Carambola a tres bandas de Sánchez
El presidente en funciones ha cubierto una ronda con los grandes partidos del Congreso sacando a Vox del retablo para marcar distancia
Pedro Sánchez ha cuadrado una carambola a tres bandas, variante sofisticada y exigente para el jugador en la mesa de billar. Se podrá considerar que lo tenía fácil —así se las ponían a Fernando— al disfrutar de la doble posición ventajosa de estar en Moncloa y tener la aritmética por el mango; pero, con todo, se trata de un triunfo estratégico que le ha permitido llenar el valle entre las dos campañas, neutralizando el riesgo de que surgiera la tentación del ruido. Y él se ha cobrado una imagen de estadista —exactamente aquello que más se le ha discutido desde la moción— con un perfil dialogante. Ha sido una operación win-win.
Alejado ahora del nacionalismo, que se desacredita entre episodios chuscos como la medalla de la montaraz De Gispert y la frivolización de las víctimas de Mauthausen, Sánchez ha cubierto una ronda con los tres grandes partidos del Congreso sacando a Vox del retablo para marcar distancia. En ese circuito, primero ha hecho que las dos fuerzas de derecha rompan la lógica del Club de Constitucionalistas y agudicen sus contradicciones cada vez más tensas. La polémica del liderazgo de la oposición tiene mucho de ridícula, pero precisamente por eso arrastra a cierto ridículo a ambos. Casado sigue sembrando la duda sobre la consistencia de Rivera, y este sobre la fortaleza de Casado. Sánchez, que tras la moción tuvo que gobernar en ceñida con el viento en contra, ahora ha aprovechado el viento a favor para disminuirlos.
Claro que el momento clave de la ronda de visitas a la residencia presidencial, estaba al final con Pablo Iglesias. Tras marcarle las distancias desde la misma noche electoral y rebajar a Podemos a su condición de fuerza menor en la cola de la ronda, se trataba de tomar la temperatura de su socio preferencial en el anterior mandato y en el próximo. En definitiva, lo demás ha sido, como se decía de los desnudos integrales en el cine de la Transición, por exigencias del guion; pero esto es por exigencias de la aritmética. Y el argumento de Iglesias es que "un Gobierno de solo 123 escaños tendría enfrente, como poco, a los 147 de las derechas… y eso no es un Gobierno estable". Cierto que ahora no se trataba de establecer la trazabilidad de los pactos, cuyo territorio es el Congreso, sino la temperatura… e Iglesias ha hablado con calidez de confianza, empatía y optimismo. Y el mensaje reiterado concienzudamente ha sido “de acuerdo en ponernos de acuerdo”.
Sánchez, en definitiva, sale de la ronda con tres objetivos cumplidos: retratar las contradicciones de Casado, urgido por sus barones a un veletazo desde la frontera de la extrema derecha al centro, algo que ha causado perplejidad y buenas coñas en la derecha; retratar la intolerancia de Rivera, decepcionante para quienes confiaban en que sería una garantía de Gobiernos de centro, ahora con ínfulas de marcar la agenda parlamentaria con medio centenar de escaños; y retratar la necesidad de Iglesias, muy domesticado, hasta exaltar las virtudes de la paciencia, la prudencia y el sosiego, lejos de sus viejas demandas de luz y taquígrafos full time, algo que unos lo llamarán madurez pero otros pasteleo. Sánchez se queda retrepado, evitando pronunciarse en rueda de prensa para dejar el desgaste a los otros y alimentar las cábalas inciertas hasta de las elecciones del 26M que van a imponer las geometrías reales, no solo las ecuaciones ideológicas. Es la hora de colocarse au-dessus de la mêlée y aprovechar las elecciones europeas con su nuevo cartel de líder continental.
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