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Columna
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¿Por qué importa India?

El resultado de estas elecciones afectará a la vida cotidiana de los millones de votantes de la mayor democracia del mundo

Eva Borreguero
El primer ministro indio en funciones, Narendra Modi, durante un acto de campaña.
El primer ministro indio en funciones, Narendra Modi, durante un acto de campaña. AP

Por haber tenido entre los años 2001 y 2011 una tasa de crecimiento sostenido de alrededor del 8% y que en la actualidad se mantiene cerca del 7%. De seguir a este ritmo en diez años podría convertirse en la tercera economía mundial. Si añadimos el crecimiento de población, nos encontramos con proyecciones que superan más de 1.300 millones de personas que a su vez generarán un aumento del PIB e incrementarán la demanda de servicios y productos: grandes oportunidades de inversión para economías como la española.

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Porque está surgiendo un nuevo paradigma de orden político mundial, en el que Estados Unidos sigue jugando un papel predominante pero con un desplazamiento del centro de gravedad en lo económico, demográfico y militar hacia la región de Asia Pacífico. Es lo que se conoce como “el siglo de Asia”. Este giro se oficializó cuando Barack Obama anunció en el 2011 su política de “giro hacia Asia”, una decisión que le llevó a reorientar la estrategia económica y de seguridad hacia esta región. En el nuevo tablero geopolítico, la India, estratégicamente incrustada en el Océano Índico, es un actor clave para la construcción y mantenimiento de la arquitectura multilateral.

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Por ofrecer un modelo de modernización diferente, un “excelente ejemplo de como un Estado no Occidental puede echar mano de un pluralismo cultural profundamente arraigado para combinar democracia con un crecimiento económico rápido en lo que podría ser un modelo sostenible de transformación a un Estado moderno” (Maya Chadda). La naturaleza paradójica del Estado indio encaja difícilmente en el ideal de nación moderna coherente con los indicadores de las democracias liberales, de ahí tantos pronósticos fallidos sobre su porvenir. La sociedad cuenta con factores de improbable coexistencia democrática que desafían las teorías del desarrollo político: niveles elevados de pobreza y desigualdad, garantes de inestabilidad. Aun así posee una enorme flexibilidad para hacer frente a las tensiones de casta, clase, religión, diversidad lingüística, revoluciones y conflictos territoriales. La India, definida por Francis Fukuyama como “una sociedad fuerte con un Estado débil”, al contrario de China que sería un Estado fuerte con una sociedad civil débil, ha logrado consolidar su democracia y convertirse en un poder regional y mundial.

Mañana comenzará el escrutinio de los votos de las decimoséptimas elecciones generales indias. Cuando el nuevo primer ministro asuma el cargo —los sondeos apuntan a una nueva victoria para Narendra Modi del partido nacionalista hindú, BJP—, los problemas no resueltos que se ciernen sobre los logros alcanzados estarán esperándole. Entre éstos caben destacar dos: hacer frente al creciente desempleo que la expansión económica no ha sabido atajar, y frenar la erosión del modelo secular que se ha producido al amparo de la agenda hindutva del BJP.

El resultado que se anuncie mañana afectará a la vida cotidiana de los millones de votantes de la mayor democracia del mundo. También importará en el resto del mundo.

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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