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Columna
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Elegido por Dios

La religión se está filtrando por todas las rendijas de los edificios de nuestras democracias

Víctor Lapuente
El presidente estadounidense, Donald Trump, el pasado viernes.
El presidente estadounidense, Donald Trump, el pasado viernes. OLIVIER DOULIERY (EFE)

En abril de 2011, Mark Taylor, un bombero de Florida, veía en la televisión una entrevista a Trump. Y sintió que Dios le decía: “Estás escuchando la voz del próximo presidente”. Fue la primera de muchas revelaciones. La última, la semana pasada, cuando Sarah Sanders, portavoz de la Casa Blanca (o de los cielos), declaró que Dios había elegido a Trump de presidente por su defensa de las causas de los creyentes.

Los acólitos de Trump están rescatando así la vieja doctrina del derecho divino de los gobernantes. A lo largo de la historia de la humanidad, hasta llegar a este breve paréntesis de democracias liberales en el que vivimos, el orden social se fundaba en una premisa simple: el rey es un Dios visible, y Dios, un rey invisible. El monarca, lugarteniente de Dios, no puede equivocarse.

Hoy, en Estados Unidos, más de la mitad de los evangélicos blancos creen que Dios desempeñó un papel decisivo en la elección de Trump. Sí, el presidente menos cristiano que podamos imaginar, el predicador al que las mentiras hacen libre, sería un enviado de Dios que ha venido a redimir a los americanos.

Es la idea más ridícula de la política contemporánea, pero quizás también la más sintomática. Porque la religión se está filtrando por todas las rendijas de los edificios de nuestras democracias. Siempre ha habido una íntima conexión entre los evangelios y las constituciones. El mensaje cristiano de que todos somos libres e iguales ante Dios es la piedra filosofal del sistema político americano, la primera democracia moderna, cuyo lema no por casualidad es “En Dios confiamos”. Pero, y aquí reside la clave de bóveda de las democracias resistentes al paso de las crisis y las plagas bíblicas, Dios garantiza que ninguna persona es más importante que otra, pero Dios no entra en la discusión partidista. No es republicano ni demócrata.

Tanto en la religiosa América como en la laica Europa, nuestras democracias han sobrevivido a base de separar lo espiritual de lo terrenal. A César lo que es de César, y a Dios, lo que es de Dios. Sin embargo, diversos pensadores detectan una creciente sacralización de la política, tanto por la derecha como por la izquierda. Nos encomendamos a líderes mesiánicos, como Bolsonaro o Chávez, y causas supremas, como la nación o la justicia social. Y, como devotos fundamentalistas, no admitimos críticas. Es la voluntad de Dios. @VictorLapuente

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