Vientos de guerra fría en el Caribe
Donald Trump necesita una buena cortina de humo ante esos líos domésticos en los que aparece la colusión con Rusia de por medio
Las relaciones con Venezuela no son política exterior para España. Por razones muy distintas, no lo son tampoco para Estados Unidos. Ni ahora con Trump, ni en los primeros tiempos del chavismo con Clinton y Bush.
Nada de lo que sucede en América Latina es del todo exterior para España. Y lo mismo le sucede al nuevo imperio americano que derrotó y sustituyó al viejo imperio español. Hay motivos recientes y superficiales pero los hay también históricos y de fondo, que son los que explican los primeros.
A Trump, el presidente disruptivo, le gustan los tipos duros y autoritarios como Putin, Kim Jong-un, Erdogan o, el que más, el príncipe sanguinario de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman. Son sus hijos de perra. Si no le gusta Maduro es porque no es su hijo de perra. No es un capricho. Trump tiene una política exterior muy definida, por elemental que sea, y es toda entera realista, con los intereses de Washington siempre por delante: de los derechos humanos, de la democracia o de la simple decencia. La suya es una política transaccional. Yo te doy si tú me das, y yo gano siempre. Su acción tan decidida en favor de la oposición a Maduro no tiene nada que ver con los principios, es decir, con los motivos que puedan tener los países europeos para defender a Juan Guaidó, sino con la viejísima doctrina Monroe (América para los americanos, o dicho de otra forma: nadie salvo Washington tiene derecho a inmiscuirse en asuntos del continente).
A Elliot Abrams, el veterano diplomático neocon al que ha encargado la gestión de la crisis, le importan un pimiento las libertades de los venezolanos. Fue condenado por su implicación en el escándalo Irán-Contra, la venta ilegal de armas al régimen iraní para financiar la guerrilla contrarrevolucionaria en Nicaragua durante la presidencia de Reagan, y luego nombrado por Bush asesor nada menos que para la extensión de la democracia y los derechos humanos.
La crisis de Venezuela está más cerca ahora de la crisis de los misiles cubanos entre Washington y Moscú en 1962 que de todos los anteriores encontronazos con el chavismo. La Venezuela de Maduro no sobreviviría sin Cuba. Regresa la pugna por las áreas de influencia mundial, y de ahí que China y Rusia también jueguen en este tablero.
Soplan vientos de guerra fría, que incluyen imprudentes amenazas de intervención militar. Trump necesita una buena cortina de humo ante esos líos domésticos en los que siempre aparece Rusia de por medio. Y puede serlo Venezuela, precisamente porque está Rusia de por medio.
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