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La paradoja y el estilo
Columna
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¿Dónde estaba usted?

Esa pregunta tiene su propio macabro movimiento, obligándote a echar atrás 20 años y recordarte, más joven, más sensible, que las cosas resultaran tan adversas para una mujer (Lady Di) que consiguió dejar su impronta como mujer

John Travolta y Lady Di, en la Casa Blanca en 1985.
John Travolta y Lady Di, en la Casa Blanca en 1985.Cordon press
Boris Izaguirre

Una de mis imágenes favoritas de Lady Di es esa en la que aparece bailando junto a John Travolta en una cena en la Casa Blanca, ofrecida por el presidente Reagan y su esposa Nancy a los rutilantes príncipes de Gales. Fue un momento de auténtica felicidad en la vida de la princesa. Después, Travolta recordó que en ese año, 1985, su carrera no estaba precisamente en el mejor momento y que siempre le agradecería a Diana haberle sacado a bailar porque la repercusión global le devolvió a la primera línea. Fue quizás una de las primeras obras benéficas de Diana Spencer.

Me gusta la imagen porque ella sale en movimiento, que es una de las cosas que más disfruto de mis iconos. Dicen que la experta en producir ese tipo de imágenes fue Jacqueline Kennedy, precisamente una de las mujeres que Diana de Gales reconoció admirar. Jackie, en sus fotos, casi siempre esta en movimiento, caminando, saludando, hablando, mirando. Diana entendió eso y de hecho está en movimiento hasta el último momento de su vida, ese instante en que evita mirarse en el espejo del ascensor en el que desciende junto a Dodi Al Fayed hacia su trágico destino. Incluso esa pregunta, ¿dónde estabas cuando murió Diana de Gales?, tiene su propio macabro movimiento, obligándote a echar atrás veinte años y recordarte, más joven, más sensible, que las cosas resultaran tan adversas para una mujer que, pese a sus privilegios y su desarrollada capacidad para la manipulación, consiguió enfrentarse sola a tremendos obstáculos y dejar su impronta como mujer.

Siempre me resultó valiente esa entrevista concedida al programa Panorama donde Diana desnudó a su marido y también al vetusto machismo de la familia real británica. “En mi matrimonio éramos tres”, recuerdo oírla decir y repentinamente Carlos de Inglaterra se hizo la persona más denostada de su país, su amante Camila siguiéndole muy de cerca y Diana la más perseguida por ese mundo que con tan pocas palabras había expuesto. Les había llamado mentirosos, adúlteros, pero también dejaba claro que Carlos se permitía hacer lo que le daba la gana por ser heredero, pero sobre todo, por haber nacido hombre.

Lady Di, durante unas vacaciones en Portofino con Dodi Al Fayed.
Lady Di, durante unas vacaciones en Portofino con Dodi Al Fayed.cordon press

Desde la muerte de Diana, se discute si realmente hizo algo por las mujeres. La idea de las princesas como heroínas de ficción vivió un importante subidón después de su muerte. Esas películas de Anne Hathaway y Julie Andrews no habrían tenido tanta acogida sin el fantasma de Diana. Las monarcas actuales, Letizia, Matilde, Máxima, Rania y hasta la exjequesa de Qatar, no tendrían la facilidad para moverse de palacio al despacho y de allí a las cumbres nevadas o al auditorio de las Naciones Unidas sin que Diana antes pavimentara ese ajetreado camino. Además, les ha ofrecido un vestuario, traje sastre, blazer y pantalón, zapato de tacón moderado (murió justo antes del triunfo de los estiletos de vértigo), joyería buena, pero discreta, siempre el mismo reloj, el mismo brazalete y la sortija de compromiso. Esa indumentaria la perfiló en estrecha colaboración con su diseñadora, Catherine Walker, que también creó para ella un atuendo tan perfectamente británico y atrevido como el conocido traje Elvis, con un cuello recubierto en perlas, similar a los que llevaba el cantante en sus shows de Las Vegas y que Diana estrenó en una gala del museo Victoria & Albert, vinculando su celebridad de princesa al pop. Un brillante golpe de efecto, como ese de sacar a bailar a un taciturno Travolta . Aristocracia y entretenimiento.

Insisto en que fue una experta manipuladora. No solo con miembros de su familia real o periodistas del corazón, sino con las personas realmente poderosas que conoció, como Kissinger o Katherine Graham, la influyente directora del Washington Post, una mujer en las antípodas del glamour que no cesaba de profesarle admiración. “Más que única, es interesante”, declaró. Su romance con Dodi era en realidad una estudiada operación para despertar celos y mantener la tensión con los Windsor. Los que vivimos esa escalada de amor, calor y fotógrafos en lanchas inflables acercándose al yate donde ella se dejaba fotografiar, en un trampolín sobre el Mediterráneo, nos sentíamos parte de una burbuja antes de la burbuja, un frenesí que adquiría más y más velocidad. Es esa velocidad la que, veinte años después, aceptó que fue lo que la mató. El vértigo de sí misma, la carrera hacia una inmortalidad siempre sobre el precario equilibrio de un trampolín.

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