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Máxima de Holanda, la reina que puede con todo

La esposa de Guillermo de Orange ha bailado, cantado y representado a la corona con llamativos estilismos, situaciones que solo ella supera con éxito gracias al cariño ganado con su simpatía

13-5-2019 ADDIS ABABA - La reina Máxima de Holanda, este lunes durante su visita a Etiopía.
13-5-2019 ADDIS ABABA - La reina Máxima de Holanda, este lunes durante su visita a Etiopía. Robin Utrecht (GTRES)
Isabel Ferrer
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Máxima de Holanda ha viajado esta semana a Etiopía en su calidad de enviada especial de la ONU para la Inclusión Financiera y el Desarrollo, en una de las citas de trabajo de su agenda oficial. Estaba programada, aunque la reina consorte acababa de regresar de España, donde el pasado viernes había disfrutado por todo lo alto de la Feria de Sevilla, por donde había paseado vestida de flamenca junto a su esposo, el rey  Guillermo, y sus tres hijas, las princesas Amalia, Alexia y Ariane. La estancia sevillana ha dejado atrás un cierto alboroto mediático en Holanda, entre otras razones por las connotaciones sentimentales de la visita, ya que fue en ese mismo lugar donde la pareja se conoció hace dos décadas cuando él era el príncipe heredero de Orange. Pero tampoco ha pasado inadvertido en su país de adopción un vídeo en el que los holandeses, y el resto del mundo, pueden ver bailar a su soberana con cierta gracia y dejándose agarrar por la cintura por uno de los anfitriones de la fiesta.

Este segundo caso es una escena poco frecuente entre la realeza europea, aunque muchos aún recordarán el famoso y controvertido baile entre Diana de Gales y John Travolta durante una visita oficial a la Casa Blanco cuando Ronald Reagan era el presidente de Estados Unidos. En el caso de Máxima de Holanda su baile ha reavivado dos debates: los límites de la privacidad de una pareja que considera su labor como una tarea a tiempo completo, y la soltura con la que Máxima, nacida en Argentina en una familia de clase media, se maneja en una posición que no entraba en sus planes. 

El vídeo donde Máxima danza encantada ha generado todo tipo de comentarios sobre “su pasión por el baile”, y “su desenvoltura”. A pesar de los años que lleva en Holanda, “mantiene su alma latina”, es la conclusión a la que han llegado los medios holandeses. El servicio de información de la Casa Real (RVD) considera “un asunto privado” la segunda filmación, “pero Máxima bailó en público, y Guillermo se presenta como un monarca de jornada completa en un país con libertad de expresión”, ha señalado Marc van der Linden, uno de los comentaristas de la realeza más conocidos del país. A pesar de la diferencia de opiniones, en su tierra de adopción, Máxima ha recibido una vez más cumplidos por su espontaneidad. Lo mismo ocurrió en 2018, durante una visita oficial a Curaçao, hoy un territorio autónomo del reino y antigua colonia en el Caribe. Vestida de gasa turquesa y con pamela de paja, no podía levantarse de la silla por cuestiones de protocolo, pero “bailó” sentada mientras el resto de la comitiva daba palmas.

La reina Máxima de Holanda, su esposo y sus tres hijas en la Feria de Sevilla el viernes pasado.
La reina Máxima de Holanda, su esposo y sus tres hijas en la Feria de Sevilla el viernes pasado.

En abril de 2018, la revista femenina Margriet elaboró una lista con “las siete cosas que más nos gustan de Máxima”, y la primera era su acento latino. “Le queda un deje argentino al hablar neerlandés y eso es exótico y encantador”, era la primera. “Compra también en Zara, y en Hema [un popular almacén]”; “repite la ropa cara que lleva”; “se le ven las raíces de las mechas del pelo, no oculta sus arrugas y calza un 42, y todo ello la hace más cercana”; “pasa del glamour de Meghan Markle, duquesa de Sussex, a la solvencia de su suegra, la hoy princesa Beatriz”; “es una de las madres que lleva a otros niños en el coche, a la escuela primaria, si es necesario”, y “le gusta comer bien”. En resumen, según la publicación “una amiga estupenda”.

El retrato hecho en Margriet refleja que la naturalidad de Máxima en el ejercicio de su labor resulta difícil de impostar. Como su marido, acude con el mismo interés a la inauguración de una guardería que viaja en nombre de Naciones Unidas para hablar de finanzas inclusivas y microcréditos. Es el terreno que conoce, porque estudió Económicas en Argentina y trabajó en la banca. Por otra parte, las dos hijas mayores del matrimonio acuden a un colegio público de secundaria, Sorghvliet, que elige al alumnado en función de sus notas de primaria y pide una contribución voluntaria a los padres. Dado que es un centro estatal y no puede exigir sumas desorbitadas, las familias de mayores ingresos pagan más que el resto.

Máxima de Holanda durante la recepción de los reyes de los Países Bajos al presidente griego, Prokopis Pavlopoulos, en 2016.
Máxima de Holanda durante la recepción de los reyes de los Países Bajos al presidente griego, Prokopis Pavlopoulos, en 2016.Cordon Press

Su vestuario, en general tan vistoso como sus joyas –las suyas y las de la Casa Real, que figuran entre las más llamativas de la realeza– es calificado de “exuberante”, pero no de excesivo, por sus compatriotas adoptivos. Destaca en las bodas, y en actos de gala, sobre todo desde que Jan Taminiau, el diseñador holandés, colabora con ella y la llena de bordados poco frecuentes en la ropa nacional. El vestido azul de la coronación de Guillermo, en 2013, recibió toda clase de halagos. Y el 27 de abril, durante el Día del Rey, comparece siempre conjuntada, enjoyada y con tacones, a pesar de que tiene que pasear durante horas. Si la cita es en un colegio o en un centro social, el atuendo se adapta, pero sigue siendo la más llamativa del grupo. Y le encantan los sombreros, los turbantes y las cintas para el pelo, en un país donde nadie los lleva y donde diputadas y ministras se lo ponen por obligación solo el día de la apertura del Parlamento. Su simpatía parece absorber lo que lleva puesto, incluso el llamativo vestido fucsia de Oscar de la Renta que lució en 2018 en Londres.

También cuenta con la suerte de que su esposo, el rey Guillermo dice que no es "un fetichista del protocolo”. Prefiere que los formalismos interfieran lo menos posible en su labor, criterio que su esposa aplica con fervor y que encontró en sus risas la mejor forma de salir de sus tropiezos iniciales. Sonrisas que por muy sinceras que sean, no habría convencido si no hubieran estado acompañadas de la responsabilidad con que se ha propuesto representar a Holanda en el extranjero.

Su éxito y popularidad no siempre fue el mismo. Su padre, Jorge Zorreguieta, fallecido en 2017 en Buenos Aires, fue secretario de Estado de Agricultura durante la dictadura del general Videla, y ella tuvo que superar la censura general de sus futuros compatriotas antes de casarse con el príncipe Guillermo. Había, sin embargo, dos cosas a su favor: nadie quería castigar a la hija por el pasado paterno, y Wim Kok, el primer ministro, no paró hasta encontrar una solución para la pareja. Cuando consiguió que la joven se quedara, mientras sus padres no eran bienvenidos en actos oficiales, Máxima hizo una aparición estelar: habló en neerlandés en su primera entrevista televisada. Fue un golpe de efecto, pero sonaba tan sincero como su llanto durante su boda en la Iglesia Nueva de Ámsterdam, en 2002, al escuchar Adiós Nonino, el tango favorito de su progenitor.  

Es cierto que la familia reside ahora en un palacio, Huis ten Bosch (La Haya), que ha costado 4 años y 63 millones de euros de renovaciones. También lo es que las finanzas de la Casa Real, formada por los soberanos y la hoy princesa Beatriz, son motivo de discusión anual, en especial porque no pagan impuestos. Que su villa de veraneo en Grecia costó 4,5 millones de euros en 2012, y los casi 1,5 millones de euros anuales reservados para la heredera, Amalia, a partir de los 18 años, se consideran excesivos. Pero todo ello no ha restado brillo a la imagen de Máxima, el miembro más popular de la Casa de Orange. Hace diecisiete años, Guillermo le pidió a su madre que confiara en él. El tiempo le ha dado la razón.

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