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Columna
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Lo malo conocido

En las últimas dos décadas a los españoles se les ha negado el futuro

David Trueba
EL PAÍS

El humor es siempre una forma de autodefensa. En Cuba hace algunos años se expresaba el temor fatalista a la longevidad de Fidel Castro en el poder con un chiste curioso. Se invitaba al líder a visitar el zoo y se le mostraban las tortugas, capaces de vivir hasta 250 años. Cuando le ofrecían si quería quedarse con una de las crías, Castro respondía: no gracias, que a estos animales les tomas cariño y después se te mueren y te quedas muy triste. Los países que han vivido bajo regímenes personalistas muy extendidos en el tiempo tienden a mostrar un biorritmo político de enorme lentitud. España, por ejemplo, domada su febrilidad por la larga dictadura de Franco, aún muestra signos de preferir la estabilidad a la aventura. Así, todos los presidentes elegidos en las urnas han repetido mandato y en ciertas comunidades autónomas el signo electoral no ha variado desde que se tiene memoria democrática. Podría esto querer decir que somos aficionados a cumplir con eso de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Aunque, a juzgar por lo revuelto que anda el patio de sociólogos y politólogos, lo mejor será ahorrarse las conclusiones.

Pero reconocerán conmigo que la respuesta de la oposición a la cuca propuesta del presidente Sánchez de terminar con los coches de gasolina para 2040 ha sido de carcajada. Uno de ellos tildó la iniciativa de “precipitada”. Hombre, si 2040 le parece acelerar demasiado en las reformas, no me extraña que los juicios duren en nuestro país siete y ocho años. Así, al menos das una oportunidad al acusado de morirse de muerte natural o incluso de aburrimiento antes de arriesgarte a dictar sentencia. Como les pasa a muchos españoles, ya no me acuerdo de quién exactamente de los dos líderes fue el que dijo que la propuesta pseudoecológica del presidente era muy precipitada. Un problema que arrastra España en las últimas semanas es la dificultad para distinguir entre los dos jóvenes líderes de la oposición. Uno de ellos quizá tendría que dejarse perilla o coleta o vestir de pana o incluso chándal, si no, de aquí a las elecciones muchos votantes que andan dudosos entre Rivera y Casado van a tener los mismos problemas que los novios de las gemelas Olsen, que nunca saben si besar en la boca o en la mejilla a la muchacha que le abre la puerta de casa cuando pasan a recogerla para una cita.

Pero dejemos las bromas aparte. Al fin y al cabo, lo hemos dicho al comienzo, todo humor es defensivo. Emprender una reforma del parque automovilístico a 20 años vista es una promesa demagógica, concede un espacio a los españoles para fabricarse una idea de futuro. Aunque parezca innecesario, los españoles necesitan imaginarse un futuro. Es clave para quienes ahora cursan sus estudios y hasta para los que se precipitan a contratar una hipoteca, ya que, según parece, los bancos te van a regalar hasta el boli que solían atar con cadenitas doradas al mostrador. En las últimas dos décadas a los españoles se les ha negado el futuro. Quizá por eso los catalanes compraron hasta un futuro que no estaba acabado de imaginar. Preferían soñar despiertos a morirse de desidia. Esencialmente, en lo ecológico hemos sido vapuleados, con el abandono de los proyectos de renovables y la traición a los inversores del ramo. No sé si hablar de reforma energética para 2040 es precipitado, pero todo lo hablado sobre luz, gas, petróleo y carbón en lo que llevamos de siglo da asco y pena. Es lo malo conocido.

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