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Probando el Método Ludovico: pasé 75 horas viendo cine de terror en una sala de Barcelona

Someter a alguien a una catarata de escenas violentas para que acabe rechazándolas. En esto consiste esta terapia. Un redactor de ICON pasa por la experiencia en el festival Phantasma

En 'La naranja mecánica', de Stanley Kubrick, someten al protagonista, Alex (interpretado por Malcolm McDowell), al Método Ludovico.
En 'La naranja mecánica', de Stanley Kubrick, someten al protagonista, Alex (interpretado por Malcolm McDowell), al Método Ludovico.

Miro a mi alrededor en el tren que me lleva de Madrid a Barcelona. Algunos pasajeros contemplan películas en sus dispositivos móviles y otros se conforman con ojear de cuando en cuando la cinta que se emite en los vetustos televisores del vagón. Me pregunto cuántas de estas personas entenderían que esté viajando 600 kilómetros para encerrarme durante cuatro días en un cine a ver películas que ya tengo en mi casa en Blu-Ray o, directamente, no me gustan.

He decidido probar el Método Ludovico, ese que popularizara Stanley Kubrick en La naranja mecánica y que viene a ser una versión bestia del famoso “perro de Pávlov”: se expone al sujeto a una catarata de imágenes violentas (agresiones, violaciones, asesinatos) durante un largo período de tiempo con el propósito de que su cerebro acabe rechazándolas. Y, ¿dónde puedo llevar a cabo el experimento? Pues en la sala Phenomena de Barcelona, que cada año celebra Phantasma, una muestra de cuatro días ininterrumpidos de cine de terror. Desde el jueves 29 de noviembre por la tarde hasta el domingo 2 de diciembre por la noche, siempre que esté despierto (la privación de sueño ya me parece excesiva para un artículo que se va a publicar en ICON y no en alguna prestigiosa revista científica), no haré otra cosa que ver cine de género.

En qué consiste el Método Ludovico: se expone al sujeto a una catarata de imágenes violentas (agresiones, violaciones, asesinatos) durante un largo período con el propósito de que su cerebro acabe rechazándolas

Sobre la sala Phenomena: es el mejor cine de España, por programación y por instalaciones. Su director, Nacho Cerdà, lo inauguró hace cuatro años con el propósito de que ir al cine vuelva a ser una experiencia. Abruma la atención por el detalle que Cerdà y su equipo de cinéfilos invierten en todo. Se aprecia ya al pisar la familiar moqueta de El resplandor mientras contemplas los fotocromos y los pósteres (originales o de diseño propio) en el vestíbulo del cine. Le sigue un ambigú acogedor, de luz tenue e hilo musical bien escogido, en el que apetece quedarse a vivir. Y, por fin, una sala de 450 butacas en grada en la que tienes la certeza de que siempre verás la película en las mejores condiciones técnicas posibles, y a menudo en celuloide, ya sea 35 o 70 mm (un verdadero lujo en España en 2018).

La programación de Phantasma 2018 es exquisita. Arranca el jueves por la tarde con La casa de Jack (Lars Von Trier, 2018), la única sesión que rozará el lleno en todo el fin de semana. Cerdà presenta el ciclo confesando que, en realidad, “las pongo para mí y para quien quiera acompañarme”. Esquivando obviedades, las 22 películas escogidas tocan todos los palos del cine de terror: el slasher de Solos en la oscuridad (Jack Sholder, 1982) o Trampa mortal (Tobe Hooper, 1976); el terror vírico de Cabin fever (Eli Roth, 2002) y Rabia (David Cronenberg, 1977); las criaturas mutantes de Barracuda (Harry Kerwin, 1978) y Leviathan (George P. Cosmatos, 1989), siempre al rebufo de otros éxitos marinos de sus épocas; los coqueteos demoníacos de La puerta (Tibor Takács, 1987) y Possession (Andrzej Zulawski, 1981); o la aún hoy inclasificable Arrebato (Iván Zulueta, 1979).

"Las camisetas que he seleccionado como 'dress code' ('House, una casa alucinante', 'Basket case' o 'No profanar el sueño de los muertos') son la forma más directa que tengo de comunicarme con todos esos hombres que están allí a las 12 de la mañana viendo cine de terror".
"Las camisetas que he seleccionado como 'dress code' ('House, una casa alucinante', 'Basket case' o 'No profanar el sueño de los muertos') son la forma más directa que tengo de comunicarme con todos esos hombres que están allí a las 12 de la mañana viendo cine de terror".

La mayoría de esas cintas duran 90 minutos o menos, aunque Von Trier, que necesita dar la nota allá donde va, eleva la media con los 155 minutazos de su esquizofrénica película. Con todo, el jueves solo se proyectan tres títulos, así que a las tres de la mañana estoy saliendo por la puerta de Phenomena relativamente fresco.

El alojamiento en Barcelona es, como sabemos, caro. He optado por una habitación muy modesta a la vuelta de la esquina pensando que no me hará falta más, pues todo el tiempo que no esté durmiendo lo voy a pasar en el cine. Pero resulta que en el piso que comparto con otros tres desconocidos (ninguno de ellos el propietario) no hay calefacción. Por la mañana, mi garganta y oídos me advierten a su manera de que no están dispuestos a aguantar tantas penurias, así que hago la mochila y me traslado a un hostal algo más alejado de la sala Phenomena, pero con calefacción y un baño para mí. Ah, los pequeños placeres burgueses de los 40 años.

Las camisetas que he seleccionado como dress code para los siguientes días (el viernes la de House, una casa alucinante; el sábado la de Basket case y el domingo la de No profanar el sueño de los muertos) son la forma más directa que tengo de comunicarme con todos esos hombres que están allí a las 12 de la mañana viendo cine de terror. Les hago saber que les comprendo, que no están solos en esto. Las mujeres, las parejas y los grupos de amigos llegarán para las sesiones vespertinas: por la mañana somos, por no andarme con rodeos, un campo de nabos, dos docenas de señoros vistiendo como si tuviéramos la mitad de nuestra edad.

Los ojos empiezan a escocerme después de cuatro o cinco películas seguidas. Los mantengo cerrados hasta que el gran telón rojo se abre y empieza una nueva sesión

El tiempo es apretado entre pase y pase (en ocasiones, diez minutos escasos) y lo empleo en dar una vuelta a la manzana para desentumecerme después de tantas horas sentado. El frío te espabila y hace deseable la vuelta a la sala oscura, aunque en alguna película no puedo evitar alguna breve cabezada.

El verdadero problema es alimentarse. No hay tiempo para comer bien; de hecho, no hay tiempo para masticar siquiera, solo para deglutir. Porciones de empanada o pizza, perritos calientes y napolitanas dulces y saladas a destiempo constituirán mi dieta durante cuatro días. Comprenderá entonces el lector que tener retrete propio en el hostal no era tanto un deseo como una necesidad.

Las películas te sorprenden vistas en pantalla grande, pues no siempre hay correlación entre calidad y entretenimiento. Tomemos por caso Barracuda. Es una mierda, un desvarío; jamás la vería entera en la soledad de mi casa. Sin embargo, proyectada en una copia en 35 mm auténticamente grindhouse (con un audio que crepita como si alguien hubiera encendido un fuego y una imagen virada al rosa bajo una tormenta incesante de arañazos), acaba por hipnotizarnos a todos los presentes. La estúpida trama nos tiene atrapados y ni un solo móvil se enciende a mi alrededor. Al terminar, hemos visto una película infame, pero la hemos vivido juntos y le hemos dado algo de amor. Ha sido una experiencia colectiva. Otras películas más respetables y de mejor factura como Nómadas (John McTiernan, 1986) o The Keep (Michael Mann, 1983) no logran esa comunión.

El director de Phantasma, Nacho Cerdà, y su particular teoría sobre las películas que se exhiben en el festival: “Las pongo para mí y para quien quiera acompañarme”.
El director de Phantasma, Nacho Cerdà, y su particular teoría sobre las películas que se exhiben en el festival: “Las pongo para mí y para quien quiera acompañarme”.

Los ojos empiezan a escocerme después de cuatro o cinco películas seguidas. Los mantengo cerrados hasta que el gran telón rojo se abre y empieza una nueva sesión. El domingo por la tarde, antes de Hellraiser (Clive Barker, 1987), empiezo a notar lo que no creía posible: estoy saturado de cine y, en especial, de violencia. La cinta de Barker, que ya he visto varias veces antes, me revuelve las tripas en sus momentos más gráficos. No llego a marcharme de la sala, pero secretamente lo deseo. Es un alivio ver volar en pedazos a John Cassavetes en el clímax de La furia (Brian DePalma, 1978), pues eso significa que Phantasma 2018 ha terminado.

Me derrumbo en la cama del hostal después de 75 horas viendo cine de terror. ¿Lo he disfrutado? Desde luego. Pero ahora solo quiero sentir la luz del sol, no volver a pisar un cine en varios días (y cuando lo haga, que sea para ver lo que mi abuela llamaría “películas bonitas”) y comer fruta, verdura y ensaladas. Supongo que el Método Ludovico funciona, a su manera.

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