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Columna
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El valor del entendimiento

Las matemáticas son directamente responsables del 10% del PIB español y generan, también de manera directa, el 6% del empleo

Javier Sampedro
Newton, Kepler y Galilei en el monumento del parque y observatorio Griffith en Los Ángeles, California.
Newton, Kepler y Galilei en el monumento del parque y observatorio Griffith en Los Ángeles, California.Getty Images

Imagina que el Homo erectus que descubrió el fuego, o la mujer sapiens que inventó la rueda, hubieran patentado su invención. “Las ideas son baratas”, dicen los científicos ingleses, y tienen razón. Las ideas de Copérnico, Kepler, Galileo y Newton originaron el mundo en que vivimos, pero ninguno ganó un maravedí por ello. La ley de la gravedad no tiene precio en el mercado, ni tampoco las ecuaciones de Maxwell que, al iluminar la naturaleza profunda de la electricidad, el magnetismo y la luz, cambiaron la historia del siglo XX. Einstein, aprovechando su condición de experto en patentes, presentó 50 invenciones para su registro, incluida una nevera que había diseñado con su amigo Leó Szilárd. Todo aquello fue un desastre. Las verdaderas innovaciones de Einstein que han cambiado el mundo —el efecto fotoeléctrico, la relatividad y la demostración de la naturaleza cuántica de la luz— nunca han tenido un precio. Watson y Crick no patentaron la doble hélice del ADN en que se basa nuestra biomedicina. Y hasta ahora estamos hablando de las ciencias más pegadas a la tierra. Si seguimos profundizando nos deberemos preguntar cuánto vale una idea matemática.

Un tipo va en globo y se pierde por territorios ignotos. Ve que hay alguien allí abajo, reduce su altitud y le grita: “Oiga, ¿dónde estoy?”. El lugareño se queda pensando cinco minutos y luego le responde: “¡Está usted en un globo!”. El del globo le dice: “¿No será usted un matemático?”, y el otro admite serlo y le pregunta cómo lo ha sabido. “Por tres razones”, responde el del globo. “Primero, por lo que ha tardado usted en responder; segundo, porque su información es indiscutiblemente exacta, y tercero, ¡porque es estrictamente inútil!”. Es mi chiste favorito de matemáticos y, como todo chiste, es políticamente incorrecto: tiene una víctima clara, y en este caso es el pobre matemático que estaba en tierra y ha hecho su trabajo lo mejor que sabe.

Pero este miércoles hemos conocido un estudio de la Red Estratégica en Matemáticas, que integra a la comunidad matemática española, junto a Analistas Financieros Internacionales, que muestra un resultado sorprendente: que las matemáticas son directamente responsables del 10% del PIB español, y que generan, también de manera directa, el 6% del empleo. Esas cifras parecen increíbles, pero en realidad se quedan cortas respecto a las que alcanzan el Reino Unido, Francia y Holanda, que percibieron hace mucho que el entendimiento profundo de la realidad es el camino infalible hacia las revoluciones tecnológicas, incluyendo el berenjenal de los senderos que se bifurcan en el que estamos sumergidos hasta el cuello. Los economistas podrán discutir la metodología del trabajo —ojalá lo hagan—, aunque deberán sopesar antes la estatura de los científicos que tienen enfrente: algunos de los mejores matemáticos del país. Los críticos deberán revisar muy bien sus cálculos antes de hacerlos públicos con gran ridículo personal y profesional.

No me interpretéis mal. A mí me gustan los economistas. Tienen un especial talento para cuantificarlo todo. Mi ejemplo favorito es el “coste de oportunidad”, que es lo que pierde una persona o una empresa por haber tomado una decisión equivocada. Es un concepto con interesantes nexos psicológicos y filosóficos. Estoy seguro de que los economistas se interesarán tarde o temprano en la idea que emerge ahora de la élite matemática: que las verdades eternas que genera este arte supremo del entendimiento tienen un valor en la contabilidad nacional que harían mejor en tener en cuenta.

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