Política exterior para la UE
La Unión tiene que plantearse su papel en el mundo
La respuesta internacional a la crisis en Venezuela plantea de nuevo la necesaria reflexión sobre la política exterior de la Unión Europea y, en su caso, la conveniencia de hablar desde su institucionalidad con una sola voz. Desde que en 2003 el Consejo Europeo definiera a la UE como una organización regional con vocación de influir en el orden internacional a partir de los principios de gobernanza global y multilateralismo, esta se erige como un actor internacional con el propósito de reforzar su presencia exterior. La función de promover un orden global basado en los valores que representa (Estado de derecho, justicia y solidaridad) no solo forma parte de su ADN, sino que responde a sus intereses. La necesidad de una política exterior europea no solo obedece a su naturaleza sui generis, sino a un objetivo estratégico que asegure su propia supervivencia.
La experiencia del Brexit, la elección de Trump, el apoyo creciente en el continente a los partidos que cuestionan el valor de la integración y sus principios fundamentales, el auge económico y estratégico de potencias del Sur Global como China y la renovada y agresiva presencia exterior de Vladímir Putin son algunos ejemplos que marcan el camino a transitar en materia de política exterior: la necesaria actuación conjunta de los Estados miembros cuando lo que representa la Unión está siendo contestado. Esa obligada capacidad de influir y promover un orden multilateral fue recordada por Angela Merkel en su reciente intervención en Davos como respuesta al auge de los "egoísmos nacionales". Y coincide con la estrategia tendente a desarrollar una política común de seguridad y defensa auspiciada por Federica Mogherini, vicepresidenta de la Comisión y alta representante de la UE, como un horizonte deseado que solo será posible a partir de la cooperación entre todos los Estados.
Aunque esta estrategia de Mogherini prevista en el Tratado de Lisboa está pensada para la persecución de lo que se conoce como "la autonomía estratégica de la Unión", esto es, el desarrollo de una defensa europea y de seguridad común que reduzca nuestra dependencia del paraguas atlántico, lo cierto es que la política exterior también debería formar parte de ese encuadre "estratégico" como una expresión más de la conveniencia de actuar unidos. Para ello, uno de los principales retos será separar la habilidad de hablar con una sola voz, de la problemática regla de la unanimidad, especialmente cuando se trata de cuestiones exteriores. Así lo señaló Jean-Claude Juncker en su discurso sobre el estado de la Unión al proponer el sistema de voto de mayoría cualificada en áreas específicas de las relaciones exteriores.
La crisis de Venezuela podría representar un buen ejemplo de cómo llegar a una posición común, aunque algunos de ellos no compartan la línea de acción fijada por la Unión. El liderazgo en la búsqueda de una solución de la crisis provocada por Nicolás Maduro debe ser, seguramente, latinoamericano, pero la Unión Europea no puede ignorar su propio papel, como impulsora de ese protagonismo y como socio fiable y capaz de ayudar a hacer frente no solo al problema político que se ha planteado, sino también al formidable problema económico que enfrenta Venezuela, de una gravedad muy superior a la que se ha querido dar a entender desde el fallido Gobierno de Maduro.
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