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Temer o no temer a Silicon Valley

Steve Bannon carga contra los gigantes tecnológicos, mientras en el resto del mundo los nuevos populismos les abren la puerta

Facebook employees
Empleados de Facebook en las oficinas de Menlo Park, California, en octubre de 2018. David Paul Morris (bloomberg)

Al incipiente movimiento mundial de populistas de derechas se le pueden achacar muchas cosas, pero la incoherencia ideológica en la elección de sus enemigos no es en general una de ellas. Los populistas, ya se trate de Steve Bannon cargando contra el papa Francisco, de Matteo Salvini atacando a los “fariseos” de las ONG humanitarias o de Marine Le Pen despotricando contra los grises tecnócratas de Bruselas, persiguen una serie de objetivos predecibles y bien calculados. Si alguien elige bien a sus enemigos, son ellos.

Pero existe un tema en el que los populistas de derechas estadounidenses y sus homólogos en el resto del mundo no se ponen de acuerdo: qué conclusión sacar de Silicon Valley. Por un lado, sus servicios y plataformas han sido una bendición para el populismo en todas partes al incrementar exponencialmente su audiencia y facilitar su acceso a sus votantes en potencia con unos mensajes muy personalizados; el fiasco de Cambridge Analytica lo dejó bastante claro. Hoy los nuevos partidos de derechas, como Vox en España, entienden de manera instintiva la primacía de las batallas digitales; el partido ultra español ya está en cabeza en cuanto a número de seguidores en Instagram respecto a los demás partidos.

Esta adopción pragmática de las plataformas digitales es donde termina el consenso en este campo entre los populistas; la valoración intelectual de la importancia de Silicon Valley es más bien cacofónica. El ala estadounidense del movimiento considera que las grandes empresas tecnológicas son un objetivo atractivo para sus ataques; Silicon Valley constituye para ellos una extraña mezcla de capitalistas codiciosos y de “marxistas culturales”, propensos a adoctrinar a sus usuarios con ideas de izquierdas mientras se forran con los datos de todo el mundo. Pero los populistas del resto del mundo consideran que las plataformas de Silicon Valley representan su mejor oportunidad para imponerse a la hegemonía intelectual de sus “marxistas culturales” nacionales, firmemente establecidos en instituciones elitistas como los medios, el ámbito académico y el Estado profundo.

En una entrevista con CNN en agosto de 2018, Steve Bannon tildó a las personas que dirigen el “malvado” Silicon Valley de “narcisistas redomados” y “sociópatas”; los datos recogidos por sus empresas, remachaba, deberían “ponerse en un fondo público”. También vaticinó que las grandes empresas tecnológicas serían uno de los temas principales en la campaña de las elecciones presidenciales de 2020.

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Teniendo en cuenta que el enfado con Silicon Valley también está creciendo en la izquierda —Alexandria Ocasio-Cortez, la última sensación en la izquierda estadounidense, notoriamente atacó el paquete de bienvenida con incentivos fiscales de 3.000 millones de dólares que Nueva York ha ofrecido a Amazon—, el vaticinio no parece descabellado. Silicon Valley parece ser un enemigo perfecto para las fuerzas no centristas en EE UU, porque cargar en su contra ayuda a deslegitimar el legado de Obama y Clinton, considerados sus principales propiciadores.

Los nuevos partidos de derechas, como Vox, entienden de manera instintiva la importancia de las batallas digitales

Otros en la derecha respaldan las opiniones de Bannon. Brad Parscale, el director de medios digitales de la campaña de 2016 de Trump, se ha quejado de que los “grandes monstruos tecnológicos como Google y Facebook se han convertido en poco más que una incubadora para las ideologías de extrema izquierda y están haciendo todo lo posible para erradicar de Internet las ideas conservadoras y a sus defensores”. Las recientes expulsiones de personalidades conservadoras y de extrema derecha de las redes sociales y la erradicación de plataformas para recaudar fondos en Internet no han hecho más que aumentar esa percepción sobre Silicon Valley. Incluso Donald Trump se ha quejado de que Google “elimina voces de conservadores y oculta información y noticias que son buenas”, una “situación muy grave” que ha prometido que “se abordará”.

Para apreciar el marcado contraste en la manera en que los populistas de derechas de otros lugares perciben a Silicon Valley, se puede ver un vídeo viral de la reciente investidura de Bolsonaro en Brasil en el que se filmaba a una multitud de seguidores de Bolsonaro entonando “¡WhatsApp, Whats­App! ¡Facebook, Facebook!”. No es ni mucho menos un sentimiento atípico. En 2017, cuando Matteo Salvini era diputado del Parlamento Europeo, pronunció un discurso encendido contra los intentos de adoptar medidas enérgicas contra las noticias falsas en el que declaraba que se había acabado la época en que las viejas élites establecían la agenda pública. Y lo concluyó con un “¡larga vida a Facebook!” (también dio las gracias a esta web después de que su partido obtuviese buenos resultados en las elecciones de 2018).

Los socios de coalición de Salvini, el Movimiento 5 Estrellas, se han distanciado de tipos como Bannon y Bolsonaro. Pero siendo un movimiento iniciado por un bloguero e impulsado por las redes sociales, ellos también están enamorados de los gigantes tecnológicos. Su cultura de la disrupción es precisamente lo que esperan emular con su retórica de convertir a Italia en un “país smart” —por ejemplo, apoyando una mayor expansión de Amazon en Italia, que justifican alegando que así los datos de empresas italianas manejados por el gigante ahora se almacenarán en la misma Italia—.

La batalla del año pasado por la controvertida legislación (la Directiva sobre Derechos de Autor de la Unión Europea) es un buen ejemplo de la extraña amistad entre Silicon Valley y los populistas europeos. Las plataformas digitales odian unánimemente la directiva porque les exigiría incrementar el control del contenido que se publica (muchos grupos de la sociedad civil también se han quejado de que podría criminalizar los memes e incluso el compartir enlaces). Durante la votación de septiembre de 2018 en el Parlamento Europeo, los que más se opusieron a la directiva fueron el partido polaco Ley y Justicia, los italianos Movimiento 5 Estrellas y la Liga, y el británico UKIP. Estos son los escasos aliados de Silicon Valley en Bruselas.

Al no haber una importante ruptura comercial y geopolítica con Washington, es poco probable que los populistas europeos cambien de opinión con respecto a los gigantes tecnológicos. Más bien seguirán acumulando capital político acusando a los políticos de la clase dirigente de regular las plataformas digitales con el único objetivo de censurar a sus rivales populistas. Las medidas de Macron relacionadas con las tácticas de movilización en Internet usadas por los chalecos amarillos son de suma importancia: cualquier injerencia del Estado francés en las plataformas digitales, decidido a implementar estrictas leyes contra las noticias falsas, resultaría extremadamente contraproducente.

Pero tampoco los populistas estadounidenses van a bajar el tono y buscar otro objetivo. En el tema de Silicon Valley y su poder, Steve Bannon seguirá estando más cerca de George Soros que de Matteo Salvini. Esta es una paradoja que los progresistas inteligentes deberían ser capaces de aprovechar, aunque solo fuera pidiendo a los populistas de derechas no estado­unidenses que explicasen su gran simpatía por un sector que incluso Steve Bannon considera “maligno”.

Pero no se obtendría ninguna respuesta porque los populistas de derechas, independientemente de su retórica, no han analizado en profundidad la economía mundial o el papel que en ella juegan los gigantes tecnológicos (por desgracia, tampoco lo han hecho muchos de sus rivales no populistas). Cuanto antes se exponga esta carencia, mejor.

Evgeni Morozov es editor asociado en New Republic y autor de La locura del solucionismo tecnológico.

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