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Columna
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Abocados a morir matando

Washington no soltará la presa, pero no la capturará pacíficamente si no le ofrece una vía de escape política

Juan Jesús Aznárez
El líder de la oposición venezolana, Juan Guaidó, en San Antonio (Venezuela), el pasado 30 de marzo.
El líder de la oposición venezolana, Juan Guaidó, en San Antonio (Venezuela), el pasado 30 de marzo. STRINGER (REUTERS)

La función de la liebre es imprimir un fuerte ritmo en las carreras de atletismo para facilitar que los favoritos rebajen tiempos y récords. Aunque suelen abandonar a mitad de recorrido, la contratada por los organizadores del maratón de Los Ángeles de 1994, Paul Pilkington, siguió adelante, ganó la prueba, 27.000 dólares, un Mercedes y la rabia del segundo clasificado, un italiano que no se enteró porque no sabía inglés y llegó a la meta levantado los brazos, creyéndose primero.

Guaidó arrancó la galopada hacia la demolición del chavismo como liebre de EE UU y la oposición, con la misión de alcanzar los objetivos no conseguidos en las sublevaciones callejeras posteriores al fallido golpe de abril de 2002. No desfallece, pero no está cumpliendo las expectativas. Acusa la distancia hasta el búnker de Miraflores. Pasa el tiempo y se desinfla poco a poco. Paradójicamente, el bajonazo puede ser peligroso para todos los venezolanos porque sus patrocinadores han reiterado que todas las opciones están sobre la mesa, incluida una andanada de misiles.

La inhabilitación de Guaidó es irrelevante porque el delfín de Leopoldo López sigue en carrera: al sprint en el primer tramo pero ralentizando la progresión en el segundo porque es de resistencia y obstáculos. Durante su desarrollo, la bicefalia al mando, Maduro sobre las estructuras del Estado, y Guaidó sobre las aspiraciones democráticas de la mayoría, apuntalan la parálisis, que solo se destrabará con cesiones fundamentales del chavismo y un repliegue de la belicosidad. Los errores bolivarianos han sido mayúsculos, pero el fundamental fue creer posible la consolidación de una revolución marxista leninista ignorando las libertades y al 50% de la población sobre un yacimiento de petróleo avecindado con la voracidad capitalista. El empeño en lo imposible daña la credibilidad de la izquierda comprometida con la democracia.

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EE UU no pudo con la revolución de Fidel Castro, pero probablemente pueda con el régimen venezolano, que trata de enardecer a sus bases y examinar la situación de carrera hostigando a Guaidó sin detenerle, con la vista puesta en la reacción de la Casa Blanca. Washington no soltará la presa, pero no la capturará pacíficamente si no le ofrece una vía de escape política. Solo el activismo de las organizaciones, países y personas con interlocución en Washington y Caracas podrán destrabar la crisis. Urge arrimar el hombro de la negociación para evitar que el grupo de civiles y militares chavistas sentenciados por Washington se vea abocado a morir matando. El encogimiento europeo y la modorra de México y Uruguay no frenarán a EE UU. Sus legiones están dispuestas a blindar los yacimientos del Orinoco y a ganar el pulso geopolítico con Rusia y China, asumiendo los costes de una solución militar si el castigo social, económico y diplomático a Venezuela no derriba a Maduro.

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