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Columna
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Lazoamarillología

Los fundamentos del argumentario de Torra y del nacionalismo catalán resultan de una pobreza conceptual a veces hasta el infantilismo

Teodoro León Gross
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, el pasado 20 de marzo en el Parlament.
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, el pasado 20 de marzo en el Parlament. Quique García (EFE)

La lógica circense de Torra no se va a agotar en la exitosa operación de los lazos amarillos, con la que ha prolongado durante días su rebeldía de titulares, ocupando portadas con menos esfuerzo que Belén Esteban y regalándose un protagonismo barato como líder insumiso a sabiendas de que el garantismo de las instituciones le daba margen para estirar el show. Todo en Torra es gestualidad primaria, aunque lo inquietante no es tanto ese instinto para el espectáculo como la literatura de acompañamiento. El circo, de hecho, está descontado. El procés debe mucho a las performances, las diadas masivas, esa inclinación a los coros&danzas que ha sido característica de todos los grandes nacionalismos incluyendo el franquista. Pero más allá de ese perfil festivo, consustancial al procés, es fácil constatar cómo los lazos han arrastrado consigo un argumentario como si tuvieran realmente un fundamento democrático de entidad.

Días atrás, en la reunión de Macron con decenas de intelectuales en el Elíseo para evaluar la crisis de los chalecos amarillos, la politóloga Dominique Schnapper, a la que debe mencionarse no como hija de Raymond Aron sino autora de La Communauté des citoyens o L’Esprit démocratique des lois, recordó que “la democracia es respetar las instituciones democráticas y el Estado de derecho”. La primera línea de defensa de la democracia está ahí, o no está. Y de ese principio elemental trata el pulso indepe con la Junta Electoral; no de lazos, sino de su resistencia a las instituciones democráticas y al cumplimiento de la ley. Claro que si Torra reuniese a los intelectuales del procés, probablemente no escucharía eso, sino algo tipo “¡Hagamos una calçotada en un submarino amarillo!”.

El sociólogo Julien Damon, en ese encuentro del presidente francés con intelectuales, se refirió a la chaleco-amarillología, concepto sugerido por el hartazgo de ver a unos y otros a diario en televisión diciendo “los chalecos amarillos son esto…” o “los chalecos amarillos son aquello…” . Y aquí estamos enredados en la lazoamarillogía. Llevamos demasiado tiempo debatiendo sobre su valor, su presencia pública, su legitimidad... El triunfo de la impostura de los lazos está precisamente ahí. Por obvio que sea que en España no hay presos políticos, no hay persecución de las ideas ni represión censora como en Turquía, hay un debate constante en torno a algo que lleva adherido ese relato. Y no desaparece con los lazos y pancartas: el abuso de su presencia deja ahí la sombra de su ausencia.

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Los fundamentos del argumentario de Torra y del nacionalismo catalán resultan de una pobreza conceptual a veces hasta el infantilismo. Se trata, claro está, de una formidable impostura. El éxito, sin embargo, es que su clientela haya perdido por completo la noción de la realidad; y asuman que efectivamente las instituciones, en lugar de practicar la neutralidad democrática en campaña, ejercen derechos individuales como la libertad de expresión y otros derechos fundamentales representados en los lazos. En definitiva, al comprar el símbolo, compran el relato. La lazomarillología ha servido para olvidar que los lazos no simbolizan la libertad, sino un proceso ilegal contra la mitad de la población.

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Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

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