La ciudad no cuida el lazo social (y debería)
A veces se nos olvida que el ser urbano es, como todo humano, un ser relacional
Aunque se atiendan en menor o mayor grado, los problemas de nuestras ciudades ya fueron identificados en la Tercera Conferencia sobre Vivienda y Desarrollo Sostenible-Hábitat III que se celebró en Quito el 20 de Octubre del 2016. A saber: primero y ante todo, aumentar las competencias fiscales que permitan actuar de forma localizada contra las desigualdades sociales. Es una constante global y algo especialmente preocupante en nuestro país, donde no hemos sido capaces de recuperar los niveles previos a la crisis económica.
Se debe atender a un grado de especificidad mayor, ya que no es lo mismo costearse un alquiler en una gran ciudad que en un pueblo de la periferia. La mayoría de los lectores convendrán en que es intolerable e irresponsablemente ineficiente que la diferencia de esperanza de vida entre el barrio más pudiente y el más pobre de Madrid supere los diez años y los doce en Barcelona. Lo mismo pasa en Sevilla, Valencia o en Bilbao. Las ciudades necesitan competencias propias para gestionar la desigualdad, lo que implica un grado mayor de soberanía.
Las ciudades necesitan competencias propias para gestionar la desigualdad, lo que implica un grado mayor de soberanía.
Somos conscientes, como apuntan Richard Sennet en L'Espai Públic: un sistema obert, un procés inacabat o Marina Garcés en Ciudad Princesa, de la necesidad de repensar un urbanismo centrado al peatón, de la urgencia de intervenir en el parque de vivienda para garantizar un techo para cada habitante, y de la obligación de avanzar hacia arquitectura que piense en términos de cohabitación, especialmente para la tercera edad. No se ignora, tampoco, que la fórmula que envuelva cada uno de estos problemas debe ser desde lo verde. Verde urbano que limpie el aire de polución y que piense desde los materiales de construcción hasta en los modos de producción.
Los problemas han sido identificados y ocupan gran parte de los debates y agenda pública sobre la ciudad. Algunas de las propuestas se asumen de forma más transversal que otras por los distintos partidos políticos. Por ejemplo, los llamados Ayuntamientos del cambio de Madrid y Barcelona, han coincidido en la necesidad de recuperar espacio peatonal con políticas como la limitación del tránsito en la Gran Via o la creación de "superilles" en la ciudad condal. Otras propuestas se rechazan frontalmente, quizá porqué no hacerlo iría en detrimento de potenciales bolsas de votantes, el maná de los partidos políticos. Lo importante, en todo caso, es que tanto los que apuestan por dar un paso hacia adelante ante esa concepción de la ciudad del futuro como los que deciden oponerse, ya están hablando de ello. Y cuando eso pasa, sólo es cuestión de tiempo que las resistencias vayan cediendo. El más que posible cambio de color en el Ayuntamiento de Madrid será interesante para contrastar ésta hipótesis. Pero hay otro elemento que pasa más desapercibido y que está en el corazón de todos los problemas señalados: en las ciudades no se cuida el lazo social.
El riesgo de sufrir esquizofrenia y depresión es mayor en las de ciudades que en las zonas rurales
Si bien la cultura propia de los países y ciudades hace que el comportamiento de los ciudadanos varíe en ese aspecto, en la ciudad difícilmente nadie que no se conozca previamente se saluda por la calle. Normal. Las caras, las gentes, son anónimas. Pero cuando la sensación de anonimato es absoluta, el desarraigo hace mella. Un estudio reciente publicado en la revista médica alemana Deutsches Ärzteblatt muestra, utilizando metadata, que el riesgo de sufrir esquizofrenia y depresión es mayor en las de ciudades que en las zonas rurales.
Si bien las razones socioeconómicas siguen siendo las más relevantes en condicionar nuestra salud —que como hemos dicho debe ocupar la primera posición en la preocupación de la realidad urbana—, la discriminación social y la soledad se sitúan como importantes factores de impacto. El constante zumbido del motor de los coches y la mala calidad del aire aumentan nuestros niveles de estrés, y la sensación de afrontar la densa jungla urbana sin una red de soporte emocional erosiona nuestra salud mental. Sin embargo, la reflexión acerca de dichos factores se halla ausente de nuestro pensar político acerca de la ciudad.
El intelectual berlinés George Simmel ya escribió, por allá principios del siglo XX, que en las grandes ciudades predominaba el cálculo y la razón por encima de los lazos afectivos. El reloj de pulsera sería el objeto-símbolo que definiría la vida en la ciudad: vidas marcadas por el constante tintineo de la aguja que iría constituyendo a los ciudadanos en una suerte de autómatas. Quizás, viéndolo con cierta perspectiva, si no le hemos dado la suficiente importancia es porque ya estamos sumidos en esta lógica urbana de producción delirante. Pero claro, por mucho que nos empeñemos nunca seremos autómatas, sino seres que sienten y sufren. Por eso merece la pena reflexionar la ciudad desde el lazo social que nos constituye y la manera en cómo podemos fortalecerlo. Porque el ser urbano es, por delante de todo, ser humano.
Guillem Pujol Borràs es politólogo, MSc en Políticas Europeas por la Univeristy of London Birkbeck College, Doctorando en Filosofia por la UAB y co-autor del libro Cartha on Making Heimat, Ed. Park Books.
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