Una incubadora de tiburones del Oceanogràfic de Valencia suelta un centenar de pintarrojas bebé

Los huevos de los tiburones no son como los huevos a los que estamos acostumbrados. Los que nosotros recuperamos son cápsulas aplanadas ovoides, de unos seis centímetros de largo por tres de ancho, y translúcidas, así que podemos ver al pequeño tiburón creciendo en su interior, moviendo la cola, agitándose e incluso boqueando para respirar. A lo largo del último año hemos visto más de un centenar. Sí, porque en el Oceanogràfic criamos huevos de tiburón. Huevos procedentes del célebre descarte de pesca, que hemos logrado recuperar tras la captura accidental de hembras preñadas o que han sido hallados ya fuera del cuerpo de la madre, a menudo enganchados a las propias redes.

Lo hacemos –somos los únicos en España– para cerrar un ciclo interrumpido por la acción humana, porque nuestro objetivo es devolver al mar los tiburones recién nacidos. De paso, también obtenemos información sobre la fisiología de tiburones y rayas, de los que hay especies -en especial algunas rayas- que están amenazadas en el Mediterráneo.

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Diariamente se pescan miles de tiburones en todo el mundo. Muchas veces estos animales son una captura que, al no tener mucha salida comercial, se descarta. Para tratar de recuperar sus huevos y convertirlos en un recurso para labores de conservación, educación e investigación, en la Fundación Oceanogràfic empezamos a colaborar con la asociación LAMNA, recibiendo además la indispensable (y desinteresada) ayuda de pescadores comprometidos con el medio natural.

La idea surgió en un encuentro durante un congreso con investigadores malteses de la organización SharkLab Malta, los primeros en conseguir recuperar huevos. Ellos, que trabajan con hembras compradas en los mercados locales, nos explicaron su método y nosotros decidimos aplicarlo al descarte de pesca, para ponerlo en valor y poder tratar directamente con los pescadores, especialmente de arrastre.

Los huevos o las hembras muertas preñadas son recogidos en el puerto y trasladados hasta las instalaciones del Oceanogràfic, donde son limpiados, etiquetados, medidos, pesados y ubicados en acuarios con diferentes condiciones de luz o temperatura, para recrear las condiciones del fondo marino. Si trabajamos con las hembras muertas, extraemos los huevos de los úteros con cuidado y los llevamos a los acuarios. Trabajamos con especies como la pintarroja (Scyliorhinus canicula), que no se consideran en peligro de extinción, pero lo que aprendemos es extrapolable a otras especies que sí pueden estarlo.

Los huevos eclosionan después de entre tres y seis meses, en función de la temperatura del agua. Los recién nacidos miden unos 10 centímetros (en el huevo están plegados sobre sí mismos). El momento crítico es a los pocos días de la eclosión, cuando arrancan a comer: ahí vemos si el animal va a poder alimentarse por su cuenta cuando lo devolvamos al medio. Se siente mucho alivio cuando ves que el bebé tiburón está listo para ser soltado, después de todo por lo que ha pasado: la pesca desde decenas o cientos de metros de profundidad, el tiempo en cubierta, el transporte a los acuarios, los meses de incubación...

Los recién nacidos se analizan para ver si están en buenas condiciones antes de soltarlos en el medio natural. Los lugares de suelta deben ser sitios similares a los que sabemos usaban las hembras para poner huevos en el medio natural, con refugio y alimento. Además, deben estar resguardados de la pesca y ser accesibles para los buceadores.

Pero lo más importante es que sean accesibles al público. Somos conscientes de que soltar unos pocos animales en el medio no supone una gran diferencia de cara a las poblaciones naturales; pero si cada suelta sirve para que niños y adultos vean los tiburones y aprendan sobre sus amenazas naturales, entonces sí logramos un impacto y derribamos mitos sobre estos animales.

Al final, la conservación de especies es un trabajo lento que depende de todos nosotros, exigiendo medidas a las autoridades, evitando consumir muchos recursos, reduciendo nuestro impacto. Pero todo parte de que la gente conozca esa realidad que existe bajo el agua, que debemos apreciar.

Llevamos liberados más de 100 individuos en diversos puntos de la Comunitad Valenciana, con la colaboración de pescadores, centros de buceo y voluntarios en general. Son muy tranquilos, se alimentan de pequeños peces e invertebrados. De adultos medirán unos 60 centímetros. Realmente no sabemos cuántos van a sobrevivir hasta llegar a adultos, pero sin duda, y aunque sea solo por todo lo que hemos aprendido y podido mostrar al público, el esfuerzo está valiendo la pena.

Pablo García es biólogo de la Fundación Oceanogràfic