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Reducir el riesgo de padecer problemas cardíacos y otras ventajas de tener mascota

Diego Mir
Marta Rebón

Mientras que contemplar a los peces contribuye a disminuir la presión sanguínea, convivir con un gato reduce hasta un 30% el riesgo de padecer problemas cardiacos. ¿Por qué las mascotas estimulan la segregación de endorfinas?

EL REINO ANIMAL ha sido, y es, un espejo en el que la humanidad se ha mirado para entender el mundo. Los animales están presentes en mitos ancestrales que explican la creación del universo, protagonizan nuestro pensamiento metafórico y se les ha hecho hablar en bestiarios, fábulas, refranes, cuentos de hadas o distopías orwellianas. Al observarlos, el ser humano ha encontrado una extensa enciclopedia del comportamiento: la fidelidad del perro, la nobleza del caballo, la previsión de la hormiga… Todo cuanto hacen obedece a la certeza de que vivir fuera del presente es un lujo demasiado caro. Por ello, despliegan el ingenio para salvar obstáculos, tienen la audacia de seguir su instinto y atienden a lo importante en cada momento.

La atribución de cualidades y rasgos humanos a los animales es una reacción innata de la psicología, así como la tendencia a querer interpretar sus pensamientos. Estudios recientes demuestran que, desde la infancia, nuestro sistema nervioso responde de manera preferente a la cercanía de un animal, en especial la amígdala derecha, encargada de gestionar la respuesta emocional. Además de encomiables filósofos de la experiencia, los animales son un punto de acceso natural y genuino a la intimidad de nuestros juicios, sensaciones y hábitos, pues revolucionan nuestra química interna con solo aproximarnos a ellos y tocarlos: contemplar el movimiento hipnótico de los peces hace que disminuya nuestra presión sanguínea, convivir con un gato reduce el riesgo de problemas cardiacos —según un estudio de la Universidad de Minnesota— y acariciar un perro estimula el sistema inmunitario. Los animales, con sus movimientos, color, forma, textura, olor, sonido y calidez, activan, en suma, nuestros cinco sentidos. Nos provocan una reacción afectiva y cognitiva capaz de desbloquear la expresión de sentimientos de angustia. O, cuando menos, de apaciguarlos.

Diego Mir

Esto no le ha pasado por alto a la psicología clínica. Tanto la relación afectiva especial que se crea con un animal como el bienestar directamente relacionado con él son un campo de investigación todavía joven. Aunque su compañía se utilizó intuitivamente en sanatorios y hospitales para reconfortar a los enfermos, el valor terapéutico no se empezó a estudiar de forma sistemática hasta principios de la década de 1950, cuando el psiquiatra Boris Levinson se percató de la reacción espontánea que le provocó su mascota a un niño autista en la primera visita a su consulta. “Para mi sorpresa, no se asustó, sino que abrazó al perro y comenzó a acariciarlo”, escribió en su célebre artículo El perro como coterapeuta. Levinson se integró en el juego y, gracias a su mascota, logró establecer un vínculo con su paciente. “El animal de compañía es una isla de cordura en lo que parece un mundo de locos”, afirmó. Las relaciones interpersonales se caracterizan por las expectativas que depositamos en ellas, no exentas de decepciones y de otros sentimientos negativos complejos como la envidia o el rencor. Con los animales, por el contrario, todo parece más sencillo, predecible y consistente, a la vez que gratificante.

“Hay personas que admiten que, al no sentirse juzgadas por sus mascotas, les han contado cosas que nunca habían compartido con otras personas”

“Las personas que conviven con mascotas a las que hemos entrevistado afirman en su gran mayoría que estas han supuesto un efecto positivo en sus vidas”, comenta Jaume Fatjó, director de la Cátedra Fundación Affinity Animales y Salud de la Universidad Autónoma de Barcelona, una de las pioneras en España en el estudio de la terapia asistida con animales. “Es más: hay quien admite que, al no sentirse juzgado, le ha contado cosas que nunca ha compartido con otras personas”. Debido a nuestra atracción y curiosidad innatas hacia los animales, “su mera presencia genera un ambiente de mayor confianza y seguridad, capaz de derribar barreras comunicativas entre el terapeuta y el paciente”, apunta Fatjó. Una mascota desempeña, así, el papel de puente entre uno y otro en el tratamiento de situaciones personales traumáticas o en contextos sociales sensibles, como prisiones, geriátricos y hogares desestructurados. “En los casos de demencia”, añade el etólogo, “constituyen una ayuda para la estimulación sensorial, y en niños con trastornos de desarrollo, al control de los impulsos”. En cualquier caso, este no es un método que pueda utilizarse indiscriminadamente, sino que requiere una aproximación caso por caso.

Contemplarlos nos devuelve el valor de la paciencia, la importancia del instante presente y la estupidez que supone tomarnos demasiado en serio. Acariciar el pelaje de un gato, el caparazón de una tortuga o las crines de un caballo relaja y estimula la segregación de endorfinas. Y, por si fuera poco, el vínculo con los animales es un potente medidor de nuestro respeto hacia los demás. Ya decía Kant que quien se muestra cruel con los animales hace lo propio con sus iguales.

Marta Rebón es traductora, fotógrafa y crítica literaria.

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