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Juan Arnau: “La identidad es un sueño (que también produce monstruos)”

El filósofo, formado como astrofísico y experto en budismo, tras acercarse al pensamiento de Spinoza y Berkeley, analiza ahora a Leibniz

José Andrés Rojo
El filósofo Juan Arnau, en el centro de Madrid.
El filósofo Juan Arnau, en el centro de Madrid.

Juan Arnau (Valencia, 1968) publicó hace poco El sueño de Leibniz, la tercera aproximación narrativa a figuras filosóficas que ha escrito, junto a El efecto Berkeley (2015) y El cristal Spinoza (2012), todos en Pre-Textos. Arnau pertenece a una familia de ilustres arquitectos y estudió Astrofísica. En 1990 se embarcó como marinero en una de las carabelas que replicaron el viaje de Colón. Luego viajó a la India, donde quedó fascinado por sus pensadores, y después a México, donde los pudo estudiar durante cinco años y aprender, de paso, sánscrito. Saltó de ahí a Michigan para familiarizarse con la filosofía budista durante cerca de seis años. Todo esto le sirvió para armar Antropología del budismo (Kairós, 2007) o Cosmologías de India (FCE, 2012). Regresó a España en 2008 con el programa Ramón y Cajal. Hizo entonces una serie de exploraciones en la filosofía occidental y de ahí surgió, entre otros, Manual de filosofía portátil (Atalanta, 2014), finalista del Premio Nacional de Ensayo y Premio de la Crítica Valenciana. Para Arnau, la filosofía está fuertemente vinculada a la experiencia, por eso cuando habla de su historia recuerda a sus maestros: Óscar Pujol, Rasik Vihari Joshi y Luis Gómez. Ahora enseña en la Universidad de Granada.

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PREGUNTA. ¿Por qué Leibniz?

RESPUESTA. La filosofía actual se encuentra en el callejón sin salida del reduccionismo materialista. En este sentido, Leibniz es como una brisa fresca que puede ayudarnos a encontrar la salida. Fue un ingenio eficaz y multiforme, inclinado a experimentar todas las corrientes espirituales que salieran a su encuentro, un viajero y estudioso infatigable que todo lo dejaba consignado en cartas y memorandos. Habló de todo, salvo de sí mismo. El libro trata de rellenar ese hueco.

P. ¿Por qué la literatura para hablar de filosofía?

R. La filosofía es un género literario. Lo que ocurre es que resulta demasiado árido y seco. La narración de episodios biográficos, de escenas y paisajes, permite un acercamiento más lúdico. La filosofía goza de muy buena salud, hace falta encontrar la manera de llevarla al gran público.

“No estamos donde creemos que estamos. Ni siquiera en el tiempo en el que creemos que estamos”

P. ¿Y Spinoza y Berkeley? Entre 1632, cuando nace Spinoza, y 1753, cuando muere Berkeley, hay poco más de un siglo.

R. Spinoza, Leibniz y Berkeley esbozaron una visión renovada del cuerpo vivo. No sabemos cuánto sabe un cuerpo, decía el sefardí. ¿Dónde empieza? ¿Dónde termina? Vivimos en un mundo hecho de cualidades. No estamos donde creemos que estamos. Ni siquiera en el tiempo en el que creemos que estamos. Lo vivo está vivo precisamente gracias a la apertura de sus contornos.

P. ¿Le toca a la filosofía, entonces, dar un salto a esa zona pantanosa?

R. Sí, la filosofía tiene vocación de aventura. La palabra “cuerpo”, como cualquier otra, parece dar cuenta de un referente delimitado y, sin embargo, no señala sino a un nodo insertado en una red. Los cuerpos se desprenden continuamente de su propia identidad y esa metamorfosis es la cualidad de lo vivo. Si los cuerpos son el teatro de un agitado mercado de transacciones, ¿qué ocurrirá con las palabras que los designan?

P. ¿Hay alguna relación entre el pensamiento occidental y las filosofías orientales que ha estudiado?

R. Berkeley fue el primer budista europeo, y eso que no llegó a conocer el budismo. Fue un empirista radical. Solía decir que el sabor de la manzana no se encuentra en la manzana misma, ni en la persona que la degusta, sino en el encuentro entre ambas. Para ciertas tradiciones del pensamiento indio, todas las cosas tenían esa naturaleza de encuentro. De encuentros pasajeros. El pensamiento que pone de manifiesto esa fugacidad es también fugaz, como el sabor de la manzana. Y esa fugacidad lo acerca al sueño. Al sueño de la razón, ese que produce monstruos cuando cabalga la “yegua de la noche”.

P. Leibniz escribe en su novela: “¿Es posible pensar en sueños? Inicié este diario con el vigilante propósito de asentar, día tras día, todos los giros de mi entendimiento y mis afectos”. ¿Por qué los sueños?

“La filosofía es un género literario. Lo que ocurre es que resulta demasiado árido y seco”

R. Lo aprendemos cada noche. La identidad es un sueño (que también produce monstruos). La identidad no es de este mundo, es de otro mundo, está fuera del mundo natural, dirán algunos filósofos indios. Borges también mostró que la personalidad era una transoñación, consentida por el engreimiento y el hábito. Él había leído a Schopenhauer y éste bebía, como Leibniz, de fuentes indias.

P. ¿Qué Europa era la de Leibniz?

R. Europa ya era un problema y Leibniz se esforzó toda su vida en un proyecto quimérico: la unificación de las Iglesias. Habló con los grandes popes del protestantismo y del catolicismo, trató de ponerlos de acuerdo. Construyó también una máquina que resolviera las disputas. No lo logró. Como decía Emerson, nadie convence a nadie de nada. Uno ha de convencerse por sí mismo y para ello hace falta la inspiración.

P. ¿Qué es eso de las mónadas de Leibniz, qué pueden pintar ahora?

R. Es una idea fascinante. En cada mónada se encuentra el universo entero, pero percibido desde un punto de vista particular. Una sensibilidad en evolución, cambiante. Que se afina o se obtura. Que se abre o se cierra.

P. ¿Por qué anduvo Leibniz obsesionado con Descartes?

R. Descartes hizo, sin saberlo, mucho daño. Concibió el pensamiento y la extensión como mundos separados: esa manía de desmontar las cosas para conocerlas es cosa suya. Seguimos siendo ese niño que quiere saber cómo funciona su trenecito y lo desmonta. Leibniz se dio cuenta de que con la mente pasa algo parecido. Para estudiarla no sirve desmontarla, hay que ejercitarla, experimentar con ella. La mente forma una unidad indivisible, no se puede desmontar. Carece de partes, si se la desmonta deja de funcionar. De ahí la enajenación, de ahí la depresión: mentes desmontadas. A la mente se la conoce meditando, imaginando, recordando, empatizando.

P. ¿Y ese otro lado al que apuntaba Descartes, el de la realidad?

R. La mente juega un importante papel en la construcción de la realidad. Es muy saludable la frase del Talmud: “No vemos el mundo como es, vemos el mundo como somos”. El empresario, el funcionario, el militar, cada uno ve un mundo distinto. Pero eso no quiere decir que haya un mundo ahí fuera, objetivo, con el que puedan coincidir o no estas visiones, no hay tal mundo, es la integral de todas ellas. Leibniz tiene una idea que dinamita toda la filosofía crítica. Se puede resumir así: todo lo que afirmemos sobre la realidad es cierto, mientras que es falso todo lo que le negamos. Da vértigo pensarlo.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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