El peor campeonato de España
Cada año, solo en Galicia son abatidos 12.000 zorros. En los seis últimos años han muerto más de 75.000 ejemplares en cacerías
HAY ANIMALES que saben simular la muerte para sobrevivir. A esa estrategia, la de hacerse el muerto, se le llama tanatosis. Uno de esos animales es el ser humano. Otro, el zorro.
Me gustaría pensar que esos zorros ahí yacentes, varias docenas, en el desorden disciplinario de los masacrados, estuvieran en realidad “haciéndose el muerto”. Que fuera todo una representación, una performance en la que tomasen parte personas humanas y no humanas.
—¡Fíjate qué bien se hace el muerto aquel, con los ojos abiertos y todo!
Los perros exhaustos, jadeantes, casi se les oye retumbar el corazón, mirando de reojo, sorprendidos por la artística inmovilidad inquieta de los zorros a los que han perseguido durante horas. Algún mirlo merodea la ficción y canta como un mirlo. Un cuervo, en el campanario, cuenta a su manera, con voz aguardentosa, un romance de ciego. Tal vez la vieja historia del raposo que predicaba a las gallinas. Los cazadores comparten la doble excitación de una batida real y teatral. Un espectáculo en el que ellos hacen que matan, con tiros de fogueo, y los zorros simulan que mueren.
Al final, todos vivos.
Ocurre así en esas conmemoraciones de batallas que libraron los humanos. Fueron grandes tragedias. Campiñas regadas de sangre, cuerpos amputados, de quién es esa pierna, tres días y tres noches escuchando la agonía de un muchacho en la alambrada, ¿será de los nuestros?, los muertos ya no son de los nuestros ni de los otros, y esas dos chicas, ¿qué van a hacer con ellas?, aramos sobre los huesos, no sigas, eso ya es historia. Ahora celebramos la batalla. Centenarios y bicentenarios. Todos bien uniformados. Salvas de honor. Música. Un banquete. Por la noche, atención, Waterloo, ¡gran espectáculo pirotécnico!
Sí. Ya sé. No es lo mismo.
Pero cuánto me gustaría que esa cacería masiva, esa masacre de seres inermes, fuese solo una pesadilla. Que no fuera posible en nuestros días. Que se tratase de una recreación. Una representación de algo que ocurría en el pasado. Pero no. No es una performance artística. Los zorros no se hacen el muerto. Son cadáveres apilados. Esta temporada, los fines de semana de enero y febrero tienen lugar en Galicia grandes batidas que culminan con el Campeonato de España de la Caza del Zorro. No solo autorizado, sino también subvencionado por la Administración autonómica. Dinero público para cacerías. Dicen que el señor Feijóo, el hombre que preside la Xunta, es un liberal dentro de su partido. Yo creo que los únicos liberales que quedan son los raposos.
Cada año, según datos de la propia Xunta, son abatidos 12.000 zorros. En los seis últimos años, más de 75.000 ejemplares. Hay especies, como el urogallo, que se dan prácticamente por extinguidas en el país gallego. Una belleza natural y simbólica borrada del mapa. Eran también habitantes de esta tierra. Sabían ocultarse, camuflarse en el bosque, pero tenían un momento de descuido: durante el canto nupcial, quedaban en éxtasis. Los zorros no están en peligro de extinción. Por ahora. Pero ¿qué es lo que justifica semejantes matanzas? La Federación de Caza argumenta que así “se regula la cadena trófica” y un presunto desequilibrio en la fauna salvaje, algo que desmiente la Sociedad Gallega de Historia Natural.
Cuando se altera la cadena trófica hay medios para hacer un control de las poblaciones. Pero ¿qué tiene que ver eso con un “campeonato” en el que se celebra la muerte masiva de seres inteligentes, que sienten, tienen memoria, mantienen una vida en libertad y merecen su lugar en la tierra que habitan? Claro que hay cazadores, y conozco unos cuantos, con conciencia ecológica.
Como es falso enfrentar en este asunto a la gente del rural y al mundo urbano. En realidad, la mayoría de los cazadores son urbanitas. La naturaleza es un bien común. No puede tratarse como un territorio colonial a disposición preferente de quienes practican la caza.
La caza “deportiva” del zorro fue prohibida en Inglaterra y Gales en 2005, y en Escocia, con anterioridad. Parecía que iba a hundirse Reino Unido. Los lores, descabalgados, montaron en cólera. No solo era una tradición tradicionalista, sino también un gran negocio. Después del Brexit, aprovechando la oleada aislacionista, grupos de presión conservadores intentaron que se derogase la ley de prohibición. Pero el Gobierno británico ya anunció que esa ley es un avance que no se revisará. En España hay conservadores que ignoran lo que es el conservacionismo. Es más cómodo para las conciencias “hacerse el muerto”.
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