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Cuidado con las buenas intenciones, también pueden empeorar un conflicto

Mikel Jaso

Ante un conflicto, la primera pregunta que nos asalta es: ¿qué hay que hacer? Sin embargo, deberíamos plantearnos antes otra: ¿qué no hay que hacer? La buena voluntad no es siempre efectiva. Con ella podemos empeorar la situación.

UNA PREGUNTA que suele hacerse con cierta frecuencia ante situaciones no deseadas es: ¿qué hay que hacer? Cuando en una relación o en un grupo aparece un conflicto, el primer impulso es pensar en qué es lo que hay que hacer. Pero en la mayoría de las relaciones y en la mayoría de los trabajos existe una cosa más importante que saber qué es lo que hay que hacer: saber lo que no hay que hacer.

Hace poco más de un siglo y medio, el doctor Ignác Semmelweis trabajaba en el hospital General de Viena. En aquella época, en la sala de maternidad del hospital fallecían de fiebre puerperal más del 13% de las mujeres que daban a luz, pero no era un problema exclusivo de aquel centro. Entre 1746 y 1774, en el hospital Hotel-Dieu de París murieron el 58% de las parturientas. En el mismo periodo de tiempo, la mortalidad en el hospital Westminster de Londres escaló al 68%.

Ignác Semmelweis se rebeló ante la impasibilidad de sus colegas del hospital. Mientras el resto de los doctores contemplaban sin mover un dedo cómo morían cientos de mujeres tras el parto debido a la fiebre puerperal, achacándola al frío, a la humedad, al hacinamiento de las salas de maternidad e incluso a la providencia, Semmelweis decidió buscar explicaciones y encontrar soluciones. ¿Por qué tantas mujeres fallecen de fiebre después de haber dado a luz sin problemas?, se preguntaba una y otra vez. Y se puso a observar. ¿Qué observó? Que la mortalidad era mucho mayor en la sala de las mujeres atendidas por médicos que en la sala de las mujeres atendidas por comadronas. ¡Incluso las mujeres que daban a luz en la calle morían con menos frecuencia!

Debemos plantearnos seriamente aplicar la asepsia emocional en nuestras relaciones con otras personas

Y observó también que la mortalidad era más alta en las mujeres atendidas por los médicos y los estudiantes en prácticas que se ocupaban de ellas después de realizar sus prácticas de anatomía con cadáveres. Cuando eran atendidas por las comadronas, que hacían su trabajo sin haber realizado ninguna tarea forense, la mortalidad bajaba.

Fue entonces cuando se le ocurrió a Semmelweis que médicos y estudiantes transportaban de la morgue a la sala de partos algo infeccioso en sus manos. Preparó una solución de cloruro y consiguió que se las lavasen con ella. La terrible sangría de vidas que ocasionaba la fiebre puerperal terminó con un simple lavado de manos. Estamos hablando de la asepsia.

Quien más, quien menos, estará familiarizado con este término. Incluso habrá quien pensará que es aplicable única y exclusivamente a la medicina, pero ¿nos hemos planteado alguna vez que en nuestra relación con las personas ya va siendo hora de que empecemos a utilizar la asepsia emocional? ¿Observamos suficientemente cuáles son las consecuencias de nuestras palabras, de nuestros comportamientos, de nuestras actitudes, como en su momento hizo el doctor Semmelweis? ¿O asistimos impasibles a las consecuencias de nuestro hacer, como hicieron sus colegas, y para quedarnos tranquilos encontramos siempre la causa en el otro, nunca en nosotros mismos?

Mikel Jaso

Hay una pregunta que deberíamos hacernos, y probablemente en algunos casos nos ayudaría a entender una cantidad ingente de situaciones y en otros nos ayudaría a evitarlas, y es: ¿qué tengo que ver yo con lo que está pasando? En numerosas ocasiones no somos conscientes de la importancia de saber qué es lo que no hay que hacer. Amparados por la buena voluntad, creemos que con ella es suficiente para resolver lo que sea necesario, y en el caso de que no haya sido lo más acertado, lo hemos hecho con “buena intención”. Y así, con la mejor de las intenciones, somos nosotros los que, con el propósito de ayudar, empeoramos la situación, incurriendo en la iatrogenia.

Iatrogenia es una palabra derivada de la griega iatrogénesis, formada por dos palabras: iatros, que significa “médico”, y génesis, que significa crear. Iatrogenia quiere decir “provocado por el médico”. Su origen lo encontramos en el ámbito de la medicina, pero en todas y cada una de las profesiones existe la posibilidad de ser iatrogénicos. ¿Cuántos de nosotros no hemos sido en algunas situaciones testigos y en otras perjudicados por una solución que en lugar de mejorar la situación la empeoró? ¿A quién no le ha sucedido alguna vez que ha aplicado lo que pensaba que iba a ser la solución y ha terminado siendo un problema?

Inma Puig es psicóloga clínica.

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