_
_
_
_
ideas / un asunto marginal
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cuestiones diplomáticas

Cuando nuestros dirigentes hacen abyectas reverencias a los sátrapas saudíes, lo hacen en nuestro nombre

El periodista saudí Jamal Kashoggi llega al consulado saudí de Estambul el 2 de octubre. En vídeo, Arabia Saudí reconoce la muerte de Khashoggi.Vídeo: DEMIROREN NEWS AGENCY / AFP | ATLAS
Enric González

El 11 de septiembre de 2001, varios súbditos saudíes, dirigidos por el saudí Osama Bin Laden, perpetraron un devastador ataque terrorista contra Estados Unidos. La respuesta de Washington consistió en invadir Afganistán, el país que alojaba a Al Qaeda, e Irak, que no tenía nada que ver. Si alguien quiere comprender la diplomacia, esa fue una excelente lección práctica. Nunca se pensó en presionar a Arabia Saudí. Todo lo contrario. Se aplicó, con la excusa de los atentados, un plan (absurdo) que llevaba años desarrollándose para favorecer las ambiciones de Riad y Tel Aviv, los grandes aliados en la región. La diplomacia no atiende a hechos. Atiende a intereses.

Más información
La clase dirigente
La democracia es frágil
Qué dice Chuky de la venta de armas

Lo que llamamos política internacional consiste en la proyección de los intereses locales. Tip ­O’Neill, un hábil parlamentario de Boston, solía decir que la única política realmente existente es la que se realiza dentro de una circunscripción electoral o, en los muy numerosos regímenes dictatoriales, dentro de una esfera de poder. Todo empieza y acaba ahí. Lo demás es farsa, cinismo y violencia.

Según informaciones turcas, un médico saudí llamado Salah Mohammed Tubaiqi practicó una autopsia en vivo al periodista saudí Jamal ­Khashoggi. Lo hizo en el consulado de su país en Estambul, mientras escuchaba música. Seguramente se puso una bata porque la diplomacia mancha. Del eslabón final de la cadena diplomática cuelga casi siempre un cadáver despedazado: en una mina de coltán congoleña, en una calle de Yemen o Siria o en una sede consular.

Por supuesto, los diplomáticos son gente respetable. Como los periodistas o los policías, desempeñan un trabajo ingrato que alguien tiene que hacer. Igual que a los periodistas y a los policías, el empleo les convierte en lúcidos o cínicos. A veces ambas cosas.

El régimen saudí consiste en una repugnante mezcla de riqueza petrolera, brutalidad sin límites y miseria moral. Eso lo sabemos desde siempre. Es el régimen que secuestra a un primer ministro de Líbano sin que nadie mueva una ceja, que bombardea Yemen de forma salvaje, que difunde por el mundo una versión del islam absolutamente cerril y que considera el colmo de la liberalidad permitir que algunas mujeres saudíes conduzcan automóviles.

La tortura y asesinato (aún presuntos) del periodista Khashoggi han suscitado la habitual indignación de las opiniones públicas occidentales. A unos cuantos diplomáticos y a unos cuantos políticos les corresponde ahora salir a la pista y acometer una torpe danza ritual, en la que invocarán los derechos humanos mientras guiñan el ojo al aliado saudí. Cancelarán encuentros pero mantendrán los contratos. ¿Hipocresía? No. Salvo que consideremos hipócritas a los trabajadores del astillero Navantia, para quienes resulta mucho más importante construir las cinco corbetas destinadas a las guerras saudíes (son siete millones de horas de trabajo, caramba) que todos esos barullos y crímenes de allá lejos. Salvo que aceptemos una gasolina más cara y escasa. Salvo que asumamos que cuando nuestros dirigentes hacen abyectas reverencias a los sátrapas saudíes, lo hacen en nombre de sus intereses personales y de los nuestros. Que son mezquinos, pero nuestros.

Ojalá tuviéramos otros. No es el caso.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_