La inestable estabilidad de Iglesias
El líder de Podemos urge entrar en el Gobierno como remedio a la crisis del partido que dirije
Las elecciones generales han retratado dos perdedores con el mismo nombre, Pablo Casado y Pablo Iglesias, pero el líder de Unidas Podemos se resiste a asumir el retroceso en las urnas. No solo presumiendo de haber superado el deterioro que le auguraban las encuestas, sino proponiéndose como la clave de la estabilidad de un Gobierno de izquierdas.
Busca cobijo Iglesias en los faldones de la victoria socialista. Necesita convertirse en actor imprescindible para encubrir la elocuencia del contratiempo en las urnas. Unidas Podemos ha perdido 30 diputados y ha retrocedido casi dos millones de votantes. Semejante escenario debería haber precipitado un cuestionamiento del líder.
Pablo Casado, por ejemplo, se ha expuesto a un desgarro y a una crisis que Iglesias procura disimular exagerando su poder parlamentario. Es verdad que puede frustrar la unción de Sánchez, pero el chantaje de integrarse en el Gobierno aloja efectos contraproducentes. No le perdonarían sus votantes la decisión de bloquear la investidura socialista, ni tampoco existe unanimidad en el sanedrín respecto a la idoneidad del pacto. Teresa Rodríguez ya ha expresado que Unidas Podemos no debe entrar en el Ejecutivo ni convertirse en la fuerza gregaria, sumisa, del Partido Socialista.
La crisis del partido morado detalla la distancia que va del sorpasso al fracaso. Iglesias amenazaba con decapitar a Sánchez y ahora pugna por convertirse en su escudero. Limosnea. Reclama unos ministerios como camino de supervivencia.
Así de lejos o de cerca ha llegado la revolución. Iglesias iba a cambiar el sistema. Y el sistema lo ha cambiado a él. Lo ha convertido en un burócrata de la casta. Le ha puesto en las manos el breviario de la Constitución. Quiere un cargo, un coche oficial, una cartera. Y no parece percatarse de la frialdad con que Sánchez ha decidido congelarlo o disuadirlo.
No le hace falta al PSOE una alianza de Gobierno con Unidas Podemos, ni siquiera desde la perspectiva de la corpulencia parlamentaria. La suma de los socialistas y los morados concede suficiente holgura a la ambición de terminar la legislatura, pero la artimética no equivale a la estabilidad. Ni por las inclinaciones "magnicidas" de Iglesias ni por las controversias conceptuales y estructurales.
Lo demuestra hacia fuera la discrepancia de la crisis venezolana —Iglesias considera a Guaidó un golpista— como lo demuestran hacia dentro tanto algunas discrepancias programáticas -la derogación completa de la reforma laboral- como la sensibilidad de la crisis catalana. Iglesias apoya un referéndum, considera presos políticos a los artífices del procés, participa de la idea del indulto, más allá de compadrear con Arnaldo Otegi o de significarse en el euroescepticismo.
Con quien no es escéptico es consigo mismo. Casado está a los pies de los caballos. Iglesias, Pablo, Saulo, se resiste a admitir que ya se caído del suyo.
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