El caso Carmena
El éxito puede venir también de no estar siempre pendiente de un antagonista. Basta con la sencilla tarea de tratar de llevar a la práctica aquello en lo que crees
Carmena nos podrá gustar más o menos, pero nadie niega que es ya una marca en sí misma. En Madrid, quien vaya a votar por ella no dice que va a votar a Podemos. Vota a Carmena. Esto se debe en parte a la original y colorista campaña que la aupó a la alcaldía en las últimas elecciones. Su nombre se envolvió de un aura de sensibilidad y una estrategia de seducción que se escapó de las pautas tradicionales de la siempre tan previsible lucha de partidos. Para acceder al cargo no tuvo que caer en las ácidas críticas interpartidistas que espolvorean todas las campañas. Tampoco hizo falta presentar un programa específico; por sí misma era ya el elemento diferencial frente a los otros candidatos, otra forma de estar en la política, más cercana y menos convencional.
Aun así, nunca hubiera alcanzado su meta sin haber tenido a Podemos aupándola por detrás. En cierto modo, ellos contribuyeron a construir y definir el personaje. Pero entonces era otro Podemos, más cercano a un movimiento social que a un partido propiamente dicho. Me imagino la perplejidad de sus líderes cuando, una vez en el poder, empezó a seguir su propio criterio, cada vez más emancipado de las directrices del partido. Con el agravante de que cuanto más se apartaba de su control tanto más se engrandecía su figura a los ojos de la gente.
De aquellos polvos, estos lodos. Ahora, todos los tejemanejes en torno a la lista por la candidatura de Madrid vienen de esa experiencia previa. Y es una pena que no tengamos acceso a las deliberaciones conjuntas de la cúpula nacional y madrileña de Podemos, porque nos dirían mucho sobre la perplejidad de estas organizaciones ante este tipo de casos. Seguro que en esos conciliábulos más de uno ha dicho eso de “esto nos pasa por poner a un independiente”.
A nivel micro, ya que se trata de una candidatura municipal, expresa con bastante nitidez el desconcierto en el que se halla el sistema representativo, y demuestra que Podemos no ha dado todavía con la tecla adecuada para operar como modelo alternativo al de los partidos convencionales. Refleja también la penuria de liderazgos en la que nos hallamos y el vértigo de los partidos ante la pérdida de control de las candidaturas. Aunque el verdadero trasfondo es que los partidos ya no pueden contar con la otrora supuesta fidelidad de sus electores. Estos se han hecho cada vez más erráticos, caprichosos y volubles, y oscilan entre una exaltada emocionalidad y el puro cinismo. Ante esta situación, los partidos buscan la vía fácil, alimentar la omnipresente polarización. El caso Carmena nos demuestra, sin embargo, que el éxito puede venir también de no estar siempre pendiente de un antagonista. Basta con la sencilla tarea de tratar de llevar a la práctica aquello en lo que crees.
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