre de negocios americano de pueblo, no del todo honesto. Por supuesto, nada comparable con lo de ahora”. Años después de la muerte de Nixon, Adams coincidió en una entrevista con el abogado personal del expresidente y le preguntó si había visto la obra. “¡Por supuesto! ¡Lo leyó todo!”.
Desde entonces, Adams ha seguido encontrando personajes dignos de una ópera en la política norteamericana. Quizá la más polémica fue The Death of Klinghoffer, una obra en la que relata el asesinato de un pasajero judío del crucero Achille Lauro a manos de los terroristas palestinos que secuestraron el barco en 1985. “Es un acto terrorista, pero las razones por las que estos jóvenes secuestran y matan son complejas y se remontan a tiempos de la Biblia”. Él quería explorar la “mitología retorcida” que lleva a convencerse de que “matar inocentes es algo bueno”.
En Doctor Atomic, el protagonista es Robert Oppenheimer, director del Proyecto Manhattan y padre de la bomba atómica. Otro personaje fascinante para salir al escenario y relatar su conflicto interior cantando. “La ópera es una forma de arte extremadamente emotiva”, razona. “Tienes que contar historias que realmente tengan un significado para los personajes y para el público. En el caso de Doctor Atomic, se trata de un científico muy preocupado por lo que se va a hacer con esta arma. Se convierte en una idea existencial muy intensa. Además, está esa idea de la humanidad llegando a un punto en el que ha logrado crear un arma con la que puede destruir el planeta”.
“Nunca quise utilizar mi arte para expresar una opinión política”, razona Adams en esta tarde perfecta de la bahía de San Francisco. “Me interesa el elemento humano. Estaba conectando con temas que son parte de la experiencia colectiva. Cuando me dicen que soy un compositor político me incomoda, porque todo es política. La política es poder. Una obra de Ibsen es política, porque habla de poder entre hombres y mujeres. La diferencia es si ocurre en la mesa de la cocina o en la Casa Blanca”.
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