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Navegar al desvío
Columna
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España, Eros y Tánatos

Manuel Rivas

España tiene condiciones para ser un ecosistema inteligente, donde podría fermentar esa renovada divisa: libertad, igualdad, fraternidad y diversidad

MI HÉROE CULTURAL esta temporada es un loro llamado Nigel que llevaba cuatro años desaparecido y que fue devuelto a su primer dueño tras descubrirse su identidad y procedencia por el microchip. La noticia es que Nigel había sido educado en inglés, y con el acento ­british de su propietario, británico residente en California, pero tras su odisea volvió hablando español. Nada traumatizado. Según la persona que lo descubrió y medió en el regreso de Nigel, Julia Sperling, “era el más feliz de los pájaros, cantando y hablando sin parar”.

La prensa británica le ha prestado mucha atención a esta historia. Supongo que por la tradición ornitológica, pero también porque el loro Nigel de alguna forma encarna el espíritu disidente contra el Brexit y el espíritu aislacionista. En broma o en serio, no son pocos los británicos que se preguntan para qué aprender otros idiomas si todo el mundo se empeña en hablarte en inglés. En este sentido, la excepción Nigel tiene un gran valor metafórico.

Nigel, allá donde haya estado, no se pertrechó en su dominio cultural. Un loro hablante en inglés, y más con acento conservador y monárquico, de la estirpe de loros elitistas de Eton, podría convertirse en un privilegiado loro colonial, mantener un estatus de ave aristocrática, explotar su poder fonético. En el mundo de hoy, ¿quién no querría preservar en jaula de oro un loro con acento british, y tratar de que no se contaminase con fonemas descalzos y silvestres? Ir por ferias, como un ectoplasma evadido del palacio de Windsor, y exhibir el imperio de su voz. Yo ya intuía que faltaba algo en la magnífica serie The Crown, donde queda claro, como en Shakespeare, que no hay mejor familia real que los cómicos que la interpretan. Faltaba un loro real. Faltaba Nigel. Alguien que en el momento oportuno le leyera el pensamiento a esa reina que rumia en silencio los escándalos de sus tarambanas.

Oh, my God! This is outrageous!

Pero el verdadero Nigel ha vuelto hablando en un español que imagino mexicano fluido, alegre, callejero, canturreando irónico:

—¡Órale tu cotorreo, mamá!

Nigel no se cerró en su código de barras. Escuchó al otro. Se aventuró hacia lo desconocido. A diferencia de los humanos, no tenía complejos. A igual que a los niños, a las aves políglotas, como los loros, los cenzontles o los cuervos, les gustan las palabras en sí. No pesan, son notas de música, a veces tienen vértigo y se apoyan las unas en las otras. Todas las lenguas son eróticas. Les gusta compartir bocas. Son los humanos adultos los que establecen jerarquías lingüísticas, cotos y barreras, quienes las ponen a guerrear, y deciden, por actos de poder, sobre su vida o su extinción.

Lo que hace apasionante el mundo es la diversidad. En la naturaleza y en las lenguas, nada hay más triste que la uniformidad del monocultivo. Es absurdo cuestionar la utilidad de lenguas comunes, y no sé de nadie que lo haga, como es estúpido ignorar la diversidad y mentalmente ruinoso el no cultivarla. Porque las lenguas son recursos como los ríos o los bosques. A la divisa del Siglo de las Luces, Libertad, igualdad, fraternidad, que es el corazón utópico de la humanidad, Umberto Eco añadía esta otra coordenada universal: diversidad.

España tiene condiciones para ser un ecosistema inteligente, colaborativo, espacio de Eros, de la pulsión del deseo, donde podría fermentar esa renovada divisa: libertad, igualdad, fraternidad y diversidad. La desinteligencia trabaja sin parar en otro sentido. La maquinaria de Tánatos. La incesante producción de odio, con un imaginario lleno de jaulas. Es una pena que esta pulsión destructiva no se tome un respiro y se encame una temporada con El Quijote.

En el diálogo con el Caballero del Verde Gabán, don Quijote, y por su boca habla el humanismo de Cervantes, se muestra como un adelantado de la diversidad: “Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no estima mucho la poesía de romance, doyme a entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es ésta: el grande Homero no escribió en latín, porque era griego; ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino. En resolución: todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las extranjeras para declarar la alteza de sus conceptos; y siendo esto así, razón sería se extendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno, que escribe en la suya”.

En medio de tanta embestida, me quedo con la vanguardia cervantina, tan libertaria y ecológica. Esa tradición nada tradicional. 

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