El espíritu de la Navidad
¿Qué es eso de que este año no vamos a poner el árbol, mamá? Cuando nos juntemos a cenar, sentiremos que nos falta algo, y te pondrás triste
EL 6 DE ENERO, al volver de la merienda donde cada año se junta con toda su familia, se lanza sobre el árbol con la determinación de dejarlo todo recogido antes de cenar.
Es una tradición, la única que ha respetado con ganas este año, quizá porque, hasta mediados de diciembre, contaba con ahorrársela. Pasó el día 10, pasó el día 15, y no abrió la boca. Nadie estuvo al corriente de sus intenciones hasta que la asistenta preguntó si no pensaba decorar la casa. Pues no, respondió, este año no tengo ganas, estoy harta de hacerlo todo yo, siempre sola, para que nadie lo aprecie. Es demasiado trabajo para nada, así que… Con lo que no contaba fue con que su hija pequeña, la única que seguía viviendo en casa, escuchara esta conversación.
¿Qué es eso de que este año no vamos a poner el árbol, mamá? Cuando los hijos crecen, sobre todo si son listos, cambian muchas cosas. La dirección del chantaje emocional, por ejemplo.
Después de haberlo ejercido durante muchos años, ella se quedó con la boca abierta al comprobar la perfección con la que lo ejecutaba quien hasta hace muy poco era su principal destinataria. Es un error, mamá, te vas a equivocar, yo lo digo por ti, porque te vas a sentir culpable después, una casa sin árbol de Navidad es muy triste, y cuando nos juntemos para cenar sentiremos que nos falta algo, y pensarás que es por tu culpa, y te pondrás triste tú, y será un desastre, así que no te preocupes que yo te ayudo, lo ponemos las dos en un momento y ya verás qué bien… Ella se mantuvo firme durante 24 horas, hasta que apareció un espontáneo, el novio de su otra hija, que inopinadamente se ofreció a ayudar. Yo lo pongo contigo, le dijo a la chantajista, que estalló en aplausos. ¿Lo ves, mamá? Si no vas a tener que hacer nada, encima…
Pero el 20 de diciembre, fecha fijada para el zafarrancho, a media mañana, la asistenta volvió del trastero diciendo que no había árbol. ¿Cómo que no hay…? No terminó la frase. Había recordado a tiempo que en enero de 2018, cuando no sabía que iba a terminar el año sin espíritu navideño alguno, había tirado el que tenían, que estaba viejo, desmochado, lleno de calvas, con la intención de comprar uno más bonito y más grande, como los que ya no quedarían en ninguna tienda. En ese momento, antes incluso de tener tiempo de sentirse culpable, se puso en marcha. Su hija pequeña, muerta de risa, se ofreció a acompañarla al bazar chino más grande del barrio, y allí hicieron lo que pudieron.
1,80 nevado, fue todo lo que dijo al enseñarles el árbol más bonito que les quedaba, que era horroroso. Mientras la hija seguía riéndose, la madre intentó negociar
Lo mejor fue el precio, 45 euros. Todo lo demás fue peor. La dependienta que les atendió no hablaba bien español. 1,80 nevado, fue todo lo que dijo al enseñarles el árbol más bonito que les quedaba, que era horroroso. Mientras la hija seguía riéndose, la madre intentó negociar. ¿Y no lo tienen sólo verde, sin estas pintitas blancas? La dependienta fue inflexible. 1,80 nevado, insistió, sólo uno. Este, añadió, señalando al que estaba de exposición, antes de rematar su oferta añadiendo que no caja. Total, que se llevaron el mismo árbol que estaban viendo, desmontado en tres piezas, en dos bolsas de plástico, y cuando lo pusieron en el salón, a ella le pareció tan feo, tan estrecho, tan pequeño que sucumbió a una ternura inexplicable.
Lo vamos a llenar de luces, anunció, y vamos a poner sólo los adornos más bonitos, porque como van a sobrar más de la mitad… Los tres se afanaron durante un par de horas sobre unas púas de plástico implacable, tiesas, durísimas, que se resistían como fieras a dejar pasar las cintas de las que colgaban bolas y figuras. Pero cuando terminaron, el conjunto parecía exactamente lo que tenía que parecer, un árbol de Navidad plagado de destellos intermitentes de colores y objetos variopintos encajados con esfuerzo en todas las ramas.
Entonces, sin ser capaz de explicarse el motivo, ella se dio cuenta de que acababa de convertirse en la señora Scrooge. Se sentía bien, satisfecha del trabajo, del resultado, del brillo efímero de las luces, la efímera alegría de los colores que habían transformado un objeto tan feo en un árbol bonito.
Hoy, cuando lo libera del último adorno, lo mira con cariño. El espíritu de la Navidad mide un metro ochenta, está nevado y sigue siendo horroroso.
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