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Columna
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Triple esclavitud en Hungría

La Hungría de Víktor Orbán cumple ya la mitad de los seis principales rasgos del nazismo

Xavier Vidal-Folch
Marcha antigubernamental en el centro de Budapest, (Hungría), el pasado 21 de diciembre.
Marcha antigubernamental en el centro de Budapest, (Hungría), el pasado 21 de diciembre. Marko Drobnjakovic (AP)

La Hungría de Viktor Orbán —un socio cardinal del PP europeo— cumple ya la mitad de los seis principales rasgos del nazismo: limpieza étnica aderezada de antisemitismo, destrucción de la separación de poderes, creciente restricción de derechos políticos y sociales.

Para completar el carnet de los camisas pardas solo le quedaría rellenar otros tres: abrogar el Parlamento, corporativizar la economía y practicar el asesinato masivo y la guerra. Así que Orbán es un seminazi.

No da puntada sin hilo. Inició la limpieza étnica persiguiendo a la minoría gitana. La prosiguió expulsando a golpes a los refugiados sirios, en 2015. La perfeccionó el pasado verano con el antisemitismo del paquete legislativo “Stop Soros” (¡se llama oficialmente así!), que permite encarcelar a quien ayude a los inmigrantes sin papeles a solicitar asilo. También impuso un impuesto del 25% a la “promoción de la inmigración”. Y la culminó forzando el exilio, a Viena, de la Universidad patrocinada por el financiero-filántropo judío.

La base económica de su xenofobia es de frenopático: expulsa extranjeros, pero mantiene un nivel de paro residual (3,7% de los activos) gracias a la ayuda exterior —los fondos de la UE— y a la promoción de la emigración. Todos se largan de ahí.

La destrucción del poder judicial independiente empezó con la ley que prejubiló a los magistrados del Tribunal Supremo, en su mayoría discrepantes. Y sigue ahora con la creación de un sistema judicial paralelo: abordará asuntos como la legislación electoral, la corrupción, el asilo, la propiedad de periódicos, la adjudicación de obra pública... y no estará sometido ni siquiera al nuevo Supremo adicto, sino directamente al Gobierno.

La tripleta se completa con la ley de esclavitud laboral, que permite ampliar a 400 las horas extras anuales exigibles por el empresario (hoy, 250), y pagarlas al cabo de tres años. Sin mediación sindical ni judicial, ni del convenio. Sin derechos sociales.

Esta nueva esclavitud ha despertado una protesta sin parangón en las calles de Budapest. Es transversal, y aúna hasta a los gitanos y a sus enemigos de la exultraderecha (Jobbik). Esta unión es el gran peligro para Orbán. Pues aunque detenta dos tercios de la Cámara, solo ostenta una exigua mitad del voto popular. Cualquier erosión de este le pondría en la picota. Y le amenazaría mucho más si no contase con el sorprendente apoyo de Pablo Casado y otros liberales del PP europeo.

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