El ginecólogo que consiguió la popularidad de una estrella de fútbol
Desde hace 19 años, el hospital del premio Nobel de la Paz Denis Mukwege ofrece respeto y tratamientos médicos a las mujeres violadas
El 25 de octubre del 2012, después de que un informe sugiriese la colaboración de los Gobiernos de Ruanda y Uganda con los rebeldes que luchaban en la República Democrática del Congo, el ginecólogo Denis Mukwege habló en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York: "Mis ojos ven constantemente a ancianas, niñas, mamás e incluso bebés que han sido violadas. […] ¿Cuánto tiempo debemos permanecer observando estas masacres? […] Ahora conocemos los motivos de esta crisis y sus actores. Lo que necesitamos es voluntad política para terminarla. No necesitamos más pruebas, necesitamos acciones urgentes para arrestar a los responsables de estos crímenes contra la humanidad y llevarlos ante la justicia. […] Las mujeres congoleñas tienen los mismos derechos que todas las mujeres". Estas palabras estuvieron a punto de matarlo.
Semanas después, unos hombres armados entraron en su casa, secuestraron a sus familiares, y dispararon contra el ginecólogo en cuanto lo identificaron. El centinela de su domicilio murió durante el tiroteo. Los asaltantes escaparon y no ha habido investigaciones. Nada. En ese momento el doctor Mukwege decidió abandonar su carrera como médico y activista de los derechos humanos, por lo menos durante un tiempo: no estaba dispuesto a que su familia pagase un precio tan alto por su honradez.
Entonces ocurrió algo extraordinario. Unas pacientes pusieron en común todos sus ahorros y escribieron una carta al doctor para que volviese: estaban dispuestas a comprarle los billetes de avión que fuesen necesarios, aunque eran extraordinariamente pobres. El ginecólogo se emocionó y decidió regresar. Miles de congoleños lo recibieron en el aeropuerto como a una estrella del fútbol, con pancartas, las bocinas de las motocicletas, y las cosechas que muchas mujeres habían conseguido durante semanas.
Mukwege —Premio Nobel de la Paz— había operado incansablemente a miles de mujeres y niñas violadas. A pesar de las amenazas, no ha abandonado su hospital y se ha transformado en el mayor experto mundial en tratar a supervivientes de violaciones.
El hospital del doctor Mukwege ha operado a 40.000 mujeres
Una epidemia de violaciones
Todas las mañanas, con las primeras luces del amanecer, unos minutos antes de que el sol reclame su espacio en el cielo brillante del trópico, los pasillos del hospital de Panzi, el centro que el doctor Mukwege fundó en 1999 con el dinero de algunos donantes, se llenan de colores: azules, amarillos, verdes, rojos. Son las telas que las mujeres congoleñas normalmente utilizan para sus vestidos y pañuelos. En ocasiones tienen extensiones que imitan el cabello natural, o recogen todo su pelo con unas cuantas trenzas pegadas al cráneo. El reconocido ginecólogo recorre estos pasillos con una energía contagiosa, siempre con una bata blanca envolviendo a su cuerpo imponente, y un guardaespaldas armado, atento a todos sus movimientos, aunque es discreto y no es sencillo reconocerlo.
El doctor Mukwege tiene unas manos gruesas. A menudo las utiliza para tocar las espaldas de sus pacientes, una manera de demostrarles que no están solos. Aunque sus conocidos normalmente no quieren saber nada sobre ellas y las desprecian, este hombre piensa que son personas que merecen su respeto. Su hospital ha operado a 40.000 mujeres. En algunos casos los agresores les introdujeron en las vaginas bayonetas, cristales rotos o productos tóxicos. Las violaciones son tan brutales que producen heridas físicas que nunca se curarán completamente, pero las consecuencias psicológicas y el estigma a menudo son más dolorosos. Por este motivo, después los tratamientos sanitarios, el equipo del centro también está preparado para proporcionar atención psicológica, servicios legales, y apoyos económicos.
Según Naciones Unidas, 15.000 mujeres son violadas todos los años en el este de la República Democrática del Congo
"Se culpabiliza a las mujeres que han sido violadas. Ellas sienten que no tienen ningún valor para la comunidad ni para sus familias", dice Lorena Aguirre, una psicóloga madrileña que ha pasado más de 11 años trabajando con congoleños. Los parientes de estas mujeres no quieren que ellas hablen sobre sus ataques ni reciban la atención sanitaria que necesitan, para no atraer la atención ni deshonrar a toda la familia. Con frecuencia, los hombres abandonan a sus parejas o a sus hijas.
La guerra es el origen de muchas de estas violaciones. El subsuelo congoleño tiene más de 24 billones de dólares en depósitos minerales que aún no han sido explotados, pero estos recursos están en las manos de un puñado de empresas y traficantes, que además pelean todo el tiempo para mantener el control. Desde hace más de cinco siglos, cuando las potencias europeas penetraron en esta región buscando esclavos, el Estado no es más que una cinta transportadora de recursos humanos y naturales que termina en otros lugares, y luchar es la única manera de conseguir un pedazo del pastel. Por eso el número de milicias armadas no ha parado de aumentar. Aunque el conflicto terminó de manera oficial en el 2003, hay más de 130 grupos rebeldes activos en esta región.
Los grupos armados atacan a las mujeres porque ellas se han transformado en los motores de las sociedades congoleñas. Incluso cuando los combates están cerca, siguen labrando los terrenos, buscan leña en los bosques, o caminan en ocasiones decenas de kilómetros para vender sus cosechas en mercados. Las violaciones son una herramienta para destruir a las mujeres y, por lo tanto, también a las comunidades. Según Naciones Unidas, 15.000 son violadas todos los años en el este de la República Democrática del Congo. Sin embargo, los problemas que sufren las congoleñas no han conseguido detenerlas: a pesar de esta epidemia infernal de ataques, no se esconden en sus hogares.
“Cada vez hay más activistas que luchamos por nuestros derechos”
El doctor Mukwege ofrece respeto a estas mujeres, además de los tratamientos médicos, en un sitio donde la mayoría las rechazan. Según las personas que lo conocen de cerca, esta manera de trabajar a menudo produce en sus pacientes una admiración que les despierta esperanzas para seguir resistiendo.
Kavumu es una ciudad pequeña a unos 50 kilómetros del hospital de Panzi. Las casas están construidas con tablones de madera de diferentes tamaños. Los militares y los cascos azules de las Naciones Unidas controlan esta región, pero en ocasiones los rebeldes atacan a los ciudadanos. Está rodeada de colinas suaves y tan fértiles que los agricultores consiguen cosechas todo el año. Pero como los terrenos más grandes son de unos pocos terratenientes y los campesinos humildes no tienen dinero para comprar máquinas ni fertilizantes, es normal encontrar a niños con malnutrición. Nsimire habla sobre estos problemas con una mezcla de odio y resignación. Tiene 24 años. Ha participado como trabajadora social en un programa de Lorena Aguirre para niñas que habían sido violadas en los alrededores de su ciudad.
"Las violaciones son una maldición para las mujeres congoleñas", dice Nsimire. Sin embargo, cada vez hay más activistas que luchamos por nuestros derechos, y las cosas están cambiando. Muchas mujeres violadas han comprendido que son personas normales. El doctor Mukwege les muestra esto.
En los costados de la carretera principal de Kavumu las mujeres hacen montones de tomates, cebollas, plátanos, mangos y pimientos para intentar venderlos. Los conductores de las furgonetas de tránsito de pasajeros gritan sus destinos y esperan a que todos los asientos estén llenos antes de marcharse. En medio de todas estas personas, Zawadi camina con un vestido largo y estampados de colores, impecable a pesar de las nubes de polvo. Tiene un niño con las piernas delgadas y los ojos traviesos, llenos de energía, que nació después de que unos rebeldes la violasen en el bosque. Es psicóloga. Desde hace tres años colabora con los programas que ha diseñado Lorena Aguirre para las mujeres violadas. Ha superado todas las presiones sociales, y ahora comparte sus historias con otras congoleñas. Cuando supo que Denis Mukwege había recibido uno de los premios más importantes del mundo, sonrió: "Al doctor Mukwege deberían caerle flores del cielo todos los días por las cosas que hace por las mujeres del Congo".
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