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IDEAS
Columna
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La verdad imaginada

Ainhoa señaló como objetivo de ETA a su primo y su madre se encargó de escribir las cartas para pedirle el “impuesto revolucionario”. La obra 'Los otros Gondra' habla de olvido y memoria

Edurne Portela
Escena de la obra 'Los otros Gondra (retrato vasco)'.
Escena de la obra 'Los otros Gondra (retrato vasco)'.Sergio Parra

Ainhoa está arrodillada, la ilumina una luz tenue, su cuerpo se retuerce, su espina dorsal se arquea, su voz se convierte en palabras inconexas. Ainhoa quiere articular una explicación, una justificación que haga más llevadera la tarea que sabe que tiene pendiente, pronunciar esa palabra que su tía quiso escuchar en vida y que nunca llegó: perdón. Está arrodillada ante su tía, ya muerta, que sujeta la urna de sus propias cenizas en la mano, pero el cuerpo de Ainhoa no tiene una actitud suplicante. Es puro dolor. Y el dolor de Ainhoa es tan real como el dolor de su tía, aunque está provocado por motivos exactamente opuestos. Ainhoa señaló como objetivo de ETA a su primo y su madre se encargó de escribir cada una de las 34 cartas en las que se le pedía el “impuesto revolucionario”; la tía de Ainhoa es la madre de Juan Manuel, la víctima de esa extorsión. La escena intenta reconstruir un encuentro que nunca ocurrió. Una palabra que nunca se dijo.

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La escena pertenece a Los otros Gondra (relato vasco), de Borja Ortiz de Gondra, que se representa estos días en el Teatro Español de Madrid y en la que el propio dramaturgo da vida a su personaje (Borja, hermano de José Manuel). Esta obra se articula en torno a dos cuestiones fundamentales relacionadas con los años de la violencia en Euskadi: por una parte, la reflexión sobre lo que se ha venido a llamar “el relato”, es decir, cómo (nos) contamos todo esto que nos ha pasado y/o hemos causado; y por otra, cómo sanamos las heridas ocasionadas por la violencia, sobre todo cuando éstas enfrentan a personas con una relación muy cercana, como la familiar. Ambas cuestiones (el relato y la reparación) se ponen en relación a través de la tensión entre olvido y memoria. Quién quiere olvidar y por qué, con qué derecho se impone el olvido y, de la misma forma, quién tiene derecho a exigir que se recuerde. Ninguna de estas cuestiones se plantea de forma dogmática, sino que, por el contrario, se deja espacio a los diferentes personajes para que defiendan el silencio ante el dolor (la madre), el rencor (Juan Manuel), el derecho al olvido (la prima Ainhoa), el derecho a la verdad y a la memoria del propio Borja, o a vivir sin polarización, sin memorias traumáticas (la hija de Ainhoa). El personaje de Borja elige, a pesar de la oposición del resto de los personajes, el camino de la memoria, planteando así una pregunta ética: cómo rellenamos todos los silencios vividos y heredados cuando nadie nos da las respuestas que buscamos, qué herramientas de representación usamos para ser fieles a eso que se llama “verdad histórica” pero permitiéndonos adentrarnos en el difícil terreno de los afectos, las contradicciones, las zonas grises de la complejidad de las relaciones humanas. Ortiz de Gondra lo hace a través de una imaginación ética, que es aquella que nos arranca de la interpretación maniquea de la historia y nos invita a imaginar al otro, que antes creíamos radicalmente diferente, como a un semejante y, con ello, imaginar su dolor.

No es fácil plasmar la complejidad de la historia de Euskadi en una representación de 90 minutos. Pero Los otros Gondra, así como la trilogía de Euskadi de la dramaturga María San Miguel que volverá a representarse en marzo en el Teatro de La Abadía, nos sitúa breve e intensamente en un espacio donde reconocernos y, más importante todavía, desde el cual reflexionar sobre el trabajo que nos queda pendiente.

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