Ardua tarea
Hace decenios que muchos votamos lo que juzgamos el mal menor entre un abanico de males muy malos. Esta vez cuesta especial trabajo identificar ese mal menor
ES PARADÓJICO que a muchos votantes les haya ocurrido lo contrario de lo esperable, al disponer de más opciones. Lo normal habría sido que la aparición de nuevos partidos en los últimos años nos hubiera hecho sentir más desahogados: ya no nos vemos abocados a un Gobierno del PSOE o del PP en cuasi solitario, o con el hoy añejo apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos para cualquiera de los dos, que nunca tuvieron empacho en hacer concesiones de las que ahora abominarían (si las hiciera el rival, claro está). Yo he sido siempre un defensor del voto: con guantes, con la nariz tapada o como lo quieran llamar. Abstenerse o depositar una papeleta en blanco me han parecido pobres alternativas: nadie computa eso (o, si se molesta alguien, nada importa), y al final otros deciden por uno. Inhibirse en política es a mi juicio la peor solución, o al menos la más pusilánime, y todavía lo creo así. Y sin embargo, ante las elecciones del próximo domingo mi temor al arrepentimiento es mayor que nunca, y uno sobrelleva mal arrepentirse gravemente. Lo llamativo del caso es que son los posibles socios de Gobierno de unos u otros los que me causan más aprensión o repelús.
La actual camada de políticos es espantosa en mi opinión. Mediocres, engreídos, miopes, falaces, locoides, insustanciales y cínicos, con alguna rarísima excepción. Quién nos iba a decir que en el PP echaríamos de menos a Rajoy (¡Rajoy!) y a Soraya Sáenz, que al lado de Casado y Teodoro Egea se antojan personas modestas, respetuosas y de mediana inteligencia. Quién que en el PSOE veríamos a Rubalcaba como a un Tocqueville o a un Adam Smith en comparación con sus dirigentes de hoy (y el peor no es ni siquiera Pedro Sánchez: miren hacia abajo, por favor). Quién que el inepto y destructivo Artur Mas (culpable primordial del desastre catalán) iba a resultarnos articulado y hábil si escuchamos a Puigdemont, Torra o la taimada Laura Borràs; o que Carod Rovira nos parecería más honesto que el melifluo Junqueras o el falsario vocacional Rufián… Lo más asombroso de la situación es que, si uno se pone en la piel de los líderes (no es fácil, pero para eso sirve la imaginación), no da crédito a que todos sean tan torpes, no cesen de equivocarse y de meter la pata, y lancen reiteradas lluvias de piedras contra sus propios tejados. No es sólo que anuncien alianzas con quienes más los perjudican ante buena parte del electorado: el PSOE abraza a Podemos (un partido cuyo fin transparente es laminar las instituciones, desde la Constitución hasta la democracia representativa, la única medio digna del nombre) y no se zafa de los secesionistas totalitarios ni de los herederos políticos de ETA. El PP se deja contagiar por los neo o paleofranquistas de Vox y cuenta sin disimulo con ellos, lo cual espeluzna y ahuyenta a muchísimos votantes tradicionales suyos, gente conservadora y moderada. Ciudadanos, que podría haber crecido si se hubiera mantenido en una posición liberal, se funde anticipadamente con este PP polvoriento, chulesco y contaminado, perdiendo incontables votos de centro o incluso de centroizquierda. Podemos se desmembra y muestra un rostro cada vez más desencajado, fiándolo todo a la figura autoritaria que más lo daña, la cual aumenta día a día sus dosis de majadería y malas artes: no por nada Abascal y esa figura —ésta desde hace años— son los dirigentes peor valorados en las encuestas de opinión. En cuanto a Vox, que se beneficia de su novedad y de la corriente suicida que ha llevado al poder a Trump, Bolsonaro, Duterte, Maduro, Orbán, Salvini y a los veteranísimos Netanyahu y Erdogan, se saca de la manga pistolas para todo el mundo, obviando que España es uno de los países con más bajos índices de criminalidad, y poniéndonos los pelos de punta a la mayoría: imagínense a los cabestros que abundan con armas de fuego. Por caridad.
Es notorio, asimismo, el ojo infalible de los partidos para colocar en los puestos señeros de sus listas a gente contraproducente, de antipatía antológica como Carmen Calvo, Cayetana Álvarez de Toledo, Ortega Smith, Rufián, Ione Belarra, Borràs o Iglesias. O bien a personajes a los que más les valdría no abrir la boca, como el pobre Suárez Illana, De Quinto, Adriana Lastra, Noelia Vera, Egea y tantos otros: cada vez que sueltan unas frases en público, privan de millares de votos a sus respectivos partidos. Bueno, eso creo yo, y me puedo equivocar. Pero si esos partidos ni siquiera saben velar por sus propios intereses y beneficio, uno se pregunta cómo podrían hacerlo por los del conjunto del país. Todos, por sus socios o por sus idearios (y esta palabra ya es mucho atribuirles), encierran un peligro ilimitado. Hace decenios que muchos votamos lo que juzgamos el mal menor entre un abanico de males muy malos. Esta vez cuesta especial trabajo identificar ese mal menor. En lo que a mí respecta, he de conseguirlo de aquí a una semana, porque no voy a votar en blanco ni a abstenerme, eso lo sé. Les deseo suerte en la ardua tarea. Un gran número de electores la vamos a necesitar.
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