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No detengáis la naranja mecánica

Interior paraliza un experimento con presos violentos que pretende reducir la agresividad

Javier Sampedro
Un voluntario recibe estimulación transcraneal con corriente directa en un experimento realizado por la Universidad de Queensland (Australia)
Un voluntario recibe estimulación transcraneal con corriente directa en un experimento realizado por la Universidad de Queensland (Australia)Hing Ang / QBI

Uno de los protagonistas de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, era un bibliotecario ciego, y los periodistas que entrevistaban al autor cuando salió la novela le preguntaban si ese personaje estaba inspirado en Borges. Eco, que fue semiólogo antes que novelista, les respondía que no, que lo que pasa es que ciego + biblioteca da Borges, de manera inapelable. En la estela de esa ley de Eco, podemos formular que cerebro + electricidad + preso violento da La naranja mecánica de Stanley Kubrick y Anthony Burgess, escrita por el último en 1962. Y esos son los elementos de la noticia que puedes leer en Materia: “Interior paraliza un experimento de estimulación cerebral con presos violentos”. Pero ni el bibliotecario ciego de Eco era Borges, ni el experimento de los presos es Burgess. Los argumentos para decidir si se suspende la investigación definitivamente, o bien se reanuda provisionalmente, tendrán que basarse al final en la neurociencia. Démosle un somero repaso.

El lóbulo frontal, la parte de cerebro que tenemos entre la frente y las sienes, es un recién llegado al planeta Tierra. Sus orígenes biológicos ya existían en los primates y demás mamíferos, pero su desarrollo exacerbado es tal vez el acontecimiento capital de la evolución humana. Desde que éramos chimpancés, hace seis millones de años, todo nuestro cerebro ha crecido en mayor proporción que nuestro cuerpo, pero los lóbulos frontales han superado el ritmo de crecimiento de cualquier otra zona de la cabeza. (Como hay un lóbulo frontal en cada hemisferio, lo más común es referirse a los “lóbulos frontales”, en plural, pero no nos despistemos con esto).

Mientras los presos hayan entendido el objetivo de la investigación, y hayan dado su consentimiento informado, no parece haber razones sólidas para detener el trabajo

En correspondencia con su llegada tardía a la historia evolutiva del planeta (dos millones de años, en comparación con 600 millones de años de vida animal), el lóbulo frontal es también el último en madurar durante el desarrollo humano. No empieza a hacerlo hasta la adolescencia, y no acaba hasta bien entrada la veintena. Esta es la razón de que los adolescentes tengan un comportamiento tan extraño para los adultos, propenso a la agresión y refractario al argumento, creativo, arriesgado y desesperante. Las zonas del cerebro que rigen esos comportamientos agresivos ya están plenamente maduras, mientras el lóbulo frontal que debería reprimirlas o modularlas sigue aún en estado larvario. Cuanto más eficaz es el lóbulo frontal, más podemos reprimir la agresividad que emana de nuestro cerebro antiguo.

Y ese es el mismo lóbulo frontal del que trata el experimento de las cárceles de Huelva y Córdoba. Se trata de ver si un grupo de presos violentos, algunos de ellos homicidas, pueden beneficiarse de la estimulación eléctrica de su lóbulo frontal. Los resultados, que se han publicado en una revista científica con todos los papeles en regla, indican que sí. El experimento no se ha caído del cielo, sino que se basa en la neurociencia. Y los resultados son interesantes, pues nos indican caminos futuros para reducir la agresividad de ciertas personas que nacen con ese lastre, o que han visto dañado su lóbulo frontal durante la infancia y el desarrollo del individuo. Mientras los presos hayan entendido el objetivo de la investigación, y hayan dado su consentimiento informado, no parece haber razones sólidas para detener el trabajo. A menos que la campaña electoral sea una de ellas.

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