El olfato manda
El neurocientífico argentino Mariano Sigman explica en este capítulo de la serie 'Sé lo que estás pensando', de 'Materia' y EL PAÍS Vídeo, el importante papel de los olores
¿Por qué nos damos la mano al saludarnos? Hay muchas razones posibles para este ritual tan común y tan antiguo. Algunos hablan de mantener la distancia, otros de medir fuerzas, otros de asegurarse que ninguno porta armas. A todo esto, un investigador llamado Noam Sobel, dio una respuesta a este enigma que me resultó completamente inesperada.
Sobel grabó los gestos que hacia la gente luego de estrecharse la mano. Y así descubrió que casi todos, aunque rara vez seamos conscientes, lo que solemos hacer con más frecuencia es: … olernos la mano. Y obviamente lo hacemos, cuando nadie nos mira.
Y no es solo que la gente acerque mecánicamente la mano a la nariz. Sobel mostró que, además, al mismo momento respira profundamente, inhalando las moléculas que la otra persona ha depositado en su mano.
Este ritual tiene una curiosidad: al estrechar la mano a una persona del mismo sexo (no importa si son hombres o mujeres) se huele la mano derecha. Que es la que estrecharon. En cambio, al saludar a una persona del sexo opuesto, se huele la mano izquierda, la que porta solo olores propios. Es como mirarse en el espejo de los olores para saber qué impresión hemos dejado en la otra persona.
Cada uno puede imaginar las razones de este comportamiento, a la vez tan propio y tan desconocido. Y que nos da tanta vergüenza y sorpresa (por lo menos a mí me la dio) cuando descubrimos que lo hacemos.
¿Importa acaso la orientación sexual de los que se saludan, o si son conocidos, o si el encuentro es formal o festivo? No lo sabemos. Y es que, con cada respuesta, la ciencia abre un universo aún más grade de nuevas preguntas.
El experimento de Sobel nos muestra que el olfato tiene un rol mucho más decisivo del que sospechamos en cómo nos relacionamos. Y no es el único. Hace ya unos años, Claus Wedekind, un científico suizo hizo un experimento curioso. Pidió a unos cuantos hombres que vistiesen, sin usar desodorantes ni perfumes, la misma camiseta por unos cuantos días. (Si, la ciencia no es siempre glamurosa). Luego, algunas mujeres, olían las camisetas indicando cuán placentero les resultaba el olor de cada una. Por supuesto que el experimento se hizo también al revés; ellas sudando remeras y ellos oliendo.
Wedekind descubrió un patrón en la preferencia de olores y para entenderlo tenemos que visitar por un momento el sistema inmune. Cada individuo tiene un sistema inmune distinto, lo que explica, por qué frente al mismo virus algunos nos enfermamos y otros no. Podemos pensar que cada sistema inmune, es un escudo. Si se superponen dos escudos iguales, se vuelven redundantes. En cambio, dos distintos protegen juntos una superficie mayor. Esto explica porque puede haber una ventaja evolutiva cuando se aparean dos individuos con sistemas inmunes bien diferentes.
Y sucede que nuestras preferencias olfativas siguen exactamente esta regla simple: suelen gustarnos más los olores de gente con un sistema inmune muy distinto al nuestro.
El experimento de Wedekind, años después se convirtió en un emprendimiento llamado “fiestas de feromonas”. En estas fiestas, al entrar, la gente deja una prenda en el mostrador. Luego huelen las prendas que han dejado los demás, y así -olfateando a ciegas - eligen con quien conversar. Una especie de Tinder olfativo.
Y esto es a la vez raro, y natural. Raro porque todos entendemos que el olfato no es el más preciso de nuestros sentidos y puede llevarnos a una elección que luego nos parezca muuuuy equivocada. Pero a la vez también parece tener sentido, porque todos reconocemos cuánto evoca el entrañable e indescriptible olor de las sábanas de la persona amada.
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