Francisco González, el banquero ‘outsider’ y presidente del BBVA, dice adiós
Francisco González abandona la presidencia del BBVA el 31 de diciembre tras dos decenios al frente de uno de los grandes grupos bancarios españoles. Su legado deja luces, sombras y una apuesta de futuro basada en el negocio digital. El País Semanal ha sido su sombra durante las últimas semanas al frente de la entidad
ESTA ES LA historia de un hombre solo. Llegó a la banca con apenas un par de amigos en el negocio y se va sin ninguno. Su larga trayectoria en la cima del mercado financiero, donde irrumpió sin apellidos ilustres ni tradición familiar, es la de un outsider tenaz e implacable. Acabó liderando durante dos decenios uno de los grandes grupos bancarios españoles. Fulminó a decenas de ejecutivos que no estuvieron a la altura del talento exigido según sus criterios. Catapultó a otros tantos que para él demostraron arrojo y personalidad. No le tembló el pulso a la hora de cambiar consejos de administración de arriba abajo. Dijo “no” a las presiones de Gobiernos socialistas y populares. Se negó a participar en la salida a Bolsa de Bankia. Y a financiar la Sareb, el banco malo, en momentos durísimos de la debacle económica. Cuando dice “sí” es porque vislumbra beneficios. Sí a la expansión internacional. Sí a la transformación digital. Sí a montar la mejor aplicación de banca móvil del mundo, según el informe The Forrester Banking Wave. Francisco González Rodríguez, de 74 años, gallego de Chantada que pasó parte de su infancia en Buenos Aires, uno de los españoles más poderosos, influyentes e inaccesibles, abandona la presidencia del BBVA. Deja un rastro de luces y sombras. Se va con la certeza de haberlo hecho todo a su manera. Y de haber abrazado la soledad a cambio del poder. “Desde que entré, entendí muy rápido que un banquero no puede tener amigos. Conservo los íntimos, con los que viajas, juegas… Conocidos, miles. Amigos, una docena. ¿En este negocio? Ninguno. En el momento en que los tienes empiezas a perder tu independencia”.
“Un banquero no puede tener amigos. Si los tienes, empiezas a perder tu independencia”
Como ocurre desde hace años, uno de sus últimos días al frente del banco empezó a las siete de la mañana. A esa hora suena el despertador en su vivienda en la colonia madrileña de El Viso, una casa de líneas vanguardistas donde predominan las obras de arte y una exquisita decoración supervisada por su esposa, Carmen Ordóñez Cousillas, con la que lleva casado 46 años. Allí está también el rincón donde desconecta leyendo libros y publicaciones en formato digital con una tableta que también va con él a todas partes. Pocos minutos antes de las ocho, el coche negro que le recoge en su casa llega a toda velocidad al aparcamiento subterráneo de autoridades en la flamante sede del BBVA, proyectada por los arquitectos Herzog & de Meuron al norte de la capital gracias a una inversión de varios cientos de millones de euros. Mientras una fría niebla rodea el exterior de las instalaciones, un joven vestido de negro espera en el punto exacto donde Francisco González baja del vehículo. El escolta que va de copiloto abre la puerta trasera derecha y González sale ágilmente aferrado a su tableta. Viste americana marrón de Brunello Cucinelli, camisa celeste, pantalones grises y zapatos deportivos. Camina en largas zancadas hacia un pesado portón que alguien ha tenido la prevención de mantener abierto. El tronco inclinado hacia delante marca el rumbo. El cráneo despejado, con el cabello blanco de las sienes humedecido, es un mascarón de proa. Nariz prominente. Gesto adusto. Más le vale al séquito conocer el itinerario. Francisco González es un adicto a la puntualidad. Y las puertas se abren a su paso.
Su despacho en la sede del BBVA está en la planta 16ª del edificio principal del complejo, conocido como La Vela: una silueta elíptica de casi 100 metros de altura conectada con otras dependencias a través de pasajes, patios y jardines que evocan el ambiente de una ciudad al más puro estilo de los campus tecnológicos que operan en la Costa Oeste de Estados Unidos. Entre los varios miles de trabajadores que albergan estas instalaciones reina la informalidad de atuendo, los horarios flexibles y la ausencia de despachos o de simbología estatutaria. Salvo la guarida del jefe supremo hasta hoy. La diáfana y amplia estancia en la planta 16ª quedará ahora vacía de los libros en varios idiomas y los regalos en forma de estatuillas que pueblan las estanterías de madera oscura. Y las obras de arte. Y las primeras páginas de periódicos enmarcadas, como una del Financial Times donde firmaba un artículo sobre su gran obsesión en torno al desafío digital que afronta el negocio bancario. Y su foto con los reyes Felipe y Letizia. Y la gran mesa central, con documentos, un ordenador portátil, cubiletes con bolígrafos, un par de piezas estilográficas Montblanc, dos botellas de agua Solán de Cabras y un taco de periódicos coronados por un reciente ejemplar del semanario The Economist con la portada de un casco militar con componentes tecnológicos implantados bajo el titular ‘Chip Wars. America, China and silicon supremacy’ (La guerra de los chips. América, China y la supremacía del silicio). Esta mesa no la usa tanto. Suele trabajar en otra redonda, pegada a uno de los dos ventanales de la estancia, que tiene un reloj suizo incrustado en el centro. En el otro extremo de la sala, junto a otro ventanal gemelo, sobre una alfombra, cuatro sillones Eames de maderas claras con dos reposapiés aledaños. Y cerca de ellos, la cartera de Gucci de piel negra, curtida y rota por uno de los extremos, con la que ha dado cien veces la vuelta al mundo en el último decenio. “Es el único objeto que conservo. Entró aquí conmigo y se irá conmigo. No tengo manías, pero esta cartera sí lo es. Va conmigo a todas partes. Dentro llevo de todo. Mis gafas, mis auriculares para cuando voy al gimnasio… Se parece al bolso de una mujer”.
La primera reunión de aquella mañana estaba concertada a las 8.30. Cónclave de estrategia macro en una sala vecina de su despacho, vestida con lienzos de Antonio López y Barceló, además de varias esculturas. Alrededor de una mesa redonda presidida por Francisco González, los economistas Jorge Sicilia y Álvaro Martín. A la derecha de González, Fernando Gutiérrez, adjunto al presidente del BBVA y su hombre de confianza desde hace dos decenios. Ninguno lleva corbata. Norma no escrita de la casa. Se avanzan los temas a tratar. Desde la cumbre del G20 en Argentina hasta la fragilidad del proyecto europeo o la guerra comercial entre China y Estados Unidos. “¿Cómo organizamos el mundo para que China sea importante, pero no arrolle?”, dice González. Un mercado, por cierto, donde el BBVA entró y salió escarmentado por la falta de resultados. Durante el encuentro, los economistas esbozan una foto del mundo basada en fuentes propias, informes y artículos periodísticos. Un licuado para extraer conclusiones de rentabilidad en los mercados globales donde opera esta compañía que emplea a más de 126.000 personas y cuenta con 8.000 oficinas y 75 millones de clientes repartidos en más de 30 países, un tercio de los cuales son digitales. González escucha con rostro serio las exposiciones, dando paso a los ponentes con su voz baja y ronca. Y pregunta: “¿Cómo se posiciona nuestro negocio en este nuevo mundo?”.
Hoy sueña con bancos capaces de competir con mastodónticos operadores de servicios digitales como Amazon, Google y Facebook. Según su profecía, los competidores que no sepan adaptarse a las nuevas formas de consumo basadas en la economía digital morirán. Esa apuesta será su mejor legado. Así lo cree el portugués António Horta-Osório, presidente del británico Lloyds Banking Group y antiguo hombre de confianza de Emilio Botín, que conoció a González durante sus años como alto ejecutivo del competidor Banco Santander. “Paco González es un visionario. Uno de los primeros en el mundo en desarrollar la banca digital, buscando ser una compañía tecnológica más que un banco tradicional. El BBVA es, además, una gran entidad en el ámbito global, con fuerte presencia en México, Estados Unidos y Turquía. Paco lo ha liderado durante 20 años y su impacto ha sido decisivo para convertirlo en lo que es hoy. Y ha conseguido consolidar la sucesión”.
González no sabe todavía qué es lo primero que hará cuando se levante ya como expresidente. Pero cree que apartarse del poder no será complicado de gestionar. “No nos engañemos: yo me tenía que haber retirado antes”.
—¿Y por qué no lo hizo?
—Porque no fui capaz de ensamblar al equipo determinante para la transformación digital. A los 65, decidimos alargar la edad de jubilación. Cuando Carlos Torres Vila, mi sucesor, fue nombrado consejero delegado en 2015, empecé a vislumbrar que la transformación iba a ser viable. Además, tengo 74 años. Antes pasaba aquí 14 horas al día. Ahora, 12 o 12 y media. El 1 de enero me voy a tener que enfrentar a muchas cosas. Primero, a gestionar mi patrimonio. Por cierto: en casa del herrero, cuchillo de palo.
“Lo más difícil de abandonar el poder será levantarme y no estar obligado a hacer cosas”
—¿Qué va a ser lo más difícil de abandonar el poder?
—Levantarme por la mañana y no tener la obligación de hacer cosas. Tendré que alimentar esa disciplina en el orden personal y profesional.
—Y su pensión es de 79,7 millones de euros.
—Antes de impuestos.
—¿Le parecen razonables las jubilaciones multimillonarias en la banca con la que ha caído y seguirá cayendo?
—La jubilación se determina en 2009. Todo es opinable, pero mi remuneración ha estado comparada con la de otros presidentes de entidades en el mundo. En aquel momento, parecía razonable porque estaba comparada con esos estándares y con la cuenta de resultados.
—Otro asunto espinoso son los supuestos pagos del BBVA al excomisario Villarejo, hoy encarcelado, de más de cinco millones de euros durante cinco años.
—Ese tema para mí no tiene relevancia. Lo hace el departamento de seguridad con normas muy estrictas.
—¿Tuvo conocimiento de esos pagos?
—No. Me entero cuando aparece la primera noticia hace unos meses. Yo sabía que el banco llevaba a cabo trabajos de inteligencia para defenderse. Hasta donde sé, se han hecho las cosas como hay que hacerlas.
El camino hasta llegar aquí empezó, muy probablemente, en una cena orquestada en un restaurante de Madrid por Manuel Pizarro, veterano ejecutivo, miembro de diversos consejos de administración de grandes compañías, íntimo de Francisco González y magno asesor económico del expresidente del Gobierno José María Aznar. Era 1995, pocos meses antes de las elecciones generales que llevaron al Partido Popular a La Moncloa tras los sucesivos Gobiernos socialistas de Felipe González. Así lo recuerda el expresidente Aznar durante una conversación en la sede madrileña de la Fundación FAES: “Pizarro dijo que me quería presentar a unas personas a las que consideraba relevantes. Organizó una cena con César Alierta y Francisco González. Me parecieron personas que, por sus conocimientos, su dedicación, su edad y entendimiento del proyecto, podían cooperar en lo que fuese necesario. Llegué a la presidencia del Gobierno y tocó el turno de tomar una decisión respecto a Argentaria, una entidad destinada a privatizarse. Luego vino la fusión de Argentaria con el BBV para crear el BBVA. Pero esa es otra historia, relacionada con un marco de integración financiera para buscar dimensiones que pudieran ofrecer mayor rentabilidad”.
José María Aznar: “Participaba de nuestro proyecto político-económico liberalizador”
Rodeado de fotos con mandatarios internacionales como George W. Bush, Aznar recuerda en la sede de FAES el momento en que su primer gabinete y el Ministerio de Economía presentaron candidatos a liderar Argentaria. “Se nombró a González para presidir Argentaria como se nombró a Alierta para presidir Altadis. Yo quería gestores profesionales. Desde que lo conocí y hasta ahora, Francisco González me parece una persona seria. Había tenido una sociedad financiera exitosa como FG Inversiones Bursátiles, que daba garantía de que no estábamos haciendo experimentos. Participaba completamente del proyecto político-económico que queríamos desarrollar: liberalización de la economía, privatización de empresas públicas, reformas fiscales, nuestra idea de entrar en el euro… Eso facilitaba mucho las cosas. Me parecía también una persona reservada; lo sigue siendo. No demasiado simpático; lo sigue siendo. Mantiene unos criterios sólidos. Unas veces acierta y otras se equivoca. Pero siempre ha sido independiente. ¿Un outsider? Hombre, un tío de Chantada, presidente del BBVA…, ¡pues sí que es un outsider!”.
Nada de todo lo que pasó habría sucedido, asegura González, si hubiera recibido la llamada para presidir Argentaria unos meses antes. La leyenda como inversor, sintetizada en sus iniciales, empezaba a difuminarse entre partidos diarios de golf, su gran pasión, tras la venta de la firma financiera FG Inversiones Bursátiles. FG se había convertido en un cincuentón prejubilado de oro tras embolsarse 12.000 millones de pesetas (72 millones de euros) por la operación con Merrill Lynch. Antes de fundar su sociedad de valores, participó en la creación de la todavía vigente Renta 4. Un salto al que precedieron trabajos como programador de los ordenadores IBM 1401, donde nació su obsesión por la tecnología, así como unas oposiciones a corredor de comercio y agente de cambio y Bolsa. De los tiempos de Renta 4, Juan Carlos Ureta recuerda a FG como “alguien que tiene las ideas muy claras y la firmeza de llevar su propia visión hasta las últimas consecuencias”. Algo que algunos altos ejecutivos que trabajaron después a sus órdenes y cayeron abatidos por la pérdida de confianza traducen como un carácter implacable, admitiendo puntualmente de forma confidencial el mal recuerdo que guardan de su figura. El mal humor que ha estallado en momentos difíciles también forma parte de la leyenda. “¿Duro? No sé si lo suyo es dureza o carácter”, recuerda un antiguo adversario durante su mandato al frente del BBVA. “Pero los valores esenciales de un banco han de ser inflexibles”.
Algunas de sus decisiones en situaciones de tensión extrema forman ya parte de la historia de la banca española. Como la que tomó a principios del nuevo milenio y supuso el fin de la copresidencia del BBVA tras la gestión bicéfala entre Emilio Ybarra y Francisco González por la fusión entre Argentaria y el Banco Bilbao Vizcaya. El clan vasco de la cúpula abandonó la nueva compañía tras la denuncia de González sobre unas cuentas ocultas en Jersey de varios consejeros. Aquel fue para FG uno de los peores momentos de su gestión, aunque propició su ascenso a presidente único desde diciembre de 2001 hasta hoy. “Los momentos complicados han estado generalmente asociados a malas prácticas o a corrupción. En cuanto a las malas prácticas, sitúo lo de las cuentas secretas. El banco estuvo a punto de colapsar. Gracias a Dios se tomaron las decisiones que había que tomar. Cuando hablo de corrupción me refiero al asunto de Sacyr, años más tarde: una pequeña empresa constructora, en medio de la confusión entre lo político y lo empresarial, quiso quedarse con el banco para desmembrarlo y enriquecer a algunos actores. Oponernos a las malas prácticas y a la corrupción ha definido mi presidencia y el carácter del consejo de administración y de mis ejecutivos. No recuerdo haber tomado una decisión en contra de ellos”.
El sucesor de Pedro Luis Uriarte como consejero delegado tras el caso de las cuentas secretas fue José Ignacio Goirigolzarri. El clan vasco del banco llegó a ver en él a un posible sucesor de González al frente del BBVA. Estaba en el puesto cuando, en 2004, la constructora Sacyr se dirigió a él para plantear sus exigencias sin que estuviera al tanto. Salió de la entidad en 2009. Hoy lidera Bankia.
—¿Se sintió traicionado por Goirigolzarri por haber recibido a Sacyr antes de aquella operación para quitarle de en medio?
—Traicionado no me he sentido. José Ignacio era un hombre leal a la casa. Otra cosa es saber medir las actuaciones o ciertas situaciones. Sí es verdad que el poder político en aquel momento empujaba muchísimo, y ahí me considero con más experiencia que José Ignacio por edad para saber aguantar la presión en esa situación. Pero no creo que José Ignacio tuviera idea de traicionar a nadie.
El sucesor de Goirigolzarri como consejero delegado fue Ángel Cano, elegido para liderar la transformación digital en ciernes. Fue destituido en 2015.
—En una reciente entrevista con EL PAÍS, Cano ponía en duda la transformación digital del BBVA. ¿Se ha sentido decepcionado por esas declaraciones?
—No. Ángel ha estado aquí, trabajando conmigo, ha sido un gran colaborador y luego las necesidades fueron otras. La historia es el mejor testigo de lo que dice cada uno.
El sucesor de Cano como consejero delegado fue Carlos Torres Vila. Ha ejercido el cargo desde 2015 hasta su reciente nombramiento como legatario de la era FG. Nacido en Salamanca hace 52 años, ingeniero formado en el MIT con experiencia previa en la consultora McKinsey, el nuevo presidente del BBVA no es propiamente un banquero. Ni las entidades van a ser como las hemos conocido, repite insistentemente FG. “Creo que Francisco González me ha elegido porque soy genuino, digo lo que pienso y trato de dirigir en beneficio del banco sin otra agenda”, dice Torres Vila. “Él es el futuro”, insiste FG. “No era un banquero, pero lideró la división digital y vi que era la persona adecuada. Y ha elegido como consejero delegado al turco Onur Genç, que también cuenta con una enorme formación y mucha inteligencia, incluida la emocional. Son perfiles nada fáciles de encontrar en la banca. Onur no habla español, pero lo hará pronto”.
—La acción del BBVA no da muchas alegrías. ¿Cuál es el reto para consolidar su futuro?
“Emilio Botín fue un gran competidor. Pero nuestro comparador son las fintech de turno”
—El sistema bancario ha tenido muy mal comportamiento en los últimos 15 años. Después de la crisis del año 2008, nuestra evolución en general es mejor que la de nuestros competidores, pero es negativa porque la acción está muy débil en este momento. Hoy está afectada por temas estructurales. Nos han doblado el capital; sin haber doblado el capital, la acción valdría el doble. Y luego está la geopolítica. La inestabilidad de Turquía nos ha afectado. Y México: hasta que el presidente López Obrador no avance en sus políticas hay incertidumbre, y eso los mercados lo ponen en el precio de la acción.
—¿Quién ha sido para usted el fallecido presidente del Banco Santander Emilio Botín?
—Un gran competidor, sin duda.
—¿Superará alguna vez el BBVA al Santander?
—¿En qué?
—En capitalización, valor en Bolsa…
—Eso no lo sé. El Santander tiene una gran capitalización en este momento. Y un modelo de negocio distinto. Ha hecho otras compras que nosotros no hemos hecho, ampliaciones de capital que nosotros no hemos hecho… Pero no es nuestro benchmark [comparador]. Ni el Santander, ni el Citibank ni ningún otro. Nuestro benchmark son los Google y las fintech [compañías de tecnología financiera] de turno. El precio de la acción es una derivada de todo esto. Focalizarse en el valor de la acción a corto plazo es importante, pero tienes que combinar el largo plazo. Si no hay riesgos de crisis políticas o regulatorias, el BBVA va a ser espectacular.
“Los bancos no hemos hecho bien las cosas. Los supervisores, tampoco. Los políticos, tampoco. La gente está enfadada con razón. Los bancos tienen que salir a la plaza y explicar su papel”
—¿Recuperarán su reputación ante los ciudadanos tras la imagen cosechada durante la crisis económica?
—Se irá recuperando la confianza, pero va a ser muy lento. Este es un negocio muy complicado. Trabajamos con dinero. Y decimos que no el 70% de las veces. Si algo va mal, enseguida tenemos la culpa. Los bancos no hemos hecho bien las cosas. Los supervisores, tampoco. Los políticos, tampoco. Pero el gran fenómeno hoy es que si algo va mal con la banca se multiplica el efecto negativo a través de las redes sociales. Ha pasado últimamente con las sentencias de las hipotecas, con las cláusulas suelo, los actos jurídicos documentados [AJD]… El AJD es un impuesto que recaudamos para el Estado: no es un beneficio, pero parece que hayamos sido los autores de este problema.
—Si las prácticas hubieran sido otras en la crisis…
—Venimos de unas malas prácticas. La gente está muy enfadada, con razón. Lo he dicho aquí dentro: los bancos tienen que salir a la plaza pública y explicar su papel.
—Eso no se ha hecho nunca.
—Pero siempre he sido partidario. Algunos colegas no han querido porque pensaron que era un juego peligroso. En algunas cosas tendremos razón y en otras no. Pero no podemos ser un actor pasivo del gran juego de la opinión pública. Participamos en un sistema. Y si el sistema está mal te arrastra la imagen.
—¿Qué le provoca la noticia de una persona que se suicida antes de ser desahuciada?
"Yo no soy de derechas. Me gusta la democracia. Y el libre mercado. Creo que el Estado tiene que formular las reglas del juego. Y el partido lo tiene que jugar el sector privado. ¿Eso es de derechas o de izquierdas? No lo sé"
—Mucha tristeza. En la primera parte de la crisis, en 2009 y 2010, nos faltó sensibilidad. Yo pensaba: “Hay leyes, hay garantías y se tienen que cumplir”. Pero faltó sensibilidad hacia los casos de exclusión social. Deberíamos haberlos identificado para buscar soluciones, como luego se hizo: con el alquiler social, no ejecutando…
—Y desde el otro lado, ¿qué siente al ver entrar en la cárcel a Rodrigo Rato?
—[Toma aire y constriñe el gesto] Pues mucha pena. Creo que Rodrigo fue un gran político, pero desgraciadamente las cosas no se han hecho bien. Entonces… Sí, pena.
—Y a Manuel Pizarro, ¿qué le debe?
—¿Qué le debo? Lo que él me debe a mí: la amistad.
—Ha coincidido al frente del BBVA con varios presidentes del Gobierno. ¿Con cuál se ha entendido mejor?
—Con algunos me he entendido muy mal. Y con otros me he entendido un poquito mejor. Vamos a dejarlo así.
—Usted es un hombre de derechas de toda la vida.
—No. Yo no soy de derechas. Me gusta la democracia. Y el libre mercado. Creo que el Estado tiene que formular las reglas del juego. Y el partido lo tiene que jugar el sector privado. ¿Eso es de derechas o de izquierdas? No lo sé.
—Ha tenido más afinidad con los Gobiernos del PP.
—He tenido más afinidad porque ellos, en teoría, defienden más ese modelo. Pero no soy del Partido Popular. Ni de ningún partido.
—El candidato de Vox a las autonómicas andaluzas dijo la noche electoral que ha empezado “la reconquista”.
—Ni Vox ni Podemos habrían llegado donde lo han hecho si no fuera por las nuevas plataformas digitales. No me gustan los extremos que irrumpieron en Europa y ahora lo hacen en España. Y lo que me preocupa con vistas al futuro es el nuevo equilibrio geoestratégico con el avance de China.
Con esta inquietud, FG realizó uno de sus últimos viajes a Washington. Fue en plenas elecciones de medio mandato. González estuvo al frente del evento organizado por la plataforma OpenMind del BBVA en el Atlantic Council. El título de las ponencias, La era de la perplejidad, fue el mismo que el del último libro que publica OpenMind y donde prestigiosos expertos reflexionan sobre el auge de los nacionalpopulismos, el desafío de regular el ecosistema digital, el impacto de la inteligencia artificial… Asuntos que González siguió abordando al final de la jornada en un encuentro con varios analistas de la Brookings Institution. A mitad de la reunión, el presidente de este think tank, el general de cuatro estrellas John R. Allen, entró en la sala y llevó a cabo un intercambio dialéctico con González que convirtió la escena en una extraordinaria representación del poder entre sombras.
Para González, asiduo al Foro de Davos y ligado al Fondo Monetario Internacional, visualizar el estado del mundo ha formado parte de su negocio. “Como en todos los sectores, el de la banca está sometido a una transformación brutal. El cambio afecta a la salud, a la educación, a los órdenes económicos, políticos y sociales… El sistema bancario estará basado en plataformas, ecosistemas complejos en manos de pocos jugadores y donde los clientes tendrán mucha información para concebir sus propios productos. Y cuando quieran contacto físico o de consejo, este llegará mediante robots. Esos ecosistemas no solo darán información financiera: de salud, de educación, entretenimiento… Las barreras entre sectores se derrumban”.
Días más tarde, de nuevo en Madrid tras regresar a bordo de un jet de la entidad, González jugó unos hoyos a primera hora en uno de los tres campos de golf donde suele quedar los fines de semana con amigos y apostarse el aperitivo. “Aquí nunca hablamos de negocios”, aseguraba al borde de un green. “Siempre hemos comentado cosas sin importancia, como la política”. El Mediterráneo es otra de sus debilidades. Hace 20 años compró una vivienda de veraneo en Mallorca. “No tengo hipotecas bancarias. Cuando era soltero me compraba un coche y lo pagaba a plazos, pero desde que me casé todo lo he pagado al contado. Y si no lo tengo al contado, no me lo compro. Punto”. Seguidor del Real Madrid, ni siquiera ahora que tendrá más tiempo le gustaría ser presidente del club. “¡Lo que me faltaba! Salir de una empresa como esta y meterme en el Real Madrid. Es complejísimo. Mucho más que el BBVA. Aquí trabajas con gente madura y racional. En el fútbol lo haces con gente muy joven, algunos de ellos muy ricos y con muchas tentaciones”.
“No tengo hipotecas bancarias. Cuando era soltero me compraba un coche y lo pagaba a plazos, pero desde que me casé todo lo he pagado al contado. Y si no lo tengo al contado, no me lo compro. Punto"
Padre de dos hijas y abuelo de seis nietos, en su casa siempre quedó claro que él es un empleado. Nadie tuvo la tentación de plantearse seguir sus pasos en el BBVA. Religioso, “pero no mucho”. Frugal y enemigo de los excesos. Ahora tendrá tiempo de saciar su curiosidad por la cosmología. Y de invertir en algún proyecto relacionado con la salud. “Me gustaría encontrar a dos o tres ingenieros, biólogos y médicos para hacer algo relacionado con la excelencia en la investigación: una start-up que tenga visos de éxito”. Todo lo llevará a cabo en zapatillas y jerséis. “Este año ya no me hice ningún traje”.
—¿Cuál ha sido el peor error de su gestión?
—No involucrarme más en la parte de ingeniería cuando en 2007 empezamos a realizar acciones precisas en el camino digital. No montar la primera plataforma basada en La Nube fue un error. Ni haber decidido tener una arquitectura más flexible para que la transformación iniciada desde 2012 fuera más fácil.
—¿Se siente como el último superviviente de la banca en España como la hemos conocido hasta ahora?
—Por edad, sí. Cuando entre aquí era el más joven. Ahora soy el mayor. Quizá soy el último de lo que antes se consideraba como la gran banca. Pero ese concepto se acabó. Ya no existe.
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