_
_
_
_

Mi mascota manda más que yo

'Tíbet', un perro de raza shih tzu.

1. El ‘boom’. Una industria imparable  (Ver gráfico)

Desde la alimentación hasta servicios de spa, de peluquería, de masaje, manicura… Los animales de compañía mueven un gran negocio./

Por Sara Cuesta/

Mar Ribé, diseñadora gráfica de 35 años, se dirige al altar. Lleva un vestido rosado y camina del brazo de su padre, Joan. En la mano izquierda, él sostiene en una correa a una pequeña cocker con un vestido idéntico al de la novia. El mismo color, las mismas telas, el mismo diseño. Ribé siempre soñó con que, el día de su boda, su perra Sheera llevaría los anillos. Sus más allegados lo saben. Pero la escena supera todas las expectativas. “La gente alucinó. ¡Apuntaron con sus cámaras y teléfonos al suelo para fotografiar a Sheera en vez de a mí!”, recuerda hoy Ribé mientras enseña el álbum de su boda, celebrada en septiembre./

“Ya en tiempo inmemorial, la aristocracia agasajaba a sus animales de compañía”, recuerda el psicólogo Stanley Coren, profesor en la Universidad de Columbia Británica en Vancouver (Canadá) y experto en comportamiento animal. “Si tenemos en cuenta la tendencia a tratar a las mascotas como hijos, se entiende que en las actuales sociedades desarrolladas se gaste cada vez más dinero en productos y servicios para mimarlas”./

En realidad, la devoción por las mascotas hoy ya no es solo cosa de ricos. La explosión de la industria de los animales de compañía se ha convertido, de hecho, en un indicador del crecimiento de las clases medias en el mundo, en particular en América Latina y Asia. Solo en comida, el sector mueve más de 51.000 millones de euros al año.

La cocker Sheera con el vestido que lució en la boda de su dueña, en la que llevó los anillos. Ambas iban a juego.

El vestido de Sheera para acompañar a Mar Ribé al altar costó 95 euros y fue diseñado a medida en Caninetto, una sastrería para mascotas del barrio del Raval (Barcelona). Hace ya tres años que Edgard Gil y su pareja, Haritz Aramendi, montaron su pequeña tienda taller. Decenas de diminutos abrigos y camisetas de colores cuelgan de sus estanterías. Mar Ribé y su entonces prometido, Germán Tello, recorrieron hasta en cuatro ocasiones el centenar de kilómetros que les separa del local para las pruebas del vestido de Sheera. “Mi madre me decía que estaba más preocupada de su traje que del mío”, cuenta Ribé. “Y, claro, cada vez que íbamos, Germán tenía que quedarse fuera de la tienda. Porque si veía el vestido de Sheera, iba a saber cómo era el mío”./

“si tenemos en cuenta la tendencia a tratar a las mascotas como hijos, se entiende el gasto cada vez mayor en mimarlas”.

Ribé viaja habitualmente por trabajo a Nueva York, y recuerda que allí las celebraciones como la suya están normalizadas. Estados Unidos es pionero en el desarrollo de nuevos servicios para el cuidado de animales de compañía y también su principal mercado. El país facturó en 2015 unos 56.000 millones de euros –el doble que hace 10 años–, según la Asociación Estadounidense de Productos para Mascotas. Le sigue de lejos Europa, con 30.000 millones de euros y un crecimiento anual del 1,8%, de acuerdo con los datos de la Federación Europea de la Industria de Comida para Mascotas. (Ver gráfico)./

La sastrería de Gil y Aramendi nació impulsada por esa demanda. “Sabíamos que el sector no paraba de crecer”, explican. Los dos primeros años fueron duros, pero en 2015 se embolsaron 60.000 euros de beneficios. Y subiendo. “Nuestra capacidad de evolucionar no depende de que crezca el sector en España, sino de que lo haga internacionalmente”, dice la pareja, que acaba de cerrar un acuerdo para comercializar su firma en Nueva York. A largo plazo, sus ojos están puestos en América Latina, donde el año pasado se registró un gasto de más de 8.200 millones de euros en un sector que crece imparable: entre un 11% y un 13% cada año (sobre todo en México, Brasil o Argentina), según datos de Euromonitor./

Galletas de una tienda de repostería para mascotas en el barrio madrileño de Malasaña.

Este crecimiento exponencial también ha conquistado el sector del lujo, que se ha sumado al boom de las mascotas. Grandes firmas de moda como Louis Vuitton y Gucci tienen sus propios modelos de bolsos para transportarlas. Adolfo Domínguez ha creado una línea de ropa canina y Swarovski cuenta con una gama de collares y joyas. En 2015, los accesorios específicos generaron más de 460 millones de euros en países como Japón y más de 6.500 millones en Europa. “Las personas han decidido que sus necesidades son las de sus animales y, en ese sentido, tal vez podríamos hablar de un trato antropomórfico”, sostiene Miguel Ibáñez, profesor de etología y bienestar animal en la Universidad Complutense de Madrid. En grandes ciudades como Los Ángeles, Tokio o Dubái proliferan hoteles y resorts de lujo para uso y disfrute de animales. Muchos incluyen tratamientos exclusivos como manicura o spa. En 2015, EE UU facturó 5.000 millones de euros en el mercado de estos alojamientos y servicios que también empiezan a calar en España. Sobre todo en urbes como Barcelona o Madrid./

Nicolás Herrero tiene una peluquería con spa en el madrileño barrio de Malasaña. Un martes por la mañana atiende a uno de sus clientes habituales. Se llama Tíbet y es un pequeño shih tzu con dermatitis alérgica que acude semanalmente para recibir un baño con ozono que hidrata su piel. “Atendemos entre 80 y 100 perros cada mes”, dice Herrero. “La mayoría viene a la peluquería, aunque cada vez más clientes solicitan el spa”. Tíbet asoma la cabeza entre la espuma de la bañera plateada y permanece inmóvil durante los 25 minutos de tratamiento. A continuación: secar, cortar y peinar. El servicio completo cuesta 45 euros. O más, según el tamaño del animal./

Los fundadores de la sastrería Caninetto con sus perras. Les prueban sus diseños para ver si son cómodos.

Cerca de este spa, hay una tienda de repostería para mascotas: Miguitas. Los brownies de hígado de pollo y las tartas de salmón empiezan a salir del horno durante la mañana de un jueves. Cuando su propietaria, Charo Hernández, abre este local, un labrador negro tira ansioso de la correa y arrastra a su dueña hasta el interior. “Esto nos pasa constantemente”, ríe Hernández. ¿El secreto de sus chuches? Están elaboradas con productos naturales. “El animal las saborea y son un complemento nutricional para los piensos procesados, que tienen muchas carencias”. La alimentación es el sector que más dinero mueve en esta industria. Solo en España, 884 millones al año, según informan desde la compañía de alimentación para perros y gatos Affinity, de acuerdo con datos recogidos por la consultora Nielsen. Sonia Serra, diseñadora de moda de 27 años, compra menús especiales para su galgo Buppy, que padece alergias alimentarias. “Vale cuatro veces más que un pienso de marca blanca, pero me compensa por lo que me ahorro en veterinarios”. Ella y su pareja destinan unos 1.500 euros cada año en mantener a su perro. La cifra prácticamente duplica los 817 euros de gasto medio que calcula el Ministerio de Agricultura, y se aproxima cada vez más al de EE UU (2.000 euros)./

Con más de 284 millones de mascotas en el continente europeo, los crematorios y cementerios específicos se abren un hueco en el mercado.

Ese montante incluye actividades de ocio que acaban convertidas en tendencia, como el doga: yoga con perros. Surgió hace cinco años en Nueva York, de la mano de la profesora Suzi Teitelman, que reinterpretó este deporte para incluir a su mascota. Sus vídeos online extendieron su práctica a todo el mundo. En enero, Hong Kong batió el récord Guinness por la clase de doga más numerosa de la historia (270 parejas perro-dueño). La educadora canina Patricia Guerrero la ha importado a un centro de yoga de Barcelona. “El objetivo es encontrar ese momento de conexión entre la persona y su perro”, explica Guerrero. Al terminar la sesión, amo y mascota permanecen abrazados en un aparente estado de relajación./

El primer cementerio de animales de España, que abrió en Madrid en 1983.

Miguel Ibáñez insiste desde la Universidad Complutense en que, si bien la intención es buena, estas nuevas actividades y servicios no dejan de ser “una interpretación humana”. Algo que se evidencia también en los rituales por la muerte del animal. Con más de 284 millones de mascotas en Europa, los crematorios se abren hueco en el mercado. “España arrancó un poco más tarde que sus vecinos, pero ahora se abre uno cada semana”, explica Ruud van Beurden, gerente de Funeral Products Spain. Cremascota se fundó en 2011 en Alcorcón (Madrid). Un viernes por la tarde, Raquel y Sergio Lázaro, hermanos y socios del negocio, atienden a las visitas. Uno de sus servicios estrella son los velatorios (el 40% de clientes lo piden). “Duran 30 minutos”, explica Sergio Lázaro, quien trata los cuerpos. “Lo lavo, lo seco, lo peino y lo coloco en el expositor, como si durmiese”. Al otro lado del cristal, la familia se despide. Por el crematorio pasan entre 100 y 150 animales al mes. El precio oscila entre los 235 y los 340 euros. Fuera de tarifa, pueden añadirse souvenirs./

Otros prefieren el entierro. La creación de cementerios para mascotas se remonta al siglo XIX en ciudades como Nueva York (1896) o París (1899). En España no se fundó el primero hasta 1983. En un enorme pinar de Arganda del Rey (Madrid), un letrero anuncia: El Último Parque. Los fines de semana abre para las visitas. Entre los 33.000 metros cuadrados de tumbas, un matrimonio de jubilados, Isabel y Nicolás, retiran las hojas secas que cubren la de su mascota, Tekkel. “Murió hace 5 años. Estuvo con nosotros 16”. Sobre la lápida hay un poema plastificado que escribió su hija. A unos metros de allí, María José pega con celofán dos rosas frescas sobre la lápida de su perrita, como cada sábado desde que falleció, hace 21 meses. Las fosas oscilan entre los 200 y los 6.000 euros, en función del tamaño, la ubicación y los materiales. La cuota anual de mantenimiento es de 60 euros. Cuando decidieron abrir este recinto, varios Ayuntamientos tomaron por locos a sus fundadores. Hoy son los Gobiernos locales y autonómicos los que proponen la creación de estos cementerios. En Estados Unidos van más allá. El pasado octubre, el Estado de Nueva York aprobó una normativa que permitirá a los dueños de mascotas compartir fosa con ellas. Otro sueño de Mar Ribé. “Guardo en casa las urnas con las cenizas de todos mis animales. Espero que entierren mis cenizas con las suyas”./

Lápida del perro 'Leonín' en el cementerio de animales de Madrid.

Excentricidad para unos, evolución para otros. Las mascotas se han convertido para muchas personas en el eje de sus vidas. Una guinda a este pastel es el nuevo programa televisivo Amores perros, cuyos concursantes buscan el amor a través de sus mascotas. Los participantes se conocen en compañía de sus perros. La conexión humana queda en un segundo plano y a merced de la afinidad que surja entre los animales. Si en Quién quiere casarse con mi hijo las madres jugaban un papel concluyente en la determinación final de los concursantes, ahora serán sus mascotas las que decidan por ellos. Al menos por el momento, van ganando la partida./

2. El debate. Sentimientos animales

Ya son un miembro más de la familia. En las zonas urbanas cada vez compartimos más espacios con ellos. ¿Hasta dónde pueden llegar sus derechos? /

Por María Hervás/

E s domingo por la mañana y un grupo de vecinos de Trigueros del Valle (Valladolid) se ha saltado la misa de 12.00 para pasear a sus mascotas por las inmediaciones de la Plaza Mayor. Es tal su predilección por perros y gatos que el Ayuntamiento los ha declarado vecinos no humanos. Sí, ciudadanos bajo tutela municipal que tienen derecho a vivir con dignidad, sin sufrimiento. “De hecho, ya le hemos retirado un perro a un pastor, por maltrato”, explica Pedro J. Pérez Espinosa, el alcalde, del PSOE. Trigueros, un pueblo de 400 habitantes, a 50 kilómetros de Tordesillas y de su polémico Toro de la Vega –que se ha librado este año de su tradicional muerte alanceado por los mozos–, ha sido el primer municipio español en conceder la vecindad a las mascotas. Todo un indicio de que la manera de tratar a los animales de compañía está cambiando radicalmente. Incluso se les considera un miembro más de la familia al que se cuida, viste y mima. En ocasiones, hasta límites insospechados. Dice el filósofo Fernando Savater que la mascota acaba siendo un “reflejo del narcisismo del dueño”. Su humanización tampoco es un fenómeno nuevo: se ha dado a lo largo de los siglos. Lo que sí es noticia es que un tercio de los españoles considera ya a su perro o gato más importante que a sus amigos, según la Fundación Affinity, que promueve el papel de los animales en la sociedad./

Un grupo de vecinos de Trigueros del Valle, el pueblo que ha concedido a perros y gatos la condición de vecinos no humanos.

¿De dónde nace esta fiebre por las mascotas? El psicólogo estado­unidense Harold Herzog, autor del libro sobre animales  Some we love, some we hate, some we eat (Algunos a los que amamos, odiamos y comemos), lo explica así: “Cada vez estamos más solos. Las personas se casan tarde o no lo hacen, tienen pocos niños o viven más años. Esa soledad se acrecienta en las urbes, tan alejadas de las comunidades rurales, donde la gente conoce a sus vecinos y vive rodeada de familia”. Esa pérdida de contacto con el campo y la aparición de una fauna urbana, compuesta principalmente por mamíferos domesticados, han creado un imaginario en el que “la naturaleza es buena y pacífica”, según el filósofo francés Francis Wolff./

Los dibujos animados, el cine y la publicidad han potenciado esta imagen. “En un mundo regido por el sentimentalismo, hemos acabado convirtiendo a las mascotas en una especie de dioses buenos”, añade Savater. “No olvidemos que un animal no te traiciona, un amigo sí. Tampoco te juzga. Le da igual que seas una limpiadora o el presidente del Gobierno”, defiende la profesora Blanca Lozano desde su despacho en la Facultad de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, decorado con pósteres de perros. Pero el amor por los animales, llevado al límite, puede llegar a comprometer su bienestar como especie./

Una clase de 'doga' (yoga con perros), en Barcelona.

“Hay que ser consciente de que podemos ocasionarles daños físicos y psicológicos. Hace poco, una señora me dijo que a su perro le sentaba mal el cocido”, señala Carmen Castro, psicóloga especializada en comportamiento canino. “Cuando uno empieza a decir esas cosas, deberían saltar las alarmas”. Ella no sienta a sus pacientes en un flamante sillón de cuero. Su consulta es un terreno baldío a las afueras de Getafe donde corretean una veintena de perros. Una de las principales dolencias que sufren sus pacientes es ansiedad por separación. “Estamos tan pendientes de ellos que cuando les dejamos solos lo pasan fatal”. A la entrada del recinto, un cartel blanco con letras azules tiene escrito el nombre de Hydra, asociación de asistencia y terapia con animales en la que trabaja Castro junto a una etóloga y una socióloga./

Una mañana otoñal, Isabel María Pérez, estudiante de contabilidad y finanzas, viene a Hydra a recoger a su perro. Llevan 15 días separados por prescripción médica. La joven, de 21 años, no aguantaba el comportamiento agresivo de Darko. “Como cualquiera, humanicé al perro. Le tratábamos como si fuera el rey: comía en la mesa con nosotros, dormía bajo nuestra cama. Cuando no conseguía lo que quería, empezaba a ladrar. Y asustaba a la gente”. Según la Fundación Affinity, los problemas de comportamiento se han convertido en uno de los motivos más recurrentes de abandono en España. Solo el año pasado, las sociedades protectoras recogieron a casi 138.000 perros y gatos. “Resulta básico entender las necesidades de cada especie”, recuerda Alex Kacelnik, profesor de ecología del comportamiento animal de la Universidad de Oxford. Y aún más cuando se trata de un ejemplar exótico. “La gente ya vive hasta con arañas. Es curioso, porque cuanto más alejado esté el animal de nuestra escala biológica, mayor dificultad habrá de relacionarse con ellos”, argumenta Miguel Delibes de Castro, exdirector de la Estación Biológica de Doñana. La moda de pasear con un cerdo vietnamita como el de George Clooney puede simbolizar un estatus social. “El animal se concibe como algo tuyo, en propiedad. Y como cualquier otro bien puede llegar a ser un indicador de riqueza”, sostiene la antropóloga mexicana Ana Cristina Ramírez./

Toman medidas a 'Eddie', un cliente habitual que va a hacerse un abrigo.

En países como Estados Unidos hay casi tantas mascotas (305 millones) como número de habitantes (324 millones). Unos 75 millones de hogares europeos viven con animales de compañía. Y en Latinoamérica, el boom no ha hecho más que empezar: solamente Brasil, México, Argentina y Chile contabilizan 200 millones, según la consultora Euromonitor. (Ver gráfico). “En la mayoría de sociedades occidentales tenemos las necesidades básicas garantizadas. La gente empieza a luchar por otras causas, como puede ser la animalista”, piensa Jesús Zamora Bonilla, catedrático de la ciencia de la UNED./

Los expertos en derecho animal sostienen sin embargo que es la propia ciencia la que ha constatado que los animales son seres sintientes, por lo que sí es necesario establecer unas normas más adaptadas a sus necesidades. Tratados como el de Lisboa o el propio Código Civil de Francia ya los reconocen como “seres vivos sensibles al dolor”. España aún no ha dado ese paso, pero sí ha endurecido las penas por maltrato en la última reforma del Código Penal. El vertiginoso desarrollo de esta rama legal ha originado que ya existan tribunales que han concedido el habeas corpus (instrumento jurídico que reconoce el derecho a no ser privado de libertad sin una acusación formal) a varios simios. La última en conseguir ese derecho humano ha sido Cecilia, chimpancé de un zoo de Argentina. “El conocimiento científico sobre la cercanía genética de los animales ha reducido la brecha que hay entre ellos y nosotros”, defiende Pablo de Lora, profesor de filosofía del derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. Esa proximidad hace que cada vez sean más los que defienden que no es ético comer productos derivados de los animales, como lo demuestra el auge del veganismo./

Ropa de mascotas de la sastrería Caninetto, en Barcelona.

Laia Royo, secretaria del Partido Animalista contra el Maltrato Animal (PACMA), contesta al correo de una señora que le pregunta cómo poner una denuncia anónima por explotación animal. “Imposible, necesita identificarse”, dice mientras Gertrudis, su perrita de raza shih tzu, permanece recostada a sus pies. Su mesa está colocada en el recibidor de la sede del partido animalista, un piso de unos 65 metros cuadrados en el número 11 de la madrileña y céntrica calle de Preciados. A la entrada, un enorme cartel muestra el logo del partido, ilustrado con la silueta de un toro y un pajarito verde. “No lo recordará, pero hace años el lema representaba a un toro ensangrentado. Decidimos cambiarlo para dar una imagen más amable”, cuenta Laura Duarte, encargada de la comunicación de este partido fundado en 2003 y que ha ganado terreno a medida que crecía el filón animalista. Si en las elecciones generales de 2008 rozaron los 45.000 votos, en 2016 superaron los 286.000. Sus puntos fuertes son las grandes ciudades –donde reina la mascotamanía–, y donde Silvia Barquero, su presidenta, explica que hay mucho por hacer: habilitar más zonas de esparcimiento caninas, concienciar sobre la adopción animal o no limitar el horario de acceso al metro para perros. Los Gobiernos locales se enfrentan al desafío de conciliar entre los que desean compartir los espacios urbanos con las mascotas y los que no quieren ni oír hablar de tal posibilidad, cansados de lo que consideran una imposición cada vez más invasiva./

En capitales como Berlín, donde habitan zorros, mapaches y otro sinfín de especies por sus amplios espacios verdes, el Ayuntamiento ya cuenta con un “oficial de la fauna salvaje”. Derk Ehlert ejerce este cargo con diplomacia. Su labor es mediar entre vecinos humanos y… no humanos. “Recibimos muchas quejas por el ruido de los zorros o por los destrozos que se producen en los jardines, pero en general la ciudad es muy tolerante”, explica Ehlert desde Berlín. De las cosas que más molestan a los urbanitas españoles son los ruidos de los perros en las viviendas y, sobre todo, las plagas de excrementos caninos. Un problema que las autoridades parecen haber renunciado a afrontar. La Policía Municipal de Madrid puso en 2015 apenas 23 sanciones, que oscilan entre los 750 y los 1.500 euros. En lo que llevamos de año van 40. La justificación de tan escaso número es la dificultad de pillar in fraganti a los infractores. Estas cifras se incluyen entre los miles de denuncias que contabiliza la policía madrileña por infracciones cometidas con el animal doméstico. El año pasado fueron 3.071. El delito más recurrente es el maltrato./

'Tíbet' tiene dermatitis alérgica. Sus sesiones de spa con ozono le hidratan la piel.

La capital de España se ha propuesto seguir el ejemplo de otras grandes ciudades europeas y llevar la naturaleza al asfalto. Una de las medidas de su ambicioso plan de biodiversidad será utilizar un terreno de la Casa de Campo para el pasto de ovejas que acabará con los desbroces y acercará los animales a la ciudad. Ocurrencia absurda para los críticos, y que Silvia Barquero, presidenta de PACMA, apoya con reservas. “De acabar con la tauromaquia poco hablan”, incide. El último de los partidos en sumarse al filón animalista ha sido Ciudadanos, que ha pedido al Gobierno central modificar el régimen jurídico de los animales de compañía para que dejen de ser considerados “bienes patrimoniales”. Una medida que PACMA lleva años reclamando para acabar con el maltrato./

Por otro lado, el radicalismo de algunas campañas animalistas impide en ocasiones entablar un debate sosegado para abordar esta compleja relación entre humanos y otras especies. Negar esta nueva realidad tampoco ayuda. Modelar a la mascota a nuestra imagen y semejanza, menos aún. “Si humanizar al animal quiere decir ponerle lacitos en el pelo, poco aportamos a su bienestar”, dice Peter Singer, padre del activismo animalista. ¿Se puede relacionar entonces esta lucha con el progreso del humanismo? El filósofo francés Francis Wolff advierte: “Nunca hemos sido tan sensibles al sufrimiento animal y tan indiferentes al sufrimiento humano”./

La industria en cifras

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_