La ecología, una ciencia militante
Es la certeza de nuestras convicciones la que nos impedirá aceptar que algunos pretenciosos mediocres pongan en duda la realidad
Desde el comienzo de la presencia humana en el planeta y el desarrollo de las diferentes civilizaciones, la naturaleza ha tenido un papel fundamental en todas ellas. Los dioses en las religiones politeístas representaban elementos naturales; el dios de cada religión monoteísta reclama respeto y agradecimiento por los dones que nos otorga la Madre Naturaleza. Hemos esclavizado a aquellos dioses y hemos arrasado los elementos naturales de modo abusivo, quizá irrecuperable.
Asistimos impasibles a la destrucción de nuestro mundo, arropados con una mezcla de incredulidad y pretendida ignorancia. No es casual que la ciencia que estudia las relaciones entre los seres vivos y su entorno, forme su nombre como el conocimiento (logos) y la casa (oikos). Nada hay más universal que el conocimiento, ni más democrático que el respeto al hogar común, a lo que necesariamente compartimos, sin patrioterismos ni clases.
Sin embargo, hemos sustituido la ideología por los liderazgos y la militancia por el asentimiento ciego. El conocimiento nos aleja de la complicidad ignorante, de la pasividad complaciente y nos ayuda a recuperar esa militancia activa que implica compromiso, esfuerzo, dedicación e inquietud por componer la verdad.
No es mala la incorporación a la política de partidos verdes y de defensa de la naturaleza, pero no debemos confundir esa actividad social con la labor científica de investigación y divulgación sobre los procesos ambientales. Es la certeza de nuestras convicciones la que nos impedirá aceptar que algunos pretenciosos mediocres pongan en duda la realidad, intentando convencernos de que la tierra es tan plana y estéril como sus cerebros.
Esta tribuna es una colaboración de un lector en el marco de la campaña ¿Y tú qué piensas?. EL PAÍS anima a sus lectores a participar en el debate. Algunas tribunas serán seleccionadas por el Defensor del Lector para su publicación.
Los textos no deben tener más de 380 palabras (2.000 caracteres sin espacios). Deben constar nombre y apellidos, ciudad, teléfono y DNI o pasaporte de sus autores. EL PAÍS se reserva el derecho de publicarlos y editarlos. ytuquepiensas@elpais.es
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